La puerta estaba abierta, entró, saludó, elevó la voz, dijo el nombre de la abuela, desde el cuarto una tos herida de polvo fue el único saludo, fue hasta ahí, vio a la abuela doblándose, irguiéndose nuevamente, sintió temor de las arrugas en el rostro de ella, toco el propio, los nervios seguían jugando con ella, las manos propias estaban resecas, la abuela se sentó en la misma cama y la invitó a compartir un momento a su lado, unos minutos de silencio apacible, pensó en irse, la abuela le pidió que esperara, traería agua para ambas, volvió con dos vasos, la charla o el lugar o el cansancio del viaje la fueron durmiendo, al despertarse, acostada en la cama, escuchaba a su abuela quejándose porque solo había traído un pantalón y una blusa, se miró las manos y las tenía completamente arrugadas, se asustó, quiso levantarse pero un dolor en la columna le impidió cualquier movimiento, tosió, no pudo hablar, solo escuchaba a la abuela renegando por la ropa con la que se estaba vistiendo, de pronto volvió a la habitación, la abuela tenía su rostro, sus formas, su cuerpo, no pudo gritar, solo una tos amarga de sangre le salía de la boca mientras la abuela se iba con su cuerpo a esperar el autobús que la sacara del pueblo.
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