El beso y las palabras le resecan la boca, el silencio matutino ha llegado muy pronto, ningún ruido explicable es excusa para dar inicio a las lamentaciones del día, los oídos son tercos y se concentran en un chirrido transparente que escapa a la noche. Es tarde para estar despierto y temprano para haber despertado, es la hora de los besos en la punta de la lengua, de los cuerpos en la línea fronteriza del sexo, de volver al secreto revelado a la pareja y estar expuestos al cuerpo. El beso ha dejado de tener nombres, las palabras no hacen falta para repetir el silencio, en esta hora la soledad no es una enfermedad porque sin curación alguna es apenas una característica más del que es habitado por ella.
