Aproximaciones para llamar tu atención

Ella me dice, deja de verme así, parece que tuvieras mi desnudez atada a tus ojos.

Siente el rugir huracanado del viento que fallece ante la ventana de tu cuarto. Nunca llega a tu cama su rugido, y sólo a él he encomendado hablar para ti de mi fatiga

A veces me recorro, hacia atrás porque hacia adelante es me imagino, otras veces me quedo aquí sin pensarme otro y entonces simplemente me soy.

Cuatro sofás en el centro de la librería son ocupados por lectores que extienden su cuerpo para concederle un tributo al sueño. El primero, con un libro de ensayos sobre Picasso, ha puesto sus dedos mortales sobre el capítulo cuarto, sus ojos rodaron hace tiempo a la ceguera de los dormidos.
Otro, el que está sentado viendo hacia la zona sur de la librería, el uso del verbo ver es una distracción metafórica, no puede hacerlo, duerme y concentra su esfuerzo en suprimir sus ronquidos, este hombre tiene entre las piernas un estudio sobre la literatura en el siglo pasado.
En la silla tres, y me excuso al enumerarlas, una muchacha, bella, de rostro cándido y cabello corto, se lee, lee su propia historia, ha puesto sus manos sobre el estómago, duerme con el placer de los que no esperan nada.
El cuarto soy yo que escribe dormido.

Ah, vea pues, usted es la de los pies ligeros, que rompe el silencio con su murmullo de soles

No puedo ir en contra de tu destino, ya sea que esté escrito o que tú lo labres. Yo, como un río, me aproximo a tus cordilleras y puedo extenderme ante ellas con una música que me es propia pero solo se escucha al rodar por tus orillas, y ofrezco todo lo que soy pero tú recibes únicamente lo que quieres, en tus días de roca apenas el eco de mis pasos sin que lleguen a tu oído, en tus días de tierra alimento agua en tu base, en otros camino sin más que compañía. Yo como una cordillera cedo el paso a tu ruta, me limito a estar al borde, a contenerte si es tu deseo, a abrir paso si es otra tu ruta. No puedo ir en contra de tu destino, y la vertientes se abren, y las cordilleras se bifurcan, y tú vas y yo voy, cada uno en modo propio sin obligación alguna de estarnos, sin apropiarnos, sin sernos para el el otro.

Yo voy dejando migas de mí, retazos de mi sombra en los caminos, uno y otro secreto en lo público, voy poniendo en los espacios por donde espero pases para que los encuentres y me sigas hasta el encuentro. Voy dejando el gemido del orgasmo para que caigas en él y me sigas en la única manera, siendo guía y dejando en tu camino las mismas migas, los retazos, los secretos para que yo también los encuentre.

En la mesa en donde se apostaba por el azar de la ruleta puse los celos que me cayeron sin lluvia la ultima tarde que no supe en dónde estabas, allí viendo la apuesta, algunos me pidieron el retiro, otros se atrevieron y sacaron los propios, así es como ahora te extraño en modos que solo en el azar confluyen

Le conté a la suerte de tu no rotundo, y me dijo, yo apuesto por ti, insiste que ella extiende el puente para darte toda su ternura y con él, aquello que nombra la palabra amor, pero en ella es más que esa palabra. Es por esto que dejo palabras para ti, para ir llegando a tus puertas abiertas.

A mí me gustan el color de tu boca y la leve e imperceptible detención de tus párpados antes de poner una sonrisa en tu boca de beso.

Me gusta la letra que usas en tu memoria para narrarme, el color y las líneas con las que me dibujas en ella.

A mí novia se la llevó el olvido, es por eso que voy tirando la memoria para encontrarla en la falta de recuerdos.

Tus miradas mínimas no compensan los océanos que en mi alma te reflejan.

Cosas que uno escucha en el supermercado, ya tengo una mejor amiga, no quiero otra, lo que quiero es alguien con quien amar, y si no, por lo menos con quien tener sexo.

Planto ante los versos un espejo y les pide que se miren, que guarden en su memoria el motivo de su existencia, ellos se diluyen y los deseos de ti se les quedan dentro, como a mí, que ahora pongo el sello de la nube transparente que pasa sin ser vista en el cielo.

Ella me pregunta, ¿Por qué me amas? Le digo, suponiendo que fuese un tema de razones, no tengo una sola para no hacerlo, por lo demás, me parece suficiente tu sonrisa.

En este lugar desconocido hasta hace unos minutos, comparecemos ante la duda tres asistentes, a mí derecha una mujer con la edad en las alturas, del otro lado, una muchacha en el comienzo de la escalera del tiempo y yo con mi edad repitiéndose y sumando años. La joven mueve insistentemente el pie izquierdo, ha cruzado la pierna sobre la derecha. No hablamos, yo escribo como si a alguien le importara conocer de este momento, la mujer de mayor edad cronológica lee una revista, se ajusta constantemente las gafas y, tengo la impresión, extraña su cabello largo, lo trae corto, en cambio la joven acomoda parte de su cabello sobre sus hombros.

Nací esta mañana, un día claro me esperó a la vuelta de la noche, apenas me vio aparecer en la distancia corrió para encontrarme, dijo con la voz propia de quienes reconocen los ciclos de la vida, fuiste creado para rasgar el día y romperle a la nube la cordura, luego puso en la palma de mi mano, en líneas cifradas mi destino. Nací esta mañana y encontré una memoria de días pasados, de horas anteriores, de noches y traté de levantarme, sin embargo, debí dormir y en el sueño lo olvidé todo, al despertar me encontré con una historia, una memoria, unos deseos, una rutina, y mi promesa de rasgar el día y romperle a la luna la cordura fue olvidada.

Compartimos el silencio de nuestras bocas, cada uno solo respira sin alardes y se concentra en algo para evitar transgredir a los otros.

No te sientas con la responsabilidad de salvar a nadie, cada uno solo está condenado a si mismo, déjalos ser, y si quieres hacer algo, que sea por ti, entonces, por ti, ámalos y acéptalos, dales ternura y amor sin límite.

El le dice, nunca es tarde para el amor, y ella responde, tampoco para el abandono; así cada uno cultivaba peces con y sin esperanza en su corazón.

Llama al teléfono fijo de mi casa, después de saludar me dice, si tuvieras el teléfono junto a la cama no tendrías que levantarte hasta el cuarto de estudio, luego, sin descanso entre sus voces me cuenta, voy a mi examen de senos, me atenderá una médica, he escrito tu nombre con pintalabios en ellos, ella me preguntará por qué lo hago y yo tendré una excusa para hablar de ti. Cuelga. Vuelvo a dormir a la cama, es sábado.

Me gusta la delgadez de tu blusa cuando la cruza instantánea mi mano, así también me gusta la transparencia de tu boca cuando dejas ver tu éxtasis en el beso.

No lo sabes, has quebrado tus propias defensas, extendido tus puentes, derribado tus murallas sembradas, encontrado excusas, abierto la voz de tus lunas, y otras cosas que no me es dado compartir en público, todo esto para que mi noche se encarne en la tuya.

Ella dijo, tú dices, con razón, que no has tocado mi piel, acariciado mi boca, tomado mi mano, abrazado en deseo, pero aunque eso es cierto, has hecho algo más fuerte, te has insertado en mi alma — no sé si existe— te has incrustado en mi corazón — es una metáfora— y aún con las dudas que la siguen, eres el único que dentro de mí se encuentra.

Yo traigo, Yo llevo, no sé qué, no me importa, Yo voy, Yo vengo, no sé a dónde, no me importa mientras tú estás aquí.

Escucho música, una música que habla de amor constantemente, parece he sido atrapado por la libertad de los que aman. Justo ahora el título de la canción es «Gente Maravillosa». Una de sus frases dice ‘El amor me ha besado dos veces en forma imposible.’ Me he quedado con eso, pienso en las veces que el amor ha querido besarme y en vez de la boca le he puesto la mejilla.

He puesto desnudez en mis pies después de haberlos extraído de los calcetines. El televisor me hace bien, por lo menos esta noche, por lo menos hoy, hace ruido suficiente para nada, ese ruido no sirve. En el programa de televisión un personaje se pregunta qué sería de la vida si él muriera. Me parece haber visto varias películas en las que ocurre eso, y otro tanto en las que los protagonistas quieren verse en perspectiva para saber un poco quiénes son. No preguntes los títulos de estas películas porque no las sé, y quizá no sea cierto y lo esté inventando.

La canción se había detenido, un click en la opción de pausa la dejó en espera, mientras yo fui hasta la cocina y extraje del estómago de la nevera una cerveza. No quería tomar hoy, había estado ansioso desde la media tarde. Me había propuesto no hacerlo, quería mantener una ebriedad austera, sin licor, la ebriedad natural surge en mí, se parece un poco a la locura, solo que estoy sobrio y lo noto. El cuello ha estado doliendo los últimos días, fue desde la noche anterior en que fui al médico. Cuando lo muevo hace ruido como si se quisieran soltar los huesos. Algunas veces, cuando esto ocurre me gusta pensar que estoy desatando los desamores que quieren quedarse pegados en mi alma.

El título de la canción cambia de nombre, es ahora otra. En el televisor una imagen de una mujer hermosa se queda quieta, me encanta ese rostro. No me hago ilusiones con la música, mi oído sufre de sordera musical, apenas si entiendo las letras y reconozco quizá las que más he repetido. El frío continúa atrapando la piel sin ropa en mis pies.

Escribo por escribir. Hablo por hablar. Escucho por escuchar. Veo imágenes por ver. Es una noche que se traga a otras noches, las noches que olvidé de la nostalgia llegan ahora para que esta se las trague y me las escupa cada instante. No es tristeza, esta no es una noche triste, solo es una noche que se traga todo, incluso ha desaparecido en su negrura el amor que le tuve a una mujer olvidada. No sé por qué escribo estas notas, escribo por escribir

Ella me dijo, ven hagamos un puerto para que atraquen los barcos. Yo respondí, no hay mar, ni río, no hace falta un puerto. Ella sonrió y arrugó su rostro alrededor de los ojos, después de eso dijo, lo que importa es que lo hagamos los dos, luego, cada tarde, nos sentaremos juntos a ver el horizonte hasta que tu imaginación y la mía, en un parto conjunto, construyan un mar, y un río, unos barcos y unas canoas.

Ella me dio un mapa, le pregunto para qué, y me dice, para que encuentres mis besos en la geografía de tus manos que me buscan y tus ojos que me ven.

El reloj despertador no ha timbrado, su estornudo no ha sonado aún, lo tomo con una mano mientras con la otra busco los anteojos. Tengo la sensación de que es tarde, la luz por la ventana expresa el caracter de la mañana, el amanecer está envejeciendo ya. El reloj está apagado, no hay sombra ni luz en lo que deberían ser líneas y puntos indicando la hora. Me levanto, un movimiento más sobre la mesa y encuentro el reloj, parece que hay huelga de relojes, está estacionado en en el momento que la noche anterior lo dejé sobre la mesa.

La ducha es un lugar necesario, indispensable para despertar del letargo nocturno. El agua y el cuerpo son uno solo, ambos disfrutan, quince minutos bajo la ducha, pasar al espejo, afeitarse, cepillarse, descubrir una cana en el cabello, sonreir. Buscar en la ropa ordenada una combinación para vestir en todo el día, ya está, pasar por los zapatos, aplicarse un aroma artificial, estar listo para ir por una fruta a la nevera, un yoghurt traído del supermercado, quizá una porción de zanahoria también.

El periódico es abandonado debajo de la puerta, para alguien su misión es esa, lo levanto, voy hasta el sofá, me siento y antes que revisar cualquier artículo voy hasta la sección en la que publican el horóscopo, miro una y otra vez, mi signo zodiacal está en el lugar que debe estar, solo que no dice nada para ese signo, está en blanco. Busco en todas las secciones, no encuentro nada acerca de mi signo zodiacal.

Voy al cuarto, busco las demás cosas para salir, el celular está pálido en su negrura, todos los indicios apuntan a que está descargado. No se la hora que es, no he podido leer el horóscopo, va a ser difícil salir así. Llevo el reloj en la muñeca izquierda, el celular en el bolsillo de la chaqueta, el periódico en la mano derecha.

El gato negro de los vecinos es un juglar acostumbrado a la noche, es extraño verlo temprano cerca de mi casa, ahí viene, no quiero que se me atraviese de manera que caminaré con prisa, ya no está, debió encontrar un lugar por el cual pasar, miro hacia atrás, intento una búsqueda visual adicional, no lo veo, doy un par de pasos, miro al frente y se atravesó maullando delante de mí. El reloj recupera sus signos vitales, el celular emite un beep, el periódico se me cae, lo levanto y la sección en la que está es la del horóscopo, hay una línea escrita en el mío. ‘El futuro comienza ahora, no antes ni después, la marcha la anuncia el que debe ser’

Yo le digo, pastelito te quiero. Ella se enoja, me reclama porque yo a una exnovia le decía duraznito. Yo no comprendo el enojo. Me dice, es que no me gusta pensar en que soy algo construído para ser comido, en cambio una fruta es natural, está hecha para eso

Tú, mi beso,
luna más, vuelve noche,
cae mar, sentencia olas,
pon tu voz,
pon tu luz,
ven acá.

Cosas que se escuchan en el templo, te lo he dicho, a ti te gustan los amores imposibles porque temes compromisos

Usted trate de entenderme, no puede haber mujeres ajenas si no existen mujeres propias. Ellas son de sí mismas, yo apenas soy su circunstancia

Le digo, ese abrazo no vale nada sin tu firma, ella me dice, no sé cómo se firman los abrazos, y respondo, con besos.

Hoy te vi. Llevabas unas sandalias que dejaban ver tus dedos inferiores. Digo fácilmente extremidades superiores y con eso identifico los brazos, al decir extremidades inferiores relaciono directamente las piernas, de este modo quiero y lo hago con los dedos de los pies, tus dedos inferiores asomaban intrépidos ante el frío de la mañana, dijiste, hace frío, yo miré tu rostro, por un instante me detuve en los ojos, parpadeaste y continuaste diciendo, tengo los dedos congelados, descolgué los ojos, del modo en que dejaría caer una cortina, y cayó sobre tus pies una mirada que cambió de color al subir, noté la desnudez de tus piernas, el color de tu piel, el borde de tu falda, el espacio abajo de tus senos, y tus senos.

La extensión de tus dedos apareció entre otras imágenes, luego vi tu boca, y entre las imágenes asocié tus dedos inferiores temblando, no de frío, temblando mientras tu boca se abre y la mía baja por el mismo camino que llevaron mis ojos subiendo, al tiempo mis dedos superiores encuentran el borde de tu falda.

No observaste, y no podrías, mis imágenes placenteras. Continuamos conversando y pasamos a hablar de unas ranas que compré para dejar en el cinema el fin de semana.

No me sudan las orejas, quizá a ti tampoco, se me ocurre que las orejas solo sudan cuando una tarde de sexo logra un buen tono, digamos, un do mayor perfecto en el momento del orgasmo.

Una vecina de mi apartamento trabaja en el cinema, es la encargada de los servicios de aseo del cinema al que llevaré las ranas, me enteré que les tiene fobia extrema. El otro día trató mal a mi mascota, un pequeño perro que adopté de la calle; casi lo coge a patadas porque él se equivocó de puerta, estaba ladrando frente a su apartamento.

