La noche se planta delante de mi boca y las pocas palabras que se atreven son oscuras de nombre, de acento quebrado y sin aliento. La noche cubre el espejo reflejando mi rostro sin el color innato, color de tinta pálida, líneas tiradas con desgano dando forma a una cara que no me reconozco. Dentro, un bisturí sin filo cruza de pulmón a pulmón, sentencia al tatuaje frío las heridas olvidadas, desaprendidas, trae todo de nuevo y lo vuelvo acero vivo. La noche abre espacio para la luz en el espejo, refleja el fuego pretérito lleno de surcos abiertos por dolores antiguos.

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