Cuando tomo los lápices de colores con la mano izquierda y recuerdo haber aprendido a usarlos con la opuesta, me cuestiono por la inapetencia propia por aprender a usarlas para las mismas cosas, pintar con la derecha, pintar con la izquierda, saludar con una del mismo modo en que lo hace la otra, escribir a la misma velocidad con la mano diestra y la zurda. Tú me dices, cuando pasas una de tus manos por la punta abierta de mi escote y tocas presuroso los lugares apropiados para el erotismo, la otra, la otra está perdiendo el tiempo y apenas fugaz hace sombra sobre la piel abierta a tus ojos. Yo pongo por ejemplo el abrazo, las dos manos se apresuran del mismo modo y al tiempo a abrazarte, respondes entonces con una negación, no es así, un brazo es más fuerte que el otro, y tú lo sientes, eso vas diciendo y entonces muerdes una mano, luego la otra, y sigues como si haber dicho lo anterior no tuviera otra razón que hacerme dudar para no saber con cuál mano he de abrir el ojal en donde anida el primer botón de tu pantalón.
