Los he visto con la sombra en la boca, la invocan ante los primeros parpadeos del día. Sus palabras han sido encalladas en un abecedario que es el puerto de la tristeza. El magnetismo de la ciudad los incuba con la tibieza del mugre en el aire. Ahí van, sus palabras no están cansadas, su invalidez corresponde con una pérdida de fuerza al haber sido plantados por la costumbre y no por el amor a las expresiones del lenguaje.