Despedida
– Aló
– ¿Con quién hablo?
– Con Óscar.
– ¿Por qué llamó? Ya le dije que no me hable.
– Lo sé, esta vez es para despedirme.
El silencio cobró una deuda que nadie le debía. Por algo menos de treinta segundos en los dos teléfonos no hubo sonido que transportar. Ella puso su mano sobre el cabello y movió el cuello hacia el lado derecho, Él metió los dedos en la nariz, pensó en contarle que aún no dejaba ese mal hábito, calló y se quedó viendo hacia la pared.
– Siempre dice lo mismo.
– Lo sé. Esta vez es la última.
Ella hizo un gesto con la boca, torció los labios, pensó en un par de groserías, se prometió que no diría nada. Él observó otra vez la pared, recordó que Ella había escogido los colores, sonrió.
– ¿Me tienes en altavoz?
– Sí, pero estoy solo.
– Que mamera con usted, siempre es lo mismo.
El teléfono cayó al piso, ella reclamó pensando que Él le había colgado.
– Creo que ya no podré tomar el teléfono. No puedo con el peso de mis manos. Por eso está en altavoz.
– ¿De qué hablas?
– De nada. Cuídate.
– ¿Qué putas te pasa? ¿Qué quieres?
– Voy a colgar, solo llamé a despedirme.

María encontró el cadáver, el teléfono estaba descargado. Lo puso en la base, esperó a que la carga permitiera hacer una llamada, habló con la policía, les explicó. Antes de que la policía llegase a la casa, el teléfono sonó.
– ..
– Ya no está. Está muerto.
– ..
– A mí no me importa, solo puedo decirle eso.
– ..
– No sé quién es usted, si era alguien para él, pues seguro él lo supo.
– ..
– Ya le dije, no me importa. Eso debió decírselo a él.
– ..
– Acaso a él le importa lo que sientes, ahora que está muerto, ahora que nada puede hacerse.
– ..
– Voy a colgar.

El teléfono volvió a sonar, ella no contestó. El teléfono volvió a sonar, ella vio a los oficiales de la policía desde la ventana, desconectó el teléfono y se fue caminando despacio hasta la puerta

Otra vez el novio de la muchacha del bar se enoja, esta vez la culpa es suya, la besó para que yo lo viera, me miró del modo en que lo hacen los niños cuando son vanidosos, le dije, a ella le duelen los besos que usted le da cuando yo la miro

En el bar hay un cuarto en el que duerme la administradora, hoy he entrado con ella, cosas de la suerte, después de un buen rato en que la extrañaron afuera, pude ver los objetos en las paredes, 1440 relojes, cada uno solo funciona un minuto cada 24 horas. Para conocer la hora se debe encontrar cuál está en movimiento.

La muchacha del bar me pasa un sobre, de los usados para las cartas, pienso que es un objeto en desuso, como los nombres de mis tías que ya están en vía de extinción, lo abro, de manera prudente ambos evitamos que su novio lo note, en el sobre está una hoja en blanco, ella nota mi extrañeza, dice, es para que me narres, mañana seré lo que escribas de mí esta noche.

Antes de que yo ponga la primera línea en la hoja ella me pasa una nota, no se te ocurra escribir de comida, no llevaré galletas a tu mesa, no prepararé el desayuno, no doblaré el aroma en tu cocina, no prepararé una taza de café, y menos pondré arequipe en mis senos, puedes usar palabras como adobar, sazonar, hervir, fuego lento, comer morder, tocar, probar, y poner mi nombre cerca de esas palabras.

La muchacha del bar lee el primer párrafo que he escrito, y me dice, te pasa siempre que confundes texto, con testo-sterona, pero me gusta y lo que escribes me gusta, sigue por y para mí.

Para embarcar tu voz en las olas del tiempo, tomaré tu silencio y zurciré en él océanos.

Hay instantes en que las metáforas no se ofrecen para dar sombra al día, la palabra no aparece para narrar al corazón que siente o a la mirada que observa. Los peces solo son eso, ramas de carne fría en la arena líquida del río, las aves siguen siendo espadas sin asombro en la distancia. Hay instantes para los que no encuentro una manera de ponerle música o letras, este es uno, y me quedo roca en el camino

Tu mirada desprevenida, libera de su peso el techo de tu cuarto, así como tu corazón se libera de los otros para quedarse en mí, extensa y profunda para seguirme.

La cama tendida, la ropa planchada, la cocina ordenada, la memoria encendida, los pies en el aire, la mirada sin fondo, y tú ahora dormida en mi sombra.

Estamos hechos de milagros. Me gusta decir eso, y lo creo, aunque algunos lo llaman casualidad o predestinación, solo que yo soy quien escribe estas notas entonces le pongo el nombre que quiero. La definición de milagro es «Hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino», así somos nosotros, dos desconocidos un día se encuentran, dan por hecho que pueden juntarse, o se juntan sin saber que pueden hacerlo, y van reproduciéndose sin motivos que uno pueda reconocerles luego.

Los juntados viven en ciudades que pueden ser las mismas en donde nacieron o en otras a donde emigraron, y así están transitando por la vida mientras que uno, producto de su juntamiento va con ellos, existe, tiene nombre propio, se identifica ante los demás como hijo o hermano, sobrino o primo, así acepta un camino que otros han nombrado. Estudia, dice la buena fortuna que estudiamos, y sin saber ahora por qué motivos, sean pecados o virtudes, termina estudiando una carrera que luego lo lleva a trabajar a lugares en donde otros similares llegan por el mismo camino que uno ha recorrido, es decir, el de los milagros.

Es un milagro, por ejemplo, que una tarde alguien mire por la ventana, observe en la calle a un gato que pasa, el de los vecinos, y luego uno se entera que los vecinos fueron amigos propios en otro barrio, entonces, sin saberlo, estamos compartiendo el mismo objeto de la mirada, también puede pasar con otros amigos, y compartimos amigos comunes, gente que estuvo de paso y aún así uno reconoce sin saber que son personas conocidas de otros que uno conoce.

Ahora estoy sentado aquí viendo la pantalla, una pantalla que recibe del teclado mis pulsaciones, antes, igual lo hago ahora, esta debería ser una actividad realizada en papel, con bolígrafo y a mano alzada, pero bueno, también es un milagro que este computador me haya sido asignado, escribo en él una charla sin tiempo contigo, y digo la palabra que te nombre, ahora, por qué nos encontramos ahora, qué tipo de milagro nos es necesario para que la vida nos junte, y no hable de juntarnos como lo hicieron tus padres o los míos, me refiero a estar acá cerca el uno al otro, compartiendo una distancia que está tan llena de lejanías como de momentos cercanos.

Es un milagro saberte, mira, estás aquí en mis palabras, siendo nombrada con el éxtasis que me permite la verbalidad de mis letras, ya estás en mis memorias, en la satisfacción completa que producen los amigos.

Enamorarme de ti es inevitable, así como estar herido de amor es incomprensible. Te amo, solo en este instante, solo este instante existe.

No lo sabes porque has tomado distancia de estas cosas, quizá te parezcan nimiedades, asuntos insulsos que no merecen importancia alguna, pero yo lo he notado y debo mencionarlo, espero se ancle en tu memoria y luego lo recuerdes, hace tiempo, mucho tiempo no ves encendida una llama, fuego verdadero. La conexión eléctrica, el microondas, y otros objetos han sustituído el uso del fuego, tú, en tu casa no enciendes una luz que no sea otra que la del bombillo en el techo. Te lo digo ahora, porque un día tardarás en recordar que el fuego existió y tendrás que buscarlo entre las piedras cuando la primera hecatombe energética suceda

Hay quienes se comportan con uno como si quisieran ser olvidadas.

Me dijo, prefiero llegar contigo, y yo tuve que aceptar que era lo más bonito que me habían dicho en décadas

Dijo, me quedaré en el agua hasta que el cuerpo sea olvidado

Ella me pregunta qué pienso acerca de la muerte, y le respondo, ¿antes o después de estar en ella?

Cuando mides la distancia en horas desde el momento en que rompiste el sueño, reconoces el clamor del grifo en la cocina, el temblor del agua contenida en el baño, la gota de lluvia olvidada en la ventana.

Un zepelín pasa atiborrado de memorias, dos y tres son números romanos en una clase de aritmética en primaria, las calles vuelven a medirse por neumáticos ruidosos, la noche es de alfileres en los ojos, una venganza por los amores perdidos.

Le pones nombre a lo que sientes, trasnochado, le encuentras sinónimos al hecho, insomnio, vigilia, vela, y te antoja verte desde el techo, caes en la prisa del deseo infantil por ser lanzado al sueño con arrullos.

Temes a la explosión solar que da comienzo al día, sabes que el sueño llegará en el borde exacto cuando el tiempo de los pies en la rutina del día es inevitable.

El silencio viene con la noche, a veces se queda y vaga conmigo en el día

Borraste el relieve de mis manos de la geografía de tus mapas, desbordaste cordilleras y acortaste ríos antes que apreciaran a las olas, usaste bien la goma de tu lápiz, pero luego, tatuado en la punta del carbón iba repitiéndose en tu trazo mi yo contigo

Cerraste la puerta de tu casa, borraste el contacto del teléfono, diste una vuelta a la sombra y te saciaste en la luz que ciega, pero aún con todo eso, mantienes tu corazón abierto y palpitante a mis voces.

Vengo al bar de los viernes, ella dice, llegas tarde, y sin pensar mucho digo, siempre estoy tarde contigo, así, un poco brusca me dice, peor sería que no vinieras, entonces prepara dos mojitos y pone los dos para mí, bebe con tus fantasmas, vuelvo cuando ellos estén sobrios y tú ebrio de mirarme.

Suena una canción, ella me dice, con esa música hicimos el amor en tu biblioteca, me sorprende lo que dice, hago un gesto de asombro, entonces rápidamente deja caer un balbuceo que termina con una explicación que se me antojó gris y poco cierta. Me quedo pensando en que ella ha venido del futuro y sabe más cosas de mí que yo mismo, me enojo sin decirlo, pido pongan una canción, lo hacen, suena otra canción antes de la pedida, esta vez el aire se rompe con «… Ahora estás en mi lista de promesas a olvidar…»

El novio de la muchacha del bar pasa y me pregunta si quiero otro trago, ya me he tomado los dos que puso su novia, respondo sí sin pensarlo mucho, me dice, lo quiere gratis o pagando, le respondo ya pagué, usted fue parte de mi deuda, estoy esperando a que se extinga.

Ella lleva un reloj que no funciona, le cambia la hora a su antojo, a veces me dice, este reloj paró el tiempo cuando me besaste. Ahora viene el novio, nos encuentra hablando, y ella sin afanes repite lo que me dijo, entonces esquivo el golpe y por pelearme me sacan del bar.

Hay quienes bebiendo luz de luna, sus ojos los precipatan al abismo

Hoy he ido a ninguna parte, debo decirlo de esa manera, al comienzo quería hacerlo así, hoy no he ido a ninguna parte, pero siento que he estado en movimiento, me he trasladado, sin embargo, a parte alguna he ido. Estuve sentado en el sofá media tarde, si mido el día en partes sería de este modo, media mañana me quedé en la cama, media mañana aprecié el color del aire desde la ventana, media tarde sentado en el sofá, eso ya lo dije, media tarde dormido, y esta media noche estoy pensando en lo que hice en esas mitades ya mencionadas.

Le digo a una de mis amigas, no se me ocurre algo para escribir, y ella con la ternura de quien me quiere y sabe cómo fastidiarme, me responde, afortunadamente, porque lo haces mal. Ante mi expresión de asombro, me da un abrazo y me dice, con esa cara que pones confirmas que es importante para ti, así que hazlo bien, y si no lo vas a hacer bien, mejor no lo hagas

Otra vez soñé con la infancia de mi mejor amiga, la vi abriéndose camino por la calle, corriendo detrás de un par de aves que jamás alcanzaría, con unos pantalones cortos cuyo borde estaba en las rodillas, corría feliz, daba vida a la sombra de su cuerpo, y luego de no alcanzar a las aves se sentaba a mirarlas desde la acera. Otra vez soñé sin saber quién soy en esa época, pero después del sueño me dan unas ganas de imitar el ladrido de los perros

En la hora propicia para el ocio ella viene, toma un lugar junto a mí en la silla, ríe, pide mi atención y nos juntamos para darle más minutos al tiempo

Yo quería llorar un poco, entonces me senté en el andén y lo hice. Un niño se acercó y me preguntó si tampoco a mí me habían dado helado, hice un gesto con la cabeza afirmándolo, luego me dijo, no es el fin del mundo pero se parece, y yo limpiándome las lágrimas le respondí con un sí rotundo. Al rato, después de varios segundos en que él se limpiaba la cara le dije, si fuera el fin del mundo ya no habría de qué preocuparse, y con un gesto hizo cara de «tampoco importa eso». Yo quería llorar un poco y después del llanto compartido con el pequeño a mi lado me levanté a caminar un poco, nos fuimos con el niño hasta el parque próximo y volví a caminar solitario y callado como en la infancia.

Mujer nómada no tengas prisa en huir; en tu corazón empieza y termina el camino

Empecé a odiar el viento cuando supe que él olvidaba el aroma del mar y el olor de la montaña por traer a mí la fragancia de tu beso.

Hicimos fila en la farmacia, uno tras otro recibimos la misma medicina, los placebos autorizados para eliminar el miedo a la noche. Sabíamos que apenas eran las dos de la tarde, aún así el temor nos sorprendía desde temprano, todos habíamos dicho, hoy, la lluvia y la noche llegarán temprano. Fue así, a las cuatro de la tarde se desprendió la noche, vino con rumiar de gotas. Yo dormí igual que todos, y cuando despertamos, todo era una nube blanca eléctrica de la que éramos un fragmento más de su forma exacta

El edificio sin vidrio en las ventanas, todas cerradas en su forma pero abiertas porque nada las cubría, y el arco de las puertas sin otra protección que su forma. Había perros en algunas ventanas, en otras cojines consagrados a los gatos, había ancianos mirando en espera y sombras sin mirar afuera. Entré, nada lo impedía y tampoco anda me invitaba a hacerlo, pasé un largo pasillo, di un giro antes de continuar por otro y luego me vi, la sombra mía estaba junto a mi cuerpo y yo podía verme desde la ventana sin vidrio en donde había estado mi apartamento.

Me pareció un ridículo acto de plagio ver a mi yo en el espejo hablarme, aún así lo escuché, decía algo acerca de la vejez y la escritura, algo como, de viejo serás sabio y te dará vergüenza lo que piensas, escribe ahora cuando no te da vergüenza nada.

Solo quieres estar sin comprometer, solo quieres participar sin ser, solo estás sin atreverte, solo quieres el nombre sin la búsqueda.

Yo recuerdo a una mujer que creía en mi amor para siempre, pensaba en que la amaría igual y más cada día, yo la recuerdo y me parece una idea maravillosa, para siempre, cuando apenas nos habíamos visto un par de años, menos que regularmente. Yo recuerdo haberle dicho amarla, igual hoy que mañana, o al contrario, ya ni sé, de cualquier manera la recuerdo. Yo la recuerdo y me he quedado pensando ahora en ella, no hace falta contarlo, bueno, tengo una excusa para hacerlo, ella es como un veneno, se queda por dentro, incluso de pensamiento, y prefiero eso, esto, escupirla a cualquier lugar en donde sea otro el que se contagie.

