La suerte estaba echada, aun así, nosotros no sabíamos del azar o de los juegos, de la fortuna o el destino. Tomamos por camino que daba al este, cada uno, ella por la acera de la izquierda y yo en la de la derecha. Unas líneas paralelas que tendrían que toparse al cruzar en el siguiente semáforo. Y fue así, en la esquina yo giré hacia el andén en donde ella esperaba el cambio de colores, y nos encontramos para siempre. Todavía ella extraña al desconocido que le dijo, «una noche de música y de baile nos volveremos a ver, ya no estaremos ciegos y estaremos por fin el uno con el otro.», y yo todavía trato de recordar lo que le dije.
