Decía una prima mía que ‘lloviendo y haciendo sol es la dicha del señor’. No creo que ella lo recuerde, pero cuando ocurre, y eso pasa bastante en Bogotá, asomo a la ventana y pienso en ella, en los muchos significados que ha tenido esa frase para mí. Una vez caminaba con una amiga a la cual le había firmado amplios derechos sobre mi tiempo y mis actividades, íbamos desprevenidos por la acera hasta cuando la lluvia apareció casual, el sol esplendoroso que nos hacen dibujar en la infancia, y una lluvia de gotas que caían verticales como si el roce con el aire no las impactara. Mientras caminamos digo como mi prima, ‘lloviendo y haciendo sol es la dicha del señor’, y mi amiga me dio el más recordado de mis besos, después de eso me dijo, ‘esas gotas cayendo sobre la luz son mis memorias buscando tierra fértil en tu vida’.