El señor, sentado a mi lado en el sofá de la librería, duerme con un libro de Borges abierto sobre sus piernas, está rendido, no escucha a las adolescentes que ríen al verlo, tampoco sabe, y no le importa, que yo lo narre, él ha entrado en la boca de la G y va tras la ceguera del escritor del Aleph para que lo despierte.

Puestos en discusiones innecesarias:
¿En dónde fue nuestro comienzo?
Ahí fue el acabose.

El hombre se despierta, cierra el libro, se mira los zapatos, se suelta los cordones, y se frota los pies, sonríe y creyendo que no lo escuchamos dice para si, creí que eran de gallina. Todos lo vemos y comprendemos de alguna manera su cacareo.

En la primera hoja, con tinta negra había dibujado un cuervo. En la segunda, el que parecía ser el mismo dibujo del cuervo estaba lleno de gatos del mismo color. La tercera hoja dejaba ver el cuervo elevándose en el aire, por encima de las casas. En la siguiente hoja, los gatos habían caído sobre los techos, el cuervo era una nube blanca.

Éramos alérgicos a la noche y no podíamos evitarla, caíamos astillados de tos en el minutero nocturno. Una noche, de estornudos agrietados nos sorprendió la lluvia en la calle, callamos, fue milagroso estar húmedos de gotas, encontramos el alivio. Así, en casa, todas las noches cubrimos el interior con una lluvia artificial que no pretende inundaciones, en cambio sí quiere ser remedio.

La palabra, tu palabra, la mía.
Mi voz, tu voz, la voz.
Tu mano, la mano, mi piel.
El roce, la caricia, tu beso.
La sed, el pan, el vino.
El árbol, la fruta, el sol.
Tu sombra, la sombra, mi luz.
El sexo, tu sexo.
La calma, la, la, la.

Hay gente que vive apostándolo todo porque cree que es su última oportunidad. Hay gente que no apuesta nada porque quiere apostar a lo seguro. Hay gente que no sabe de las apuestas y les importa nada esto.

Sin tomar nada como propio, lo dejaron todo, los fantasmas atravesaron la puerta de mi apartamento, y pasaron al del vecino. En el mío aparecieron los objetos perdidos en días recientes y los que años atrás se habían extraviado. Esto y otros eventos sucedieron un instante después de convencerme de que ya no volverías.

Un dolor sin forma se arrastra por la esquina frontal de la cabeza. Llueve, y la sensación de brevedad que dan las gotas de lluvia me hacen pensar en la muerte, no en muertes instantáneas o decesos fulminantes, más es en el compromiso al que debimos llegar en otro tiempo, un acuerdo con la biología del cuerpo, morirás sin saber cuándo, igual ve y vive. Todos los ruidos se contraen y se expanden, una nube ruge rayos craneales, duele, y no sé otros nombres para referirme a este dolor que tiene límites físicos pero no emocionales, incluso me duele saber de ella sin poderme asir a sus memorias.

El televisor ha dado un golpe de silencio con su pantalla muda, el control remoto está perdido entre los cojines del sofá, el libro de cuentos se antoja atractivo pero la mirada sobre las letras es dolorosa, calla la literatura, es necesario el maullido visual sin lectura, afuera llueve, siempre llueve afuera pero duele adentro. Un piojo invisible, inexistente, pasa de norte a sur por la cabeza, el cabello se electriza, la mano cruza con los dedos y rasca los lugares habitados por el bicho, el dolor se expande, llega al ojo, la cara cierra las ventanas, pasa la cortina por los ojos.

El viento añora huracanes y las gotas tormentas, parecen párvulos en preparación para otras épocas, que no se de acá la fuerza de esas tormentas. Cierro los ojos nuevamente, me recuesto en la cama, pongo un poco de calor con la palma de la mano en la cabeza, pienso en mi testamento, digo, también les dejo la lluvia que no me pertenece, y como siempre las preguntas que ya son suyas desde antes

El dolor de cabeza continuó hiriendo y agrietando la cordura, primero fueron las visiones tardías de una infancia ajena en un lugar de extranjeros, después el sueño con luces de colores adentrándose por la pupila como agujas de gas, después la noche de termitas sobre mi cara de madera.

Usted tan bien amada, dispuesta y enamorada, yo para no distraerla con embelecos, haré como usted quiere, haré de espejo y repetiré lo que le antoje oír aunque a mí ni siquiera me interese.

Yo salgo a las tres a tomarme un café, una hora poco oportuna por el frío y la lluvia de la madrugada, el balcón con sus baldosas sangrados en agua nocturna, las plantas regadas por agua de nube, y el café con aroma y nombre de haber sido preparado oscuro. Hoy he traído una silla, pequeña e incómoda pero silla al fin y al cabo.

Hay poco para ver, sin embargo, yo me he convertido en una cita inoportuna y esperada, así de simples pueden ser las guerras por odio, en frente, en la torre del otro conjunto sale una mujer a fumarse un cigarrillo, creo que vuelve de su trabajo nocturno a esta hora, se cubre con una manta que la tapa casi entera, y fuma sin prisa, de mismo modo en que yo lo hago con el café recién preparado.

Ahora tengo un termo en donde a buen confío pongo tres tazas más de café, puede pasar todo pero mi única excusa para estar en el balcón a esta hora de incipiente mañana es tomar café, de este modo cuando termino la primera taza doy vuelta a la tapa hermética y con delicadeza infantil repito la dosis de líquido sobre la porcelana en forma de pocillo.

La mujer fuma extendida verticalmente sobre si misma, la observo, la luz de su ventana la convierte en una silueta altamente visible y de fácil vigilancia, no hablamos, de querer hacerlo tendría que ser a gritos y no es un hábito propio y supongo que de ella tampoco, el grito no se me da muy bien, es un estilo de conversación que no he practicado y si lo hiciera no lo usaría a esta hora en que es probable despertaría hasta a los gatos que no han vuelto a sus casa.

Ella mira hacia mi balcón y lo ve oscuro, en apariencia vacío, sabe ella, eso le debe haber enseñado tantos días de estar observando hacia mi edificio, que estoy tomando café y viendo hacia su ventana. El cigarrillo dura en sus manos lo que yo tardó en beberme dos tazas, a veces pone otro en su boca y ya en mi cuarta taza ella toma sus pasos y los dirige a la puerta que cierra pronto, como si supiera que el frío se cuela veloz por las puertas abiertas.

Perdone usted, pero tengo una fascinación por las líneas de las manos, es inusual en mí que las quiera ver de este modo pero me es urgente conocer la palma abierta de su hija. Ya lo ha dicho, usted tiene afán por ir a casa y yo tengo prisa por leer los secretos en el borde de sus trazos, mire el ángulo, la curva hecha de rectas, el tono profundo y la suavidad con que da vuelta.

Mire usted la línea de la vida, me sorprende no lo haya notado antes, esto debe estar en mis anotaciones, deme un poco más de tiempo, lo escribo en lo que se cae una gota, en menos de un ya decían antes los abuelos, tiene una gran predisposición para superar los obstáculos en la vida, usted ya debe saberlo, yo solo lo leo y lo repito.

Otro poco señora, solo otro poco, ya voy viendo que ella está bien hecha, parece que los dioses se jugaron por ella las cartas y ella las ha sabido jugar en la vida, note usted entre estas dos líneas, si ve, hay una distancia exacta, esa es la perfección del que nace y es al mismo tiempo lo que el destino le ha prometido.

Si ve acá en el índice, esta línea está hecha a propósito, es la de los sentimientos, que bonita debe ser esta muchacha con usted y su familia, son sentimientos hermosos los que trae escritos, cuídela de novios tontos, aunque ella se cuide sola no está de más una ayuda de su madre. Que sí, que ya casi termino, solo voy a mirar un poco más los montes que bordean la palma y ya termino.

Señora se está poniendo necia y yo me pongo nervioso, tranquila, estese tranquila, yo le devuelvo sus joyas pero usted déjeme extasiarme con estas líneas, nunca puedo verlas, casi siempre van idiotas a mi consultorio, nada interesante para ver, no puedo darle mis datos, no en esta circunstancia, es que no hay muchos clientes y debo contemplar otras fuentes de ingreso, esto de robar se me da bien, pero, bueno, ya le devuelvo sus joyas, ya que he terminado de leer estas líneas tan maravillosas, vaya con prisa, no sea que otro atracador las encuentre.

Otro día más, otro mes que ve pasar sus días al ayer, y tú y yo sin juntarnos, sin que se nos de el momento para tener que decir a todos, hoy llego temprano a casa, la vida me espera para tomar café y hablar de todo y de nada sobre la piel que me ama. Otro día más, y tú y yo sin juntarnos, poco a poco vamos a olvidarlo, y cuando lo recordemos ya nos estaremos buscando en otro bosque sin saber que todas las búsquedas que emprendamos serán para saciar este encuentro que no se nos dio y que poco a poco iremos olvidando.

Usted me pregunta, por qué ahora llevo un reloj en el brazo, y yo con un poco de llanto seco le respondo, tengo dos relojes en el alma, uno que mide el tiempo que no fue, y otro que añora el tiempo que será. Ambos me los regalaron y cada cierto tiempo me los pongo para recordar, para reconocer que soy recuerdo, olvido y añoranza, en algún lugar de un corazón que me pone tiernamente en sus latidos.

Cuando quieres ser olvidado por el otro te vuelves su espejo, así deja de verte y solo se ve en ti lo que el otro quiere ser o se imagina de si mismo. De este modo, cuando ese otro quiere encontrarte no podrá hacerlo porque has dejado de estar para él hace tiempo. Cuídate de que pongan para ti un espejo

La mujer entra al ascensor, yo voy detrás de ella, escogemos pisos diferentes, ella el dieciocho, yo el catorce. Apenas termine de cerrarse la puerta ella saca se suelta la blusa, los botones superiores primero, luego abre el sostén y dentro encuentra un par de bolsas, dentro de las bolsas hay unas pastillas, de una toma dos cápsulas y se las toma, del otro solo una. No se fija en mí, todo lo hace a prisa, de hecho no se ha dado cuenta que el piso catorce en donde yo debía bajarme ya fue alcanzado por el ascensor y yo no me bajé aunque la puerta se abrió y se cerró sin pausa alguna. Los senos son pequeños y atractivos, ahora que mido mentalmente el tiempo que use para ver, me fijé más en sus senos que en las bolsas. Antes de llegar al piso al que va, yo pongo el piso veinte, ella se fija en mí, no sonríe, termina de ajustar su blusa, la puerta se abre, sale y dice, feliz día suertudo

En el mejor de sus modos, seria, con un rostro entre indiferencia y desgana, me dijo, seré una monja doméstica en tu casa, no vayas a fastidiar la tranquilidad de mi cuerpo y yo no molestaré tu inteligencia social ni emocional de manera alguna. Seremos el nombre que la sociedad le da a los matrimonios y haremos públicas expresiones de amor, prometo hacer parecer este un matrimonio perfecto. Solo comprende que seré una monja sin culto o vocación religiosa, lo digo para que sepas que no te permitiré ahondar bajo mi ropa o meter siquiera tus ojos en mi piel. Acepté de buena gana, nos casamos y ahora estamos aquí viviendo en una parquedad amorosa que nos va bien a ambos, sin que afuera alguien imagine este estéril camino sexual al que nos apegamos desde el comienzo.

El gato puso sus uñas sobre mi oreja tratando de evitar la caída, se cayó de un mueble a donde había escalado siguiendo sus instintos. Yo había ido a visitar a mi amiga, ella estaba sacando un jugo de la nevera, al tiempo que las uñas del gato me herían yo daba un giro, sin querer luego mi brazo movió el cuerpo del animal, este no pudo sostenerse y fue a dar por el espacio vacío en la ventana. La música de los vecinos atrapó cualquier maullido, yo me limpié con la parte interior del saco, nada pasó, el gato afuera cayó y fue recogido por unos niños, adentro la conversación estuvo placentera hasta que su dueña lo extrañó. Ayudé a buscarlo hasta que mi amiga se convenció de que se habría ido de cacería a la calle.

El local estaba junto a la farmacia, un pequeño letrero en la ventana de vidrio, «Se venden ideas para narraciones», entré, el lugar estaba vacío de objetos, una mujer con una cinta en su brazo izquierdo indicaba, «fabuladora». Pregunté, me respondió, usted es nuestro primer cliente y también nuestra primera idea para un cuento, y caí doblado entre páginas en un cuaderno de notas que apareció en una vitrina detrás del mostrador

«En esta ciudad no cabe un minuto más» Esas palabras eran pronunciadas por un hombre cuya palidez parecía cubierta de cirios. Nosotros, ella y yo, seguimos caminando sin notar que habíamos atravesado una frontera, y ahora estábamos dentro de lo que ella medía. Pasamos varias calles, quisimos saber la hora pero no vimos relojes, al comienzo solo los buscamos en las vitrinas, en lo alto de las torres y junto a los campanarios, después quisimos encontrarlos en las muñecas de los hombres pero tampoco lo logramos. En el ir y venir por las calles fuimos testigos de un hombre que llevaba una noche sobre sus hombros y varias mujeres que cargaban un día extenso, de algunos que pasaban de la noche al día con facilidad. Preguntamos a una mujer cuyo rostro nos pareció amable, ella en un lenguaje del que no tenía conocimiento nos indicó por señas seguir una calle y girar después, así lo hicimos y llegamos a una esquina donde un letrero daba cuenta del uso del local, «Relojería». Dentro de la única vitrina había dos, nos fueron ofrecidos por el vendedor, «solo queremos saber la hora» el hombre insistió en medirlos en nuestros brazos, no pudimos contener su insistencia, y cuando nos los vio puestos nos dijo, ya saben que el tiempo es propio, y mide para cada cual su idea de tiempo, pueden soltarse de la mano y cada uno seguir solo sin el otro, a cada uno se le ha dado su propia temporalidad.

Frente a una plaza, en un restaurante, las personas hacían fila para almorzar, miré el reloj y tuve hambre, sin pensar me hice al final, vi que a cada persona le daban un plato lleno de comida, cuando yo pasé el mío me lo dieron vacío, nadie rió, nadie se fijó, a nadie pude preguntar. Volví a hacer la fila, ocurrió igual, el hambre aumentó, y sentí que el reloj aullaba diciendo, es la hora de comer. Repetí la fila, esta vez observé en la parte superior de la puerta, un letrero decía, no pidas, ofrece, y el plato se llenó

Despertó de repente, observó su creación y sintió temor por su sueño, entonces, limpió de sus manos el polvo y el barro; decidió descansar en el sexto día

No te maquilles, ven con tu rostro limpio, no uses champú, deja que tu cabello solo reciba agua, no te apliques cremas o lociones en tu cuerpo, tampoco traigas esmalte en las uñas, quítate los anillos y ven con el cabello suelto. Esta vez no traigas tu collar ni el reloj que siempre usas en tu brazo izquierdo, ven solo con tu ropa, que puedes quitarte antes de entrar a mi habitación. Así de pronto al médico le parece que eres higiénicamente aceptable y te deja dormir conmigo mientras salgo de mi estado de coma

Lloró un poco, luego acercó el arma a su boca, sintió un temblor en el cuerpo, introdujo el cañón, nuevas lágrimas, tembló nuevamente y el movimiento hizo que el cañón le tocara un diente. Sintió el dolor propio de las calzas mal puestas, entonces dejó todo a un lado fue al baño, se cepilló, observó la muela y se preocupó. Fue al teléfono pidió una cita y olvidó lo demás por completo

La luna se aterra de verlo sostenido por la soga como si fuese una extensión de las ramas o una fruta más del árbol. El ahorcado lloró de susto al ver la luz de la luna hacerse montones debajo de sus pies y sostenerlo. El susto le sirvió para saltar urgente hacia adelante. La cuerda se tensó y agrietó la garganta. La luna se aterró y entonces ocultó su luz, algo dentro de ella la hizo sentirse culpable.

