Era el último paraguas que el vendedor ofrecía frente a la estación de autobuses, tú lo estabas tomando y sin haberlo notado, yo estaba pagándole al hombre, entonces, nos aclaró el vendedor, solo tengo uno, y tú dijiste, ya lo tengo, y yo dije, yo lo estoy pagando. El rostro acostumbrado para mostrar fastidio se nos apareció a ambos, tú le dijiste al hombre, yo lo cogí primero, en cambio, yo le decía, aquí está lo que cuesta. No queríamos tener compasión por el otro, afuera de la estación había una promesa segura, empaparse de lluvia. «¿Por qué no usan el mismo?, compartan la ruta», eso dijo el hombre con ánimo de vender la última unidad de su inventario sin estar en medio de una discusión a la cual él no pertenecía. Ambos negamos con un gesto, entonces el hombre insistió: «no piensen a donde van, usen el paraguas para protegerse, escojan primero un lugar al cual ir y después van al otro, esto debe ser uno de esos encuentros organizados por las ondas del universo, estar aquí ambos con el mismo propósito, comprar un paraguas, compartan ese propósito haciéndolo juntos, eso júntense».
Imagen de Arek Socha en Pixabay