La luz que la habitación ofrecía como fuego a la calle ha caído ante la imprudencia de la mujer que cruza la cortina de un lado a otro y deja todo a oscuras. Por lo menos para mí ha sido de ese modo, aunque la luz de los autos y del alumbrado público rozan con su claridad todas las cosas, yo siento una oscuridad que se cuelga de mis párpados porque a esta hora cuando empieza la noche me detenía en la ventana de mi cuarto con un café en la mano a ver a la mujer desnudarse tranquila tras su día de trabajo. Con la pulcritud de un cirujano ella desprende una tras otra pieza de tela y la pone en orden sobre el mueble en donde reposa su ropa que la ha acompañado todo el día.