Entonces me dijo, te he olvidado, y le respondí, entonces podemos empezar de nuevo.

«Oler el día» dijo Cortázar, pensaba en eso al despertar y extraje mi nariz para recoger el aroma del cuarto, no olía a nada, así me dije, ella sigue atrapada en la noche, amanecerá cuando ella se ponga a la distancia de una respiración corta.

Tuve que contarle sobre los mensajes de su novio reclamando por mis constantes expresiones de cariño, y me dijo, que se joda, cuando sea capaz de amarme como tú, comprenderá que negarme a ti ha sido mi única defensa y la única salvación posible que me queda, así no volverá a decir algo sobre ti, claro está que quizá yo ya haya abierto todos mis puertos a tus mares, y tus olas sean mi bosque y mi arena

En relación con el descanso que tomé entre uno y otro piso el otro día que subía por las escaleras, fue un momento de absoluta necesidad de comprensión y ayuda, nadie lo supo, quizá porque nadie se fijaba en mis pasos de piedra. Tú estabas atracando con tu alegría a varios jóvenes de tu edad, yo me escapaba al segundo piso de la galería para evitar la sensación de bruma viscosa que me producen esos instantes en que tu juventud se conecta con la de los otros y yo necesito de una vejez se cercana para negarla.

Me dolió el pecho, entre una puntilla que entra sin fin y un alambre en espiral que aprieta desde abajo y hacia adentro el corazón, esa es la medida del dolor que tuve en ese momento. No me desplomé, y fue por miedo, tuve miedo de caer frente a la pintura colgada en ese lugar. El cardiólogo se atrevió a pronosticar un pre infarto, eso puso en la receta médica.

La pintura quedó enmarcada en mis ojos, sus meridianos y paralelos cupieron exactos en mi miedo infantil, me repetí, no puedo dejar que mi espíritu caiga atrapado en este lienzo, así, sin ser observado por nadie me sostuve de mi miedo para no caer, y luego cuando pude seguir subiendo hasta el segundo piso fui hasta una silla a presumir un descanso ajeno al dolor que sentía.

Y me dijo, la anatomía de mi cuerpo agradece tanto a tu voz y tus manos como mis emociones a tus palabras y metáforas, haz las dos al tiempo, cuando muerdas mi cuerpo ancla tu palabra en la saliva y humedece el dolor sin existencia, cuando beses, sondea con tu voz el eco en mi pecho.

Palabra enviadas en privado y expuestas al público. Comprende, te quiero cercana, en y con mi corazón. Comprende que extiendo para ti mi universo y dispongo a tu gusto mis horas. Comprende que te extraño porque me faltas.

Yo le puse un beso a la rosa y la dejé a tu lado en la cama, tú en cambio, le pusiste una capa de algodón a la espina.

Ven, juntémonos, cada uno con su destino, libres y dispuestos a ser cada uno sin necesitar del otro, pero juntémonos, cada uno con su destino pero juntos.

Le digo, eres mi pensamiento favorito del día y me gusta repetirlo diariamente. Ella me responde con una pregunta, ¿repetir el día o el pensamiento? Y le digo, el día, el pensamiento se repite en él.

La pareja de mujeres se besa en la silla frente a la mía, yo quiero dormir un poco aprovechando el sofá y el silencio de la librería, no he podido hacerlo porque una de ellas, mientras se besan, va levantando su blusa y como por descuido muestra parte de sus senos. En la librería, los que trabajan no han notado el suceso, yo no quiero que lo hagan, menos ahora, la mujer me mira y parece sugerirme me junto con ellas.

Un viento frío atravesó las calles del centro, su voz de hielo venía con presagios de lluvia. Yo volvía del restaurante camino a la oficina, el aire se filtraba por el saco y asomaba su cuello por el pantalón. Las conexiones neuronales juegan de acuerdo con su propia regla, era simple, hacía frío y yo volvía a la oficina, pero la neurona se conectó con algún lugar en la memoria en donde tú caminabas a mi lado y hablábamos del aire frío de la noche.

Esta erección me pertenece,
sucede en mi cuerpo, pero nace del tuyo,
la eyaculación que sucede al filo de su punta, ocurre también aquí,
pero nace también en tus formas y la manera en como dentro de mí imaginación nace tu deseo.

La flaca muerde suavemente la punta del dedo índice de su mano derecha, yo la miro y me conmueve la delgadez de sus manos. No sé sus brazos, los supongo con la misma redondez de sus dedos, están cubiertos por una blusa de lana que la rodea también en la espalda y los hombros. En los lóbulos de sus orejas, no sé si hay lóbulos en otros lugares del cuerpo y no quiero tener esa certeza ahora, en sus orejas usa unos aretes de color rosado, son rosas, las toca después de que se muerde la punta de sus dedos.

Ahora dime por qué no escucho de tu boca el acento de hierba que amé apenas hace unos calendarios.
Con qué muralla rasgaste la claridad de tus ojos para que no vea ahora la luna hiriendo mares entre tus párpados.
Qué sistema de medida usas para que ahora la distancia no me permite presentirte, estás tan lejos que una palma de mi mano debería ser tres universos para alcanzarte.
Qué pensamientos frustraron el continuo ir y venir de mis días a y en tu recuerdo, por qué no hay respuestas ni preguntas con las cuales quiera nombrarte.
En qué lugar encalló tu aroma y cediste a la sinmemoria para que ahora yo ni siquiera entienda el motivo de estas preguntas.

Estoy cubierto de áureas solares, sé convincente en la farmacia, la medicina ha de sostenerme sin fragmentarse ante la muerte

Abres el closet, cruzas los ojos por tu ropa, escoges un vestido, lo acercas y mientras te vistes, encuentras en tu recuerdo mi mirada sobre tu escote.

Yo preparé desayuno; te esperaba en mi casa
Puse un poco de dulce en el pan
Té, leche y café expresaron las lenguas de fuego.
No, no vendrías; fue inevitable la fuga.
Arborizado en el comedor, silla, mesa, madera.
Lavaplatos con agua caliente,
Jabón líquido, manos sin guantes,
tampoco estuviste para lavar la losa.

Abandona la palabra biológica, deja de decir, lengua, saliva, humedad, labios, boca, piel; di en cambio, beso, simplemente beso

Preguntas que uno escucha en la frutería, una amiga a la otra, ¿para qué tienes la fotografía de tu novio y para qué la llevas como una bandera si al final en tu corazón llevas a otro?

La señora en la librería me dice, cuando seas conocido, voy a contar que venías a la librería a dormir y tomabas una siesta de cinco a diez minutos en el sofá. Me avergüenzo un poco y le digo, no lo haré más, pero igual no tienes una fotografía que lo demuestre. Ella me muestra en su celular una serie de fotos de una persona durmiendo, no se parece a mí, aunque es la misma persona parece cambiar en cada fotografía, le digo, no soy yo, ella dice, sí, en tu vida de hombre famoso eres así. Yo, esta conversación y tú estamos en su vida paralela.

La nube marca territorio, el asfalto cuenta gotas, la campana de la iglesia envidia el grito envuelto en truenos, un perro ciego ladra a las presencias oscuras que lo vedan, el semáforo abre su garganta de colores, unos pasan, otros esperan. Tú me esperas en la otra esquina, la ciudad se torna invisible, las gotas caen virales sobre la calle, tú me esperas con el paraguas en la mano, yo agoto el espacio junto a una puerta. Llueve y seguimos esperando el encuentro

Este día cruzó la noche
Atravesó el océano
Se tragó una nube
Enfrentó montañas
Parió una luz
Madrugó un amanecer
Y tú, tú, y yo, yo
Descendimos
Con el día

La distancia.

Después de tres canciones de Fito Páez, ella pregunta, ¿para qué sirve la música? Solo por responder, sin pensar mucho, digo, para no estar y ser un poco otro en el mismo lugar. Dio media vuelta y puso su cara frente a la mía, sus senos quedaron lejos de mis ojos, mis manos tocaron el aire detrás en su espalda. Estiró las piernas y las mías quedaron huérfanas.

Preguntó, ¿Quién eres ahora? Mala pregunta, todas las respuestas serán incorrectas, ninguna respuesta conviene en este momento. Soy Tú. Eso dije. Salió fácil, la besé y no hubo respuesta a mi caricia. ¿Quién soy? Supe desde esa pregunta que la mano húmeda dejaría secar el aroma recogido por mis dedos de entre sus piernas.

«No sé, no tengo una respuesta correcta.» Cambió la posición de su cuerpo, miró al techo y dijo, no me importan las respuestas correctas, quiero las sinceras. En el fondo del oído una canción de La Orquesta Mondragón puso una cortina musical al silencio. Respiro, como si nunca hubiera sabido que respirar es un acto inconsciente, y digo, eres la mujer exacta para mi corazón entero. Frase bonita en el momento más inoportuno.

Otra vez hablando de exactitudes, yo solo quiero sinceridad, nada más, déjate de tonterías. . Esta vez, sin que siquiera intente evitarlo, encuentra su ropa interior y se viste debajo de la sábana. La erección no disminuye, el deseo de sostiene erguido en mi cuerpo.

Ella retira mi mano de su estómago. Pienso en la canción, quiero tener todas las voces para decir algo consistente, nada inteligente se me ocurre, asco de inteligencia. Repito, Soy Tú, tu amanecer y tu caída nocturna. Gira su cabeza y me mira con todo el desapego que le cabe a su mirada. Ponte serio, deja las palabras para las canciones.

Ya no supe en dónde puede empezar y terminar la pregunta inicial. Extiendo el brazo, presiono un botón, apago la música. No le importa, sigue callada. La pantalla del celular le ilumina el rostro, se ocupa de los correos pendientes de leer, «no es momento para eso» Otro error, esta vez descubre su furia.

Atraviesa el espacio entre la cama y la puerta. «Puta mierda» le miro las nalgas medio cubiertas, parece notarlo y sin que la distancia y el tiempo sean obstáculos, rápidamente se pone el pantalón y la blusa. Me quedo en la cama. Ella en la sala, desde la esquina derecha del colchón pienso en qué está leyendo, «su puta madre, otra vez ese tipo»

Voy a buscarla, no está en la sala, le apuesto a la cocina, tampoco, voy al baño, me convenzo, se ha ido de mi casa

Si usted no tiene un desplazado en el corazón es porque no vive en mi país.
Si a usted no le ha tocado el resplandor de una herida y una gota de sangre le ha cubierto una pestaña es porque vive en la otra orilla,
en la que no les duele mi país.
Si usted aún no cree que la llaga en el rostro sangrante del desconocido que vive lejos en el campo la hemos hecho todos es porque usted es quien ha puesto una línea para diferenciar las dos orillas.
Si usted insiste en cerrar el puño y gritar para cegar su oído es porque no ama a mi país.
Yo quiero insistir en nuestra fraternidad, en que somos hermanos, y sólo codo a codo, iguales ante y en el otro podemos llamar a este fuego de sangre diario, mi país.

Ella, cuando me ofrecía sus senos, lo hacía como si fuese su hijo y yo la veía del modo en que los niños ven a sus madres, así acababa el erotismo y dormíamos tranquilos hasta la siguiente gota de leche imaginada.

Insistir, es el verbo que ella me pide seguir esta semana, tendré sus frutos.

Tomo su boca y la beso, ella juega con su lengua entre mis dientes, luego me muerde, y yo caigo en medio de su ombligo con la cara abierta a sus senos, al tiempo que caemos en la cama. El teléfono suena, ella le contesta a su novio y yo sigo con mi cara entera en su estómago. Le dice, sí, estoy durmiendo, responde sus preguntas hasta que un gemido de acento simple está a punto de escaparse de su boca, pone sus manos sobre mí, y le dice a él, tengo sueño, te llamo al despertar, entonces se planta abierta y dispuesta ante mis letras.

Duerme como si mis manos te dieran un abrazo desde tu espalda, y con las palmas abiertas cubriera tus senos

Esta noche en octubre, mientras sufrago tiempo viendo una película de culto, afuera llueve del mismo modo en que dentro de ti todas las nubes caen victoriosas agradeciendo la paciencia de los dedos que sufragan en tu cuerpo.

Te espero a la vuelta de la esquina, de manera espontánea, haz como si no te estuviera esperando, dame un poco de tu risa, y conversa conmigo como si estuviéramos en globo en vuelo al ártico

Otra vez enojado le dije, pronuncia mi nombre, solo entonces desataré para ti el universo.

Ella mira mi plato, ve que he dejado una tajada, una porción, y me reclama, «debes comerlo todo, la comida no debe sobrar porque no puede botarse». Ante mi gesto de duda continúa, mi mamá lo dice, nadie en casa se levanta si no después de haberlo comido todo y dejado el plato limpio. Sonrío, ante ella solo tengo la sonrisa, y tomo aliento para comer la porción y la tajada pendiente, entonces cuando termino, junto los platos y los levanto para llevarlos a la cocina, pero ella nota una línea de disgusto, mínima pero línea al fin y al cabo, y dice, tampoco puedes levantarte disgustado, aprendí de mi madre eso y otras cosas, sonrío plenamente y sin sombra de disgusto, entonces me dice, es como cuando te levantas en la mañana de la cama, habrás notado que siempre quiero que lo hagas alegre y entusiasta; también decía mi madre, de la cama tu esposo saldrá feliz y satisfecho, si no, no lo dejes tocar el piso con la planta de sus pasos

Le digo, a veces creo en la historia de Adán y Eva expulsados del paraíso, sobre todo cuando estoy contigo, me pareces suficiente prueba de que el paraíso existe, y también me parece imposible que algo lo contenga para negarlo.

Puse leche y galletas en la mesa, eso para comer mientras leía, así fue como empezó mi memoria a nombrarte, recordé que en mi casa durante varios días toda la comida estaba dispuesta para tus visitas

Yo no sé tu piel, tu sexo, ni tu boca.
Sé tu nombre, tu abrazo, tu silencio.
Yo sé la distancia y la música sin palabras,
El silencio que no se derrumba entre nosotros.

Esa mujer de belleza crónica
A la que ves en otro instante y es más.
A ella, una mirada con punta de flecha
La cruza por entre los paralelos
A uno y otro lado donde la mano cóncava
y la boca abierta tienen un lugar.

Un pie después, entre los otros,
Un par más, movimientos lentos:
Propósito el equilibrio
Este no es un lugar para caer
No, no en esta estación
Me bajo en la siguiente.

Usted tan viva en el amor y yo tan desahuciado

— Hay que acometer la duda para cometer el instante.
— ¿Qué dices?
No respondió y la besó en la boca.

— El universo es infinito y se expande constantemente.
Lo mira, sigue atenta a sus palabras.
— Hay millones de años luz en él.
Parpadea y aprieta los labios.
— Son incontables los mundos por descubrir. Falta mucho por conocer.

Sonríe y previo al beso le dice :
— Nada de eso falta mientras tú estés aquí dentro (se toca el pecho), tú eres suficiente

— ¿Qué haces?
— Leo.
— ¿Qué?
— Un libro de poemas.
— ¿De quién?

