Yo quería ser Bobby Fischer, el mejor ajedrecista en su tiempo, jugar una partida de ajedrez excepcional demostrando con ello ser un genio, superar a quienes estaban en los primeros lugares, recorrer en un segundo cientos de movimientos, recordar las aperturas de miles de partidas y escoger una nueva con la cual llegar al jaque mate, pero la genialidad requiere un poco de locura y yo no quería volverme tan loco.