Sin prisa mira la tapa del libro que le muestran y lo toma en sus manos.

— ¿De qué trata?
— De ti. Todos los poemas hablan de ti.

Ella responde aunque no hubo pregunta:
— Tengo novio.
Él mueve la cabeza, un gesto de entendimiento.
— Lo amo.
Él repite el gesto.
— Somos una linda pareja, nos comprendemos y comunicamos plenamente.
— Es hora de irme.
Él la abraza y acerca un beso a su mejilla.

Ella se apiada de si misma y se libera de un pensamiento.
— No sé por qué me faltas tú si lo amo a él, no sé por qué te pienso tanto y lo tengo a él, no sé qué me pasa contigo.

Él dando un paso hacia la despedida le dice:

— Es por qué soy invisible a tu deseo y no puedes abarcarme, tus puertas son ciegas a mis pasos.

Lo deja y a la vuelta de la calle pasa unas lágrimas en silencio.

Siempre la duda
La sombra y el gato
Ambos oscuros
Nunca pardos
Un movimiento más
Es un felino
Es un fantasma

No, no era yo. Era otra vida. No cuenta como amor pasajero. Solo vale ahora, en este instante.

Que sea fácil, pones tu ternura, yo pongo la mía, damos paso a conectarnos, luego nos juntamos, y juntos damos curso a nuestro propósito

La dosis de silencio nocturno ha traído efectos secundarios, para empezar me duele la palabra madrugada y en tinieblas se ha quedado el lugar donde va amanecer. No duele por doler, el sol en la ventana de los otros duele aquí como si su propósito fuese no estar.

Siempre la duda
La sombra y el gato
Ambos oscuros
Nunca pardos
Un movimiento más
Es un felino
Es un fantasma

Aquí, donde no estás, para besarte digo tu nombre.

Ella responde a mi mirada de sorpresa con lo siguiente:
— Quiero hacer el amor con un hombre sabio.

— ¿Y yo qué tengo que ver con eso?

Cruza sus piernas para quedar arcada sobre las mías. Acerca su cara a mi cuello y entre risas cortas me dice:
— El camino a la sabiduría está lleno de errores.

Vea usted tan bonita y yo tan sensible a la belleza, es inevitable que la mire extensamente como si el mar y el sol se juntaran en sus ojos.

Tú tan arcilla y yo tan mano abierta.

Me duele saber que te olvido, que mi memoria de ti toma distancia, que apareces poco en mis recuerdos, me duele saberlo pero no tengo intención de cambiarlo

Me dijo, te voy a besar en los ojos, para que comprendas que todos los sentidos se abren ante esa caricia.

— Tú tan tú, y yo tan yo, pero, ¿Cuál nombre uso para llamarte?
— Dime ausencia y búscame, soledad y lléname.

Fue un error del librero y una suerte para mí, no tomé precaución en revisar el libro cuando lo pusieron en la bolsa, solo lo hice cuando iba en el taxi a casa. Estaba demasiado lejos para devolverme y, era seguro, hacerlo le pondría mayor valor a la compra, en el lugar no me darían para pagar el excedente, tampoco el taxista lo comprendería para descontarlo el tiempo de la devuelta.

Ciento treinta y cuatro páginas numeradas pero en blanco. En la solapa del libro, lo leí al siguiente día cuando estaba a punto de ponerlo en el morral para volver a la librería con él y pedir el cambio. Una fórmula química de la cual afirmaba que al utilizarla y obtener el resultado según era ofrecido por la misma, se debía aplicar el líquido con un pincel sobre la hoja y así aparecerían las letras, las palabras que daban forma a la narración impresa en el libro.

La idea de jugar con elementos químicos para dar forma a una fórmula de la alquimia es superior a la idea por recuperar el dinero pagado o de recibir el libro escogido el día de la compra. No fue fácil obtener los ingredientes, menos fácil los objetos para filtrar y unir los químicos. Tardé varías semanas en comprarlos, después otro par de las mismas en lograr completar la ejecución de la fórmula.

El pincel se mueve con la lentitud que me permiten las manos y la ansiedad por la lectura, las letras como lo promete el texto en la solapa van apareciendo, una tras otra dan paso a las palabras y una historia empieza a clavarse en inquietud por saber la historia.

En la página doce se acabó la provisión de la fórmula, se acabó y luego no pude reproducirla, no por falta de disciplina en la repetición de la fórmula, fue porque uno de los ingredientes no era de fácil acceso. Tres semanas más, la fórmula se concreta, el líquido toma la forma de la probeta y reinicio la lectura.

Leí desde el comienzo el texto, en voz alta, todo esto hasta que el líquido dio paso al fondo del vidrio de la probeta. En la página cuarenta tuve que aceptar que el texto hablaba de mí, de mi vida deseada y no cumplida.

Varias preparaciones adicionales, varias semanas después cuando llegué a la última página y pasé al final de ella encontré que el libro estaba firmado con tu nombre y con un posdata que decía, encuéntrame pronto.

Nos amamos nocturnos en la madrugada, ella lo recordó todo, el tequila se llevó todo de mi memoria

Hemos puesto todo,
Todo lo que tenemos bajo el sol,
No se dorará como el trigo,
Sus días de siega o de cosecha
Fueron y son días perdidos.
¿No lo ves?
¿No le atinas con tu intuición?
Todo lo que hay
Lo que tenemos
Son nuestros cuerpos desnudos

Hartos de nosotros mismos, de la ciudad, el trabajo y la rutina, llegamos a la cama cansados, rasgados por la fatiga, así el sueño nos vence pronto sin darnos oportunidad para la pelea, para el amor o para el perdón. No hemos olvidado nada, solo estamos cansados y aplazamos para mañana todo, el amor, el perdón o la pelea

El sueño es el lugar interno y medio
Ocurre después, y antes de, como todo suceso.
Primero es volver al útero
No al de la madre, al de la fuerza,
Allí quitan y ponen, ajustan y reparan,
Es obligatorio darnos la única medida.
Después, la expulsión es inevitable,
Como en el quirófano, todo se esteriliza,
No queda el recuerdo, toda pieza se olvida.
Al terminar, cuando los párpados vuelan,
El sueño fue un lugar sin tiempo,
Nada quedó fijado en la memoria,
Todo fue grabado para mantener la línea,
La de producción de días
De la casualidad que ya fue escrita y programada.

Tú dormías, yo no.
Te extendidas inquieta
Sobre la desnudez de ti misma.
Lo vi, vi en tu cuerpo abrirse una noche,
Doblarse el día y cercenar el mar de la arena.
Toda la sangre fue extraída de tajo,
No era palidez, era vacío, limpieza interna,
Luego la piel se evaporaba, el hueso desaparecía.
Así, en otro orden empezó a recomponerse,
Otra piel sostenida por huesos diferentes.
No estabas averiada, ¿Por qué te reparan?
Al despertarte, te pareces a la de ayer.
¿De quién eres que te desvanece en la noche para traerte de vuelta en el día?

Ahora intuyes mis secretos,
Al dormir, en tu sueño, alguien me delata,
Todo es aguja de luz en tu mirada,
Todo es sospecha en mis actos.
Cruzo la cuchilla por la mejilla,
La cara pasa de barba incipiente
A mejilla limpia y lavada,
En el espejo, desde dentro me miras y preguntas,
Cuestionas todo, algo te dijeron en el sueño,
Algo sabes, en eso sostienes tu sospecha.
Tu mirada es una serpiente rodeando cada movimiento,
Mi cuerpo es absorbido en espirales dobles por ella.
Intuyes los secretos, alguien puso en tu memoria detalles invisibles que me delatan,
Pones tus agujas, amenazas, quieres que yo sea tu propio testigo, el delator traidor de mí mismo.
¿En qué máquina duermes, qué te llena de dudas y certezas?

Yo como tu esposo también pondría mi mano entre tus piernas y acercaria mi rostro sin afeitar a tus hombros, espiaría las formas de tus senos y uniría una de mis piernas en medio de las tuyas. Yo como él reconocería las líneas de tu pelo, la diferencia de suavidad entre tu cabello desordenado y tus vellos cortados recientemente. Yo como él, mordería tus orejas, más suave, más lentamente pero igual lo haría, aún así, desde la memoria de tu deseo donde me llevas, tu cuerpo, del que quieres concederme las caricias es perfectamente inasible.

Aunque le cierres la boca con tu beso, le tapes el sexo con el tuyo, recojas toda palabra suya en tus oídos, ella sigue abriendo lugares para que yo llegue a profanar sus ritos, sus horas de culto. Aunque la cubras en la cama, la mantengas atenta a tus charlas, la sigas con tus mensajes y llamadas al teléfono, ella está hilando el dulce de su voz en las palabras que yo le he ofrendado como versos.

No estás, porque la gana solo te da cuando te antoja un poco de mi preñez vocal, y vienes, más bien, solo te asomas para que un sol de mí amanezca en tu pupila y te conceda una despensa con todos los objetos marcados con tu nombre. No estás te diré un día, y será porque no puedes estar en el lugar donde no te nombran

Yo no amé a Eva, me fue impuesta. Fue en otra vida, después de la primera cuando amé, pero no recuerdo ese amor, esa primera mujer, es por eso que sigo buscando y aunque encuentro vuelvo a empezar, como si solo estuviese satisfecho cuando encuentre ese primer amor.

Ahora recuerdo que empecé a leer una novela de uno de mis escritores favoritos, no la encuentro, es tarde esta noche y quiero pensar que tú la tienes, es una gran excusa para ir a tu casa, quizá me dejes despertar sobre tu estómago leyéndola.

Después de cobrarme, preguntó si podía desayunar conmigo, ella prepararía algo según lo que encontrase en la cocina. Me levanté con ella, ayudé preparando la mesa, para sorpresa mía, ordenó algunas cosas en la sala, cambió las sábanas y tendió la cama, puso agua en las plantas, volvió a la cocina, vino con el desayuno a la mesa. Preguntó por los objetos de casa, los impuestos y los recibos del agua y la energía, pareció preocuparse por una mancha en la pared que da ala balcón, luego que terminamos, lavó los planos y dejó en orden la cocina. Al despedirse, sin besos ni abrazos, me dijo, el tiempo de mujer hogareña no te lo cobro, el dinero fue por lo otro, ya tienes mi teléfono, cuando quieras vuelve a llamarme.

Ella dijo, he ocultado dos cerezas en mi cuerpo, él insistió en encontrarlas, después de unos minutos de búsqueda le dijo, esas no son.

Me dijo, hay tres momentos, cuando abro la cortina es para que entres como luz, si abro tímidamente la ventana es para dejar llegar tus manos aéreas, y cuando dejo de par en par la ventana, es para que entren tú y tu deseo a cederse entre mis piernas.

Entonces, quitó de mis manos el libro, lo tiró junto a la cama, me tomó del brazo y tiró hacia ella, —duerme un poco más, lee mi sueño, deja los libros para después— Me atrapó como nube y dormí hasta que ella se despertó.

¿Te acuerdas de mi nombre? Es que siempre me dices mi vida, mi amor, y me voy olvidando de mí para ser tú, para ser los nombres con los cuales me llevas en tu corazón.

Yo compré un día y una noche para ir contigo a la pasión, aquí los traigo, en mis ojos que se fijan en tu rostro y ven tus ojos absorbiendo, noche y día, mi noche, mi día, una y otra vez.

Ella puso azúcar entre las páginas de cada uno de los libros alojados en la biblioteca de mi casa, sin saber el motivo empecé a observar hileras, extensas procesiones de hormigas en tránsito, desde no sé dónde hasta el mueble, y desde el mueble hasta no sé dónde. Las seguí, demasiado tarde lo noté, estaban todas las hojas inundadas por ellas, cada una imitando una letra para llevársela con ella, para dejar las hojas en blanco sin que en ellas quedase algo para leer

Ella despertó diciendo, tócame sin caricias, háblame sin metáforas, abrázame sin ternura, mírame sin aprecios, esta vez solo quiero saber de la realidad, saber que estoy viva, así sin más, solo quiero saber de la vida a través de ti, es que cuando me amas con tus manos, me enternces con tu voz, me abrazas con tu amor, cuando eso pasa, yo me pierdo en ti.

Y dijo, te beso para morir al terminar de besarte, porque quiero en esta vida tener todas las reencarnaciones contigo

Acordamos desde el primer día en que nos juntamos bajo el mismo techo, que nuestra oración para el desayuno, la cena y el almuerzo debía ser una sonrisa plena por el otro

Cuando ella asistía a la cama sin mí, dejaba fuera de sus sábanas sus palabras, entraba muda a la noche, para no atracar con voces los recuerdos, para pasar en blanco la noche sin mí.

Llamé para hablarle de mis sueños eróticos, me respondió con enojo, «No te copies de mis sueños»

El futuro atascado en deseos,
el pasado recogido en recuerdos.
Estos son los míos,
apariciones más que deseos,
encantamientos más que recuerdos.
Son mi pertenencia,
no los inhibo,
deseo y recuerdo,
sin murmullo, con murmullo,
los uso a mi manera,
cuando me desboque la gana.

Se me caen las manos cuando inicio la caricia en tu boca, dentro de ti solo entra mi alma.

Ella tiró sobre mi mesa los libros de autores anónimos que son parte de la historia de la literatura, y me dijo, ¿para qué tu nombre? deja la vanidad, las que deben mantenerse son las palabras

El cielo azul; no existe.
Los gatos maúllan a la luna; no es de queso.
Dios está en todas partes; no lo ves.
El hombre lobo; una tira cómica.
Te quieren hasta antes del amanecer; pagaste cada hora.
Sonríes sin pausa; mientes después.
Donas sangre; te sobraba.
Brillan ante el sol; son de lata o de vidrio.
Tu madre; la única verdad

Los nombres con «u», «o», «i», se pronuncian como besando. Los nombres con «a», «e», se pronuncian sonriendo. Por eso al nombrarte te beso.

Ella me encontró durmiendo en el sillón de la sala, me despertó, y después del saludo preguntó por qué tenía las manos cubriendo la cara. —Estaba soñando que un oso hormiguero quería sacarme los ojos, y las manos se me llenaban de hormigas. Aún siento cosquillas en las palmas y no puedo cerrarlas—

Le dije, ¿me quieres? Entonces me respondió, la pregunta no es necesaria pero me gusta que la hagas. Te quiero.

Todas las madrugadas, entre las tres y las cuatro, el celular timbra, lo contesto y una voz de hombre al otro lafo de la línea pregunta por una mujer, yo respondo que se ha equivocado de número y cuelgo, unos minutos después el timbre se repite y yo caigo nuevamente en la respuesta, está equivocado de número. Cambié de número de celular, la situación continuó, volví a cambiar de número y la llamada siguió repitiéndose. Dejé, a propósito, el celular en la oficina y cuando volví a ella tenía cadá día dos mensajes preguntando a la misma mujer.

Un amigo que predica cuanta aventura sobre la adivinación encuentra me dijo, «las llamadas continuarán», le repliqué que saber eso no me servía de nada, luego, sin atender el enojo de mi rostro, «un día tendrás que pasar el teléfono a quien esté a tu lado», hice un gesto que fue ignorado, «y mejor te recomiendo que no mires, solo pasa el teléfono, trata de no escuchar ni de moverte, a tu lado la muerte responderá por ti, debes algo y ella es tu avalista»

Conocí a una mujer a quien los orgasmos le hacían doler la cabeza. No era una excusa que esgrimiera al comienzo para negarse, más bien se atrevía, y al final, cuando la chispa daba paso al rayo entre sus piernas, una migraña la atacaba de manera inmediata. Nos atrevíamos a ritos para llegar al límite sin traspasar la frontera, sin embargo, ella se impulsaba sin poder contenerse, luego había que buscar las pastillas, apagar todas las luces, evitar los ruidos, y estar dispuesto para traerle todo lo considerado necesario para su recuperación.

Conocí a una mujer con la forma de unos labios tatuados en sus senos, lo supe cuando ya había urgido la desnudez de su pecho, y estaba con el aliento sobre su pezón. No pregunté, era un momento para actuar sin preguntar. Unas horas después, cuando despertamos y puse mis manos para leer la altura y presión de sus pechos, notó que la pregunta me hería los ojos al mirarlos, entonces me dijo, es para que ellos besen también

En la casa del entomólogo, los pasillos estaban cubiertos de alas, al fondo, en el patio, un hombre lloraba y decía, «me quiere, no me quiere»

Uno, tras otro,
En el lugar asignado,
Tras el otro que debemos alcanzar,
Adelante de quien creemos está atrás,
Pasamos sin saber
Que al final de la fila
Volvemos a empezar

Todos, en una carcajada colectiva se rieron de él. Les había dicho que su mayor miedo era despertarse muerto, esto ya le había pasado varias veces, por ejemplo ahora estaba entre ellos, seguro de que todos eran fantasmas.

Vienes al mundo a construir tu infierno, luego mueres para vivir en él.

Cuando sueñes con la oscuridad y una sombra veas en movimiento es porque la muerte ríe contigo y te ofrece una esperanza, busca rápido el destello de la luz y despierta pronto, poco tiempo te queda de vida.

La servilleta cayó a mis pies, una corriente de aire entró por la ventana y dio con ella sobre mi mesa, doblé la espalda y estiré la mano para levantarla, en la mitad del camino vi los pies, en mi memoria pasaron todas las imágenes que pueden caber en un instante, terminé de alzar la servilleta, la puse en la mesa y miré hacia el lugar en donde los vi, no podía ver el rostro de la mujer, un jarrón del local me impedía verla.

Los pies desnudos, cubiertos de manera mínima por dos líneas de cuero de las sandalias. Tiré a propósito la servilleta, volví a extender las manos, miré, miré como si temiera se me escapara la imagen, ahí estaban esos dedos con sus curvas, la longitud sin canón de uno junto al otro, la cicatriz en el dedo más pequeño, no podía observerlo desde donde estaba pero lo recordé, fue un golpe contra la esquina de la cama.

Los besé y mordí, me aproveché de sus cosquillas, de la sensualidad que le producía el aceite entre ellos, los ví estirarse y ceder, caer bajo la sábana, los vi salir del agua, y también los observé entre la arena. Ahora estaban ahí, a unos metros de distancia, separados apenas por mi temor a levantarme y ser visto. Lo hice, me levanté para ir al baño, desde ahí la vería.

Estaba ahí, tal como la recordaba, hermosa, con el cuello cubierto por su cabello, nunca le gustó corto, solo un par de veces lo hizo y no le gustó, vi el anillo en su mano, miré la mía y pensé en imposibles, el de mi mano ella lo compró en una compra venta, le gustó así, fue a una tienda de intercambio de objetos y lo escogió, la casualidad le ayudó, me quedó exacto. El de ella lo compré en una de las joyerías del centro, la inscripción fue con su nombre y su altura, fue una cosa de mis pequeñas locuras.

Me aproximé a su mesa, quizá a dos metros de distancia hice gestos con la mano para obtener su atención, no fue ella quien me vio, fue la mujer que estaba a su lado, se dio cuenta cuando la mujer la tocó con el codo, se levantó de su silla, vino hasta mí, nos encontramos, y me preguntó por mí, por mis días, por mis horas, yo no supe responder, entonces, alguien vino y se presentó, su esposo, me sentí extraño, me pareció irreal, miré hacia el piso y me encontré nuevamente sus pies

Dos besos,
en ellos todos tus besos.
Un abrazo y tu voz,
la línea de tu cuerpo, el mío,
mi oído, tu oído, mis palabras, tus letras.
El lugar y la prisa,
yo espero, ya era tarde,
se nos hizo tarde.
Dos besos, todos tus besos.

Estar en un trancón es un poco estar en medio de la nada, dejando claro que la nada no es espesa o viscosa. No sé si voy o vuelvo, el afán con el que empecé la ruta es como un dolor del que olvido el origen. Aquí estoy, siendo parte de un reloj que mide los segundos lanzando arena a los ojos, los míos. Me ha dado por pensar que el ruido es un evento natural en mis oídos, sospecho que nací con este ruido de autos y de motos, de personas hablando y conversaciones interrumpidas.

Esto podría ser también la entrada al cielo, si existe, y la disfrazan de esto para que uno se arrepienta, con esta idea podría venir un religioso a ofrecer confesiones, así, pase usted, siga, lo escucho, claro, tome su penitencia, lleve su perdón y siga acá tragando polvo y ruido. La imaginación es el lugar, el único, para ejercer la defensa, imagino, y aquí voy pensando que es un trancón imaginado y realmente estoy dormido en el sofá con el televisor encendido sin que yo sepa algo sobre lo que está asomando en la pantalla.

Era martes, me desperté dos horas antes, primero creí que era por el ruido de algún objeto que se cayó en el patio de la casa pero no fue así. Quince minutos después seguía despierta esperando a que algo nuevo ocurriera. Ante el sueño impedido por la misma neurona que tenía claro el viaje y el lugar de destino me puse a pensar en todo lo que debía llevar en la maleta. Repasé cada cosa. Soy buena con los inventarios mentales, solo así puedo hacerlo, si debo registrarlo en papel o en el computador no puedo hacerlo. Todo completo, incluso una fruta que no me comí el día anterior en el restaurante a donde fuimos a almorzar.

A las seis empezó el dolorcito, así con diminutivo porque parecía ser pasajero, un dolor mínimo que se fue acrecentando en la medida que el inicio del viaje a Bogotá llegaba. Puta ciudad, en ella estaba el motivo de la madrugada innecesaria y el dolor próximo a la migraña que me empezaba. Una farmacia, es urgente una farmacia. Una lucidez extraña acompaña el momento del dolor, las pastillas están junto a la tarjeta del SITP, ahí quedaron porque ni la tarjeta ni las pastillas serían necesarias en este paseo.

El auto disminuye la marcha, ingresa por una pequeña calle al centro de una población, una pregunta da paso a la respuesta y unas calles después alguien está preguntando la medicina. No hay, acá nadie sufre de eso. Otra vez el momento de lucidez, junto a las pastillas quedaron dos monedas, una de quinientos y uno de mil, están pendientes de pasar a ser parte de la alcancía. Una vuelta más del auto, solo hay una farmacia, sin embargo hay una miscelánea en donde también pueden venderlas. Nada.

Todos me miran, soy la que respira y se queja del sonido del aire entrando a los pulmones, nadie quiere hablarme, se retiran del auto, se van a una cafetería a tomar jugos naturales. Una muchacha los atiende, les pregunta si quieren algo más, por broma le mencionan el nombre de la medicina que tomo para estos dolores de muerte. El nombre en la caja es de color café, puedo verlas y contarlas, están en la parte izquierda de la caja, junto al nombre de la farmaceútica que las produce.

La muchacha sonríe, les responde con una pregunta, ¿Quién sufre de migraña? No los escucho pero sé que dirigen sus manos indicando el lugar en donde estoy. Ella se asoma a la ventana del auto, trae una pepita en su mano, un vaso de agua y en una bolsa de plástico, pequeña, muy pequeña, otra. Me habla de algo que no le comprendo, bebo del vaso, me paso la pastilla, digo gracias, quiero quedarme dormida, llegaré dormida a esa puta ciudad y la miraré como alguien que habiéndose fugado de casa debe volver para quedarse.

La vecina olvida cuál es su gato y viene cada noche al apartamento a decirme que el mío está hurgando en las cajas de su cocina con la intención de comerse la comida del suyo. Yo, después de varios intentos por convencerla de que la conversación ya la hemos tenido, y ella está equivocada, me dejo llevar por la solidaridad con sus horas últimas y busco a a mi gato que suele estar junto a las almohadas en el sofá. Lo levanto suavemente, le hablo para advertirle que es solo temporal, hay que comprender a la señora, a su edad merece toda la compasión y la comprensión. Llevo el gato a la puerta, ella lo pone entre sus brazos y empieza a hablarle al tiempo que atraviesa el pasillo y entra por la puerta de su apartamento.

Minutos después, quizá quince, ella vuelve y me dice, ahora hay dos gatos suyos en mi casa, tome este, cuando el mío aparezca le devuelvo el otro. Siempre ha coincidido que devuelve mi gato pero con unos hilos de lana amarilla atados a su cola, yo se los quito y tiro a la basura. El gato, el que vive conmigo, empieza a dormir en el sofá, yo vuelvo a ver televisión sin dejar de imaginar a la vecina que juega con su gato en la cocina.

Hay quienes saben algo, por experiencia o aprendizaje académico, y lo consideran su verdad, piensan que la verdad ilumina, entonces quieren llenarnos con luz a todos con ella. Así estamos en esta conversación, cada uno expresando su verdad iluminada, quizá cuando todos terminemos de hacerlo podamos empezar a hablar de lo que nos congrega, claro está que ya lo olvidamos por estar cada uno concentrado en convencer a los demás de tener la verdad iluminada

Entonces la llamé para preguntarle por qué había dejado de aparecer en mi memoria. Respondió, no hay motivos para hacerlo, la memoria es un lugar en el pretérito, yo quiero instantes, repeticiones constantes, en el presente

En algunos barrios de mi ciudad pasan unos profesionales de la compra urbana, compran chatarra, objetos de hierro, aluminio, cobre, y otros que puedan ellos reciclar o vender. En el que yo vivo pasan, yo los veo los sábados, desde la ventana de mi casa los escucho, hoy he salido a decirle al hombre que ofrecía comprar hierro, tengo dos corazones de lata oxidados en medio del alma, y el hombre sin saber de metáforas me pregunta, ¿Cuánto pesan? Le digo, una vida entera, quizá usted no puede pagarla. Y doy la vuelta hacia mi casa.

Eran hormigas que en vez de picar hacían cosquillas, entonces, habiendo invadido su cuerpo lo mataron de la risa

He volcado mi noche hacia tus ojos para acoger tus lunas y verte verme entre parpadeos en letras minúsculas

Acogí el desamparo de ojos que esperan la lluvia y partí entre gotas hasta ser alcanzado en tus ojos por una grieta abierta en tu alma

De todas las noches quiero la tuya, sobre todo esa en la que soy tu sueño

Yo tan limitado en el tiempo, y aún así, en mí cabe tu eternidad

Hay besos que se dan en sánscrito; con la lengua muerta —de deseo

¿Podrán mis palabras sin acero cercenar tu indiferencia y poner en tu corazón una semilla de amor por mí?

La primera maleta perdida fue en un viaje entre Monterrey y Ciudad de México, nadie supo, nadie dijo nada. La aerolínea no pagó, el seguro lo hizo, todo se perdió. La segunda fue en un viaje a Buenos Aires desde Bogotá, esta vez la maleta iba llena de alfileres partidos, de anunciaciones sin exclamación de júbilo. Dijeron que se perdió en Lima, siempre se pierde algo en ese aeropuerto.

En un viaje a Caracas, esta vez yendo desde Bolivia, fue muy doloroso, había escrito en hojas de cirio la lista exacta del equipaje, había pintado con crayolas los regalos que llevaría de vuelta a casa. La primera maleta llevaba mi buena redacción, después de eso, después de perderla cualquier cosa pasa, como ahora, ya no sé escribir.

Llamó unos minutos después de las dos de la mañana, había querido decirme esto desde el comienzo de la noche, «Tú y tus ideas de la eternidad, el infinito y la congregación atemporal, la poesía te tiene mal, si la dejaras me tendrías a mí como yo a ti». Respondí afirmando sus ideas, y tomé cuatro gramos de sol, una pizca de luna y tres días de fauna olvidada, las regué en la noche, y le pedí que viniera a mi casa, había urgido bosques para su visita. No vino

Satisface conocer la vehemencia con que el tiempo previene del uso de la palabra, esto del mismo modo en que él mismo ofrece ejemplos en que era necesaria y acertada, en el pasado por supuesto, porque hacia adelante insiste en dar mayor valor al silencio y al gesto de la cara. Triste recompensa esta satisfacción cuando se ha querido beber todas las sopas de letras en lengua propia, traducidas, en lengua extranjera y en boca propia. El tiempo, voraz juerguista, para quien adelante y atrás son un punto más en la misma esfera, clava primero la ansiedad, después la opulencia, luego la sequía y tras convencer al inquisidor de la palabra de que su palabra es tan necesaria como la muerte, lo deja en el punto inicial o final donde la calidez de la sabiduría lo convence de la inutilidad de sus palabras

Me dijo, yo no soy de ti, soy de tu tiempo, usa tu tiempo en mí para que yo te pertenezca.

Los besos contigo los paso con vino. De tu boca mujer, de la cava donde tu lengua amanece sin herir.

La lluvia sacia su vida con una sola aventura, caer inevitable hasta dejar de ser gota y convertirse en línea paralela a la tierra

Quiero ser tu nombre para amarme con la devoción que lo pronuncio.

En la grieta de mis ojos, tu mirada como un infierno.

Yo también soy una enorme multitud de nada

Yo, sin que lo sepas, soy confundido en tus ojos como una sombra que nombra tus dudas.

Aunque el frío se aferra a las ventanas de tu cama, tú le abres el hilo incestuoso que lleva las nubes tras el sol para delinquir con lluvia.

Yo contigo lo he dejado todo al azar, y el azar me ha dado más de lo que he pedido, no lo que pedí al comienzo, pero en cambio, me ha dado todo para satisfacerme en eternos instantes.

No insistas, las almas no tienen sombra. No existen sombra ni eso a lo que le puse nombre.

Después de dormir se despertó y todas las horas le parecieron innecesarias, no hacía falta seguir, había cubierto su sueño de orgasmos, y volvió a cerrar los ojos para encontrarse a sí misma con su deseo

Otra vez no me afeité porque en la noche tú dirás, me hace cosquillas pero me gusta como rasgas con ella los lugares donde el ritual deja de tener forma y se convierte en líquido oloroso.

Las piernas arqueadas sobre las mías, los brazos abiertos sobre mi cara, y las manos puestas temblorosas para no cortarme, la barba desaparece mientras sonríes y me afeitas

Solo ahora que siento al aire con su frío de páramo insistir sobre mis brazos recuerdo que dejé el saco junto al sofá donde tu esposo ve fútbol los fines de semana. —Que se aguante la furia y sepa de una vez lo que es parir celos de la nada.

Y del plato, la cuchara salía con una sombra hecha líquido espeso, no sopa, una negritud pesada que obligaba a la abuela a sostenerla con fuerza, y le alcanzaba para llevarla a la boca. Yo abandonaba todo apetito viéndola, mi mamá gritaba desde la cocina —Te comes todo, no me dejas nada en el plato. Ella había olvidado a su madre desde que la dejó molida en polvo dentro de una caja en la capilla del cementerio, en cambio yo no podía, estaba ahí tomándose otra vez el líquido de batería que había hecho para irse lejos de nosotros, lo logró con mi madre pero no conmigo.

Los gatos le servían de nido, se encorvaba entre ellos, cerca del televisor, con las manos untadas de vómito, ellos lamiendo y maullando, ella callada ocultando sus ojos a mi mirada mientras mamá pregunta por la escena que acabo de no ver y ella tampoco por estar gritando a los gatos. Asustado de que me siga hasta el cuarto tomó un libro y me voy con él hasta mi cuarto, abro la página, me detengo muchas veces en la misma palabra, reintento la lectura sin lograrlo porque ella se acerca a escupir bajo mis pies, corro a donde mamá sin poder escaparme de ella que llega antes y se anida entre sus gatos nuevamente.

En el colegio le escribo cartas a la abuela, las llevo a casa y sin que mamá lo note las pongo en la cama donde ella dormía, quiero que también de mí se vaya, es una súplica, hago promesas, y de verdad las cumplo pero ella sigue estando, me duele mucho porque siempre hace lo mismo, repite como calcado con papel carbón el momento en que se tomó el líquido de la batería que yo le compré en la venta de chatarra a dos calles de donde trabaja mamá. Mamá me abraza, no entra al cuarto que era de la abuela, le ha puesto un candado, yo tengo la llave, el abrazo de mamá me ayuda pero es apenas momentáneo, vuelvo a las páginas del libro, no debo dejar de ver las hojas, para no levantar los ojos y encontrarla. Mamá compra libros al ritmo que yo los leo, y cada vez que leo la abuela se pierde un poco entre los gatos que también se van perdiendo con ella.

Sostener la piel con las manos tibias, dejar que el sueño palpe la piel y preso de si mismo el deseo se deshaga en secreto para que un cálido gemido sea la voz del orgasmo que tiembla

A través de la luz que se dilata para engullir tus formas, a través de ella te amo aunque no esté en la distancia necesaria para verte.

Lo sabes, la estupidez es invisible, vestidos con ella van por ahí encubriendo y aprobando su torpeza

Ante el cadáver erguido con su carne ajada por el tiempo, la pregunta era inevitable, « Tú estabas muerto ¿Por qué estás aquí?» Y del cuerpo, por la boca abierta de muerte surge la respuesta, «Ustedes están llenando el infierno de mierda, ya no cabe nadie más, hemos decidido venirnos de vuelta»

Hemos vuelto inevitable el olvido, por eso hacemos esfuerzos en construir novedades en las relaciones con mayor frecuencia: Trasladamos a las relaciones la agitación innovadora y consumista de la tecnología.

Ya estaba averiado, contigo me voy reparando.

Me gusta de ti porque sin que lo sepas o lo notes voy dejando en tu alma secretos, por eso cuando te miro me encuentro tan cercano a mí mismo.

Ella sigue anclada en la noche, a las dos de la mañana un sueño con orgasmo la despertó y fue necesario ir al baño, ahí, sentada sintió una urgencia que nunca la había fatigado, prefirió estar despierta, el cuerpo pudo más que ella, durmió sin soñar más. Ahora, en este instante de la mañana mira detrás de sus gafas oscuras el rostro de su esposo, lo cuestiona, no se complace con gusto al hacerlo, prefiere la precariedad emocional de estar sin ser para él, sin embargo no entiende el sueño. No recuerda éxtasis, nada de él la apremia, no lo mira, excava sus manos y sus formas, le cupo todo en ella, luego pensó, lo perdí, aunque sea yo quien ha dejado de amarlo, soy yo quien lo perdió, no puedo encontrarlo para mí, algo me cubre para no verlo. Las piernas le temblaron, él preguntó acerca del clima, le ofreció crema para protegerse del sol, asintió, la abrió para ponerla en sus brazos. Tembló, tenía urgencia de lo que tras él habita. Esto tiene nombre, llanto, y se limpió los ojos mientras cambiaba el destino de su mirada.

Ante la sombra propia del ojo en el espejo, la mano limpia el reflejo y me sé semilla y tierra, nacimiento de mi mismo, sin otra fuerza motivante que la clorofila de fluye en sangre convertida por mis venas

Ahora he dado varios pasos hacia atrás, lo digo para entenderme porque sigo en la misma silla donde caí dormido al comienzo de la noche, realmente es en mi memoria donde se da el movimiento, voy hasta ti, hasta la hora en que rumiaba sin fuerza y sin rumbo por entre el desapego tuyo y mi ansiedad de culminarte. Me cuesta hacerlo, ya no te logro como antes, una distancia quebrada por el desapego, esta vez el mío, y por la indiferencia, también mía, no me permiten verte. Es momentáneo, este instante volverá o no, pero será solo un milímetro de tiempo en un reloj con distancias en kilómetros, no recuerdo ahora el afán que me llevaba a tus ojos, y me proponía recordarlos, sin embargo, este instante se malogró rápidamente, no llegaste, quizá del modo con el cual sabemos de películas, no sabemos ya el nombre ni la trama, y las tenemos un instante en el párpado y las perdemos luego.

Te ríes, y me gusta que lo hagas, sé de fuente propia sobre la cara mal afeitada, solo una mejilla y un poco el bigote. Hoy me afeité en la tarde, tu promesa de venir en la noche impulsó el movimiento, pasé ante el espejo, encontré en mis ojos un ruido de bosques quemándose, parques sin el pasto cortado, así mirándome quise tener otra imagen. Estiré la mano hasta la gaveta, una cuchilla con varias semanas de uso, la espuma de afeitar, dejar al agua caer hasta que empieza el momento del agua caliente. Me corté, una línea mínima de sangre fue apareciendo entre la espuma y la piel, recordé tarde el pavor al color rojo danzando desde dentro de la piel para asomarse líquido y espeso, apenas un segundo y otro fueron suficientes, un temblor casi mecánico cayó desde el estómago a las piernas, traté de sostenerme, apenas si lo logré y caí, noqueado por el miedo y sin posibilidad de caer en la lona la cabeza dio contra la baldosa.

Luego, sin que antes hubiese sido diferente,
Palpo las manos extendidas en frío,
Miro a través de una hora imprecisa,
Enfrento con la saciedad de quien engulle silencios,
La soledad repetida, el sin encuentro,
El rompecabezas armado
Sin lugar para mis fragmentos.

El licor esgrime argumentos, «No seré yo a quien culpes de tu fatiga», la nevera calla con su cuerpo abierto, da paso a la mano, nada extrae, pasos dobles, en pares hasta la música, el aire se expande para caerse con propio peso y exprimir del silencio toda la tranquilidad existente. La música va y vuelve arrojada de historias, arrojada al oído, nada se mueve, la ventana es una vitrina y lo de adentro, exposición de queja y llanto.

Una línea de luces ha decapitado la forma oscura de la noche.
Inamovibles y con ventanas eléctricas, los edificios,
esas tumbas verticales en donde se entierran en vida y duermen.
Eso cubre en la distancia los ojos,
Miran, dan fe de que su ceguera es interna, no de ellos,
Y otras voces coinciden y repiten,
Eres tú, nunca los otros,
Son tuyas la cadena y la llave.
Afuera no llueve, sería una buena excusa
Para darle motivos a este momento.

Solo dijo, tú limpias, es tu cama. Terminó de desnudarse antes de acostarse, dio un giro para ver hacia la ventana, fue cuando vi la mancha roja, entonces detuve mis manos y solo pensé en traer otra sábana, pero no era buena idea, ya estaba furiosa, y yo sin ánimo de discusión, me vestí y salí a la calle, no quería ir a ningún lugar, no quería estar ahí

Después de todo y sin más opciones pongo toda mi certeza al decir que mi tristeza se debe a que sigo siendo anónimo en tu corazón, y yo quiero que me nomines con tu voz.

En el bar, a dos calles de mi casa, los domingos en la noche, después de las once celebran o conmemoran, el momento de los celosos. Hay un gran letrero junto a la puerta, lo exponen para que sea concurridas las horas que le siguen. Ponen una música triste, tiemblan las voces en vez de cantar, y el licor no cede su lugar. Yo voy, me quedo en una mesa junto a la ventana, escucho uno y otro lamento. Esta noche estaba tu novio, me hirió verlo, sentí que toda la fauna rugía y mordía el lado izquierdo en mi pecho. No sabe de mí, no le has dicho, es el trato, mantenerlo en secreto, él contó que su novia, tú, se despierta en la noche con una tristeza que solo puede tener origen en la ausencia de quien se ama.

Dentro de mí cabes tantas veces como la sal en el mar.

En el techo de la casa hemos puesto pasto verde, un rosal y un pequeño árbol, pequeño pero árbol, en las noche nos acostamos junto a él para ver el cielo, o como se nombre a ese lugar que miramos para sentir que en nuestros pequeños sentidos cabe el universo

Mi amiga, después de escucharme dijo, aún eres el infante que tu mamá abrazo para impedir su llanto, todavía esperas que con ese mismo amor todo se te dé.

Del apartamento de al lado, abriendo la pared con un grito llega la voz de la vecina, después del grito, aparece la conversación, yo junto toda mi atención en el oído, escucho. —Si ibas a volver para qué te moriste, siempre la estabas cagando y ahora también— Algo tira al piso, no hay ruido de piezas quebradas, vuelve a hablar. —Ahora no vas a joder con que la culpa es mía, no me vengas a culpar. Y ese puto olor con el que me vienes a recordar el alcohol y el purgante que te tomaste al final. Una puerta se cierra con fuerza, portazo, ya no alcanzo a escuchar más.

Advertido por nuestra diferencia de edad, cada noche acuso toda la fuerza que tengo para no dormirme sin trepar como río sobre su cuerpo y extenderme con mi deseo hasta que exhausto caigo a su lado, ella me pregunta si de verdad creo que el mundo se va a acabar, es entonces cuando repito, para mí y para ella, cualquier mañana te irás, que es igual a acabar con el mundo, y también, cualquier noche la higiénica muerte pasará por mí que es igual. Ella se ríe, dice algo parecido a «estás muy loco, yo te voy amar hasta el final», en ese momento sin pronunciar palabra pienso que el final para mí está más cerca de lo que puedo imaginar, a mi edad, a mi edad, es fácil que me prometan amarme hasta el final.

No lo sé ni lo intuyo, te vas porque no encuentras un lugar, dejas de estar porque no te siento, y tu presentimiento de mí es que soy como el olvido, nunca podrás llenarme de ti para que yo te presienta. Así, te vas y me dejas sin que yo lo sepa, sin importar.

Tu nombre se oye en el oído de mis amigos porque te nombro, amoroso y tierno, entusiasmado y alegre, de esa manera ellos saben de ti, de tu sonrisa abierta y tu vida plena, así, ellos han ido queriéndote, como dijo Sabines, «¿Quién podría quererte menos que yo, amor mío?»

Cosas que dicen en el bar antes de lanzar el puño, «yo le aplaudo el buen gusto, pero con mi esposa está prohibido». Dos golpes, alguien en el piso, yo, como los otros, le doy una patada en el piso, digo, con su esposa no se meta, ella sale conmigo.

Aquí no estás y ya había un lugar esperándote. No mi cama, o el sofá, o la silla ante los libros, en mi memoria extendidos mares sobre océanos están para ti, dispuestos a tu arribo.

Yo te quería en mi cama antes que otros llegaran a la tuya. Muerte fiel, nada le importa del deseo. Llega sin saber o sabiendo, todo se lo lleva

La bondad los junta,
ella cae sin orgasmos,
sin exigir la paga.
El entra sin esfuerzo,
no mide, no pesa, agradece,
no sabe del valor de la entrega.
Se juntan dulces en dulzura.

«Hoy es el fin del mundo, la pila del reloj solo marcará seis horas más, después de eso nada puede existir porque nada será medido» Todos miran al relojero y se marchan con la duda cargada de silencio y de gestos. Volverán en seis horas, realmente una media hora antes para poder despedirse de los otros. En casa de uno de ellos, un niño toma un papel y dibuja un reloj de mentiras, la hora en él está doce horas después de la actual. Su padre lo observa, le advierte que el reloj solo contará seis más, el niño le responde, morirá ese reloj, pero yo seguiré contando porque la vida sigue para mí, para todos.

Vendrán más, quizá tú vuelvas y ya solo pensemos en el cuerpo, en tu sexo abierto y mi mirada voraz, tal vez estés aquí antes de que yo termine de mirar la vuelta de la tierra sobre un centro solar que desconozco. Será de otro modo, físico, de contacto rápido y directo, de relación táctil y sudorosa, de muchos sudores. El amor, eso el amor, no sé de qué hablas, eso fue en otro tiempo, en este solo es esto, abrir y entrar para no quedarse, cerrar para no sanar.

Alguien enmarcó la noche, la colgó y me puso dentro del cuadro, ahí estoy tras un par de rutinas que apenas dejan verme. Espero que esta oscuridad sea líquida y se evapore, o que sea de niebla y desaparezca para poder aparecer nuevamente.

Me gustas, solo se lo digo al espejo en mi casa, esta es una confesión que quiero mantener en secreto. El espejo, sabiendo esto y habiendo escuchado tantas veces la confesión, ahora cuando me aproximo a él, me propone, haz que venga, quiero verla, yo también me enamoraré de ella y pondré toda mi luz para atraerla. Me gustas, y como no es una afirmación que esperes te diga en esta hora o en otra, haz como si no lo hubiera dicho, pero en cambio, si vienes a la casa y te ves en el espejo, él te lo dirá todo, y querrá verte con el cepillo de dientes, después de la ducha, secando tu cabello, querrá verte siendo tú en la mañana y siendo tú al final de la noche.

Y si digo en secreto, te amo, ¿cuánto tiempo tardará en ser develado? ¿Lo descubrirá tu alma cuando me espía desde tus ojos?

Se metió en la cama, y cuando empezaron a ponerse tibios sus pies entre los míos me dijo, en mi siguiente vida recordaré que nos amamos hasta el ocaso, siendo el ocaso cada noche en esta ciudad fría en la que sólo tus pies calientan a los míos entre las sábanas. Te pediré en esa otra vida, habitar una ciudad más caliente, esta es muy fría, nada se pudre en ella porque el frío todo lo conserva, de otra manera tendría el aire un color de cobre por el aroma a podrido que saldría de sus calles

Has empezado a gustarme, sin que lo sepas has desenvuelto mi ternura, es por eso que ahora me resiento con tu indiferencia, he empezado a querer tu presencia instantánea y constante. Así es, solo lo digo aquí al viento donde todo pasa fugaz como esa luz que desde fuera de tu ventana quiere asomarse en tus ojos

He cedido a tus armas, caigo ante la luz que en tu rostro se inica con los párpados abiertos, y luego, nada, no hay otra opción que caer vencido ante tu pleno y sincero abecedario de sonrisas.

Y yo digo, ah, yo solo decía, voy a sacrificar una fresa y dos porciones de helado, la fresa, en el lugar donde la textura de tu vientre abre el ombligo, y las porciones de helado donde pueda morder y roer, lamer y poner las manos abiertas.

Desde tus tobillos hasta la línea oculta bajo tu falda, una mano, la mía, otra mano, la otra mía, descienden, aunque suban hacia tus caderas, yo sé que descienden porque solo yendo al fondo puedo encontrar el mar abierto y la montaña volcánica.

Conozco cinco ríos, un mar y un océano, los ríos van impulsados por el mar y llegan hasta la periferia de tu blusa, tocan el borde, lo levantan y siguen, varias cordilleras se abren, reconocen tu geografía, dos montañas próximas, una curva, la eternidad tiembla y los ríos rozan, el mar se abre y el océano espera, mientras la blusa sube y las formas en punta aparecen a los ojos.

Reconozco el horizonte por las lunas negras en el firmamento, una geografía astral me comunica, paso dos y tres suspiros desde la cintura hasta el cuello, me guían esos satélites redondos, diminutos, los reconoce la humedad de mi beso, alientan la búsqueda de mis manos, así, de ese modo y por ellos, no me pierdo en la búsqueda de tu cuello.

Luces como lunas, adelanto mi boca a tus ojos, no me escuchan, me presienten, pongo un beso en la punta de tus párpados, giro hacia el centro, pongo un beso en el extremo próximo de la nariz, extiendo toda mi ternura en el roce, es necesario el descenso, tu boca, la boca, dice “A”, yo digo “I”, así abierto y cerrado se juntan, los labios pasan cuenta de cobro a la lengua, exigen la humedad que ella ofrece.

Dispongo de mi cuerpo en una silla, propongo al tuyo arquear sus piernas sobre las mías, y así, extiendo mis alas, pequeñas plumas en formación, recorrren la forma de tus pies, abordan tus rodillas, se extienden por tus piernas y se forman como barcos antes de llegar a tu espalda, dan un paso más y se deslizan debajo de tus brazos, te aproximan a mi cuerpo, y ondean sus formas temblorosas en tu espalda, te acercan y cuando tu cuerpo cede dos colinas se abren sobre mi pecho, y mis alas doblan tu cabello, y mi boca en tu cuello cuenta, uno, dos, tres besos, hasta llegar a tu boca.

Sé de la furia de mi boca, de morder y recorrer, la ansiedad se apresura, dos manos temblorosas izan las cometas de la tela, pasan por tus hombros, no se detienen en tu cuello, caen, o se elevan o ambas cosas en otro orden. Aprecio el color de la prenda asomada en el escote, lo libero del cierre atrás en tu espalda, surgen sin temor y orgullosos dos erguidos e inflamadas fresas. Mis piernas se abren, obligan a las tuyas a lo mismo, la falda se eleva hasta la cadera, forma una bufanda en tu estómago, las piernas libres, unas manos tiemblan, las mías, rodean tus piernas, aprietan, acarician, tiemblo ante tu desnudez, te beso.

Dos manos, las únicas, quieren ser más, dan forma a tus piernas, siguen sus líneas, van y logran abrir el lugar exacto que deja entrar a tus certezas, bajan la prenda, al tiempo mi boca conjuga el verbo beso en tu boca, y mi lengua pronuncia humedad dentro de ella. El brasier y la blusa reciben a la última barrera, tus piernas se levantan, las manos ponen tildes en tus nalgas, las izan, tus piernas ceden y se extienden, mi bandera va hasta la punta más alta del mástil, tú haces un arco y concedes la tibieza y humedad de tu cavidad abierta, una gota desciende, otra, entro en ti, me abrazas en tu fuego, te apegas a mi cuerpo, te abrazo, y una crispación nos junta, dos ingles presionándose para darse éxtasis. Tiemblo bajo la presión de tu cuerpo y una gota de ti engulle todo mi deseo

Le gusta el sexo solo en la mañana. Prefiere acostarse sintiendo que su piel está limpia. En cambio el sexo en la mañana se lo quita rápidamente en la ducha

Toda su ropa interior es de color azul, así lo hacía su abuela para espantar a los borrachos. Era una prostituta en un puerto en el mar caribe. Contaba, según dice su nieta, que jamás mientras los usó le tocó acostarse con un cliente ebrio.

Tiene en una libreta los nombres de los hombres con los que se ha acostado. Ella sabe dibujar muy bien, hace rostros. Aprovechando eso al lado de cada nombre hay un dibujo con la cara de ellos.

Me saludó como si me conociera de siempre, ante mi sorpresa, me mostró la libreta, hay una referencia a mí. Está en las primeras. Al ver la fecha sé en donde estuve, ha cambiado, la recordaba con otro color de cabello, y más kilos en su cuerpo.

Era abril y llovía, en otra ciudad, el tiempo no me había cobrado tantos impuestos. Ahora está aquí, ha venido de paso, fue casualidad el encuentro en este supermercado. ¿A dónde vas? Ambos preguntamos, sincronía oportuna, ambos respondemos, a casa. Caminamos sin saber en cuál nos quedaremos.

¿Qué significa haber soñado con palomas?
¿Por qué las aves tendían sus picos sobre mis manos?
¿No era suficiente el arroz, aunque escaso, sobre la palma abierta?
Estas aves son el perro que pica la mano del que las alimenta.
¿Les será suficiente la mano y su sangre?
¿Tomarán también el brazo y el hombro?
¿Hay alguna promesa al despertar?
¿Dónde están las aves, el brazo y la sangre?

A los quince años me dieron cuatro onzas de oro.
Fui al circo de los hermanos Gasca a ver a la mujer sin sexo.
A cambio del oro recibí billetes y una boleta de entrada.
Escuché cantar sirenas nadando en un alberca de vidrio.
Compré helados de leche con dulce de mora.
La boleta era solo de entrada, no había boleta de salida.
Fueron las onzas las que pagaron el sueño,
Y vuelvo a escuchar el gorjeo al salir a la calle,
Corro protegiendo las manos, una con otra.
Las palomas vuelan sobre mí. Han perdido.
Caminando no son capaces de alcanzar mis pies de grano, de semilla.

De verte, eso, un deseo de verte largamente mientras arriba el cielo insiste en lavar el aire con su agua de nube.
De abrir tu voz con la mía y hacer entre las dos una sola palabra, una palabra nacimiento, para de ella ver crecer todas las semillas.
De sombra, así un poco oscuro, para verte sin que sospeches de mis ojos o de mis manos abiertas.
De aire, ser un poco de aire y pasar tímido por dentro de tu ropa.
De decir esto y dar por cierta la sonrisa cuando me lees.

Ahora cuando la montaña abre su dolor de cuna antigua yo alargo las piernas y me desentiendo de los huesos para ser el río en absoluto descenso.

Das oportunidad de pasar una palabra sobre tu cuello y dejarla caer por tu espalda, de poner un acento en tu rodilla y hacerlo rodar como un péndulo, de arriba abajo, dejo de manera desprevenida una oración en tu mano para llevarla a tu ombligo y luego de un ella serpentee por entre tu blusa. Pongo en tu boca las vocales, para que yo ponga las consonantes y juntar las sílabas. Cierras tus ojos y yo dibujo en tu piel letras para que las adivines. Escribo en tu espalda la mitad de las letras de las palabras para que tú las completes. La primera sería «des» luego «exc», quizá también «hum» y finalmente «org» y «abra»

Ella, ante el reclamo moral de su familia por la avidez con la cual acumulaba amantes, les decía, mi intimidad está siendo traducida a otros cuerpos, eso, es solo eso

La muchacha en el cine atiende con «cara de palo», y me habla como si tuviera un «puño en la boca», al recibir las boletas le digo, que linda eres, es hermoso tu rostro y bello tu gesto, entonces parece desarmarse y me sonríe, así apenas termina de expandir su sonrisa le digo, me gustan agrias y le devuelvo la misma cara de palo con la que me atendió. Esa noche ella cerró sus ojos ante la penetración de su marido y con los ojos cerrados sintió el desprecio y contuvo el orgasmo próximo a llegar.

Puse el reloj en un recipiente lleno de agua; el líquido se llevará las horas y el tiempo dejará de sumar.
Dejé el calendario colgado junto a la ventana; el sol madurará los días.
Marqué las huellas de mis pies frente a la puerta; volveré por ellas, por ahora caminaré sin mí.

Me dijo, vuelve a casa, no vayas al mar, es de arena y tus pisadas no tienen pies para danzar.

Apenas era un pez y ahora camino en dos pies. No sé de otras cosas más que de esperar el mar.

He caminado calles y calles, girado en esquinas y desarmado mis pasos bajo las sombras de balcones y puertas. Miré hacia el edificio en donde matemáticamente vas a cubrir tus horas de trabajo. Asistí a un café y observé el cambio de turno de los que atienden las mesas. Crié acertijos, quise encontrarte, giré la ruleta para dar contigo, no fue así, ahora estoy en otro agüero esperando que tú llegues a esta bruma desde la que abro el olfato al aroma de un café.

Ante la insistencia de los asistentes a la reunión en seguir hablando de la muerte, de lo que hay en ella, del significado de morir, un coro de voces se escuchó en la sala, «en vez de especular sobre ello, por qué no aprovechan y nos lo preguntan a nosotros que ya lo hemos hecho»

Yo no he visto al trigo ofrecer su fuego y extenderse dorado en la pradera. No he contemplado al fruto caer maduro en la fiesta de la cosecha. El aroma de la leche aún con el último hervor en la ubre no lo he conocido. No he sonreído a la lluvia ni agradecido a la tarde soleada al observar sus manos madurando y alimentando la siembra.

Yo no he puesto la tierra en la rodilla para sostenerme al tiempo que ausculto el estado de la hierba o la rama que se iza.
Mi temblor nunca ha provenido del azar que trae el silencio al impedir escuchar el mujido de las vacas, ese que daría la certeza de que amanece y ellas están cerca.

No he escuchado el bostezo cantado de los gallos ni el piar infantil de los pollos. Yo no he tocado la piel emplumada de las aves en el corral y menos he atravesado mi mano debajo de la gallina para buscar el huevo recién puesto.

El agua no me llama para acceder ágil en su profunda abertura de peces, no he pescado para sacar el hambre de la mesa ni sembrado tras el arado tubérculos o verduras, hortalizas o frutas.

No señor, no señora, yo voy al supermercado y ágil cruzo los pasillos con el carrito de compras, recogiendo de la vitrina, del estante la comida.

Y siendo así, ¿Cómo quiere usted que me duela el sinsabor de quien siembra y cosecha?

Había una vez una noche y tú eras la luna.

La noche y el día, en conjunción y cofradía, piden ante ti tu mirada de beso, tu canción de silencios y la ternura extensa de tus ojos en mí

Te amo, y hablo de ti en todos los nombres que pronuncio. Te amo, y todas mis urgencias ocurren en tu periferia.

Te presiento ahora cuando en la sala de cine se instala la oscuridad, un instante frágil que será abordado fácilmente por la primera imagen de la película, estás aquí, con una desnudez apetecida por mis ojos, así surgías de la cama yendo a algún lugar en el cuarto sin encender la lámpara, y yo aturdido por querer ver tu cuerpo apenas respiraba tímido como si nunca me hubieras concedido entera tu piel. En el siguiente parpadeo las imágenes en la pantalla dejarán sola esta sensación de presentirte en la oscuridad como cada noche cuando eras el lugar en donde habitaba.

Vas a la ducha sin mí.

Todos los sonidos anuncian una lluvia de acentos y tildes, de gotas obreras y gotas reinas desplegando colmenas sobre tu piel. Vas a la ducha sin mí. Te sigo, ojos sin cuerpo se apresuran a verte desde el único lugar donde puedo otearte; mi imaginación de ti. Comas y puntos, signos de puntuación en todas sus formas, vocales, mayúsculas, interrogaciones, punto y coma en plural, admiraciones y consonantes, el universo de las palabras formado entre arenas líquidas y pecas minúsculas. Vas a la ducha sin mí y yo me voy contigo aunque no me veas, me sabes, me presientes, me sospechas, huyes de mí cerrando los ojos y te olvidas de mis formas hasta que el agua deja de ser ducha

La vecina del 702 es una mujer de 65 años, su esposo viaja desde el jueves hasta el fin de semana con uno de sus hijos a alguna zona del sur del país, ella se queda sola, no sé el motivo por el cual no viaja con ellos, entonces, los viernes toca a la puerta, trae café y galletas, me pregunta sobre mi semana de trabajo, me habla de la suya y luego pregunta acerca de la película que veremos. Cuando está sentada a mi lado en el sofá me dice, cambia esa cara pareces de cien años, entonces es cuando empezamos a hablar de ti, y ella me reconforta riéndose de mis historias contigo.

Una abstinencia forzada provocó la ausencia de adjetivos en mi boca, aún con esa carencia llené de abundancia mi boca para decirte, «Amor», y en esa palabra puse toda mi fuerza para nombrarte de todas las maneras posibles que existes en mi corazón.

La cama tendida, sin cordilleras en la sábana, una almohada vacía de secretos, abierta e inmensa para escucharte, una noche con sus propios eclipses para bordearte con luz y sombra, cuatro lugares para iniciar tus sueños, al sur tus pies, al norte tu cabeza, el corazón en oriente y en el oeste tu mano diestra. Dos ventanas, una tras la cortina cerrada y otra en tus ojos que la ansían abierta, la mesita en la orilla ofreciéndote su espacio, y el eco de mi tic, tac, mi reloj de sangre contando el espacio desde tu boca hasta mi beso, desde mi mano hasta tu piel desnuda, desde mi sexo hasta el tuyo para concurrir al amor en esta noche nuestra.

Tras apenas unos minutos de haber empezado a dormir, una ventana de imágenes llovió y tomó forma en mi sueño, y era una noche entera, desde el primer lugar bordado de oscuridad hasta el amanecer, toda hecha para ser bebida, ahí estaba la noche, sin distracciones de luz, de influencias electrónicas, voces en libros o luces de vela. Una oscuridad nocturna, y los dos, ante ella, sin otras armas que el uno y el otro para estarnos y sernos del tú y del yo.

Afuera, en el pasillo, yo tras la puerta escucho, ella le dice, vienes con tu lengua de quirófano a herir sin infectar, con la equivocada idea de extirpar el origen del mal, dizque a sanar. Miras mis manos con ojos de quiromántico, pretendes entender mi vida leyendo una esquina de mis huellas. Traes afanes por leer las cartas del tarot en vez de escribirme cartas de amor y de ternura. Él responde sin escuchar y dice diez o cien palabras que ella no va a comprender, se separan, la puerta cerrada al otro lado del pasillo, el hombre desciende por el ascensor, ella y yo nos presentimos, tocamos la puerta y nos quedamos quietos sin abrirla.

Pusiste tus manos en los ojos, ya no me abarca tu mirada, entonces, con ellos cerrados, en su oscuridad destapaste tu memoria y me viste, con la seguridad de quien pone el corazón emocionado en los recuerdos. Apreciaste del recuerdo, la silueta fácil de mis manos aprendiendo la forma secreta de tu cuerpo, el lugar de culto, la piel sensible a la risa. Pusiste una sonrisa en tu rostro y sonreiste extensa por tu memoria

Con la mano anochecida el hombre se aproxima a mi mesa y saluda, abre su mano en el extremo extendido de su brazo, hago lo propio, lo imito, y con el saludo siento en la piel de sus dedos el sexo de su esposa que esta mañana no le ofreció lava volcánica, solo ceniza yerta sin aromas. El hombre pasa a la mesa donde tomará café y comerá torta de naranja, yo lo miro al tiempo que mi mano expele el humo que encontró él entre las piernas de su esposa

¿Cuántas heridas con pinchazos de aguja para encontrarle el alma? Piensa en su propia pregunta y mira a la enfermera extraer la sangre. Una pierna le tiembla, mira la aguja, reconoce de si una vejez prematura, hace tan pocos días corría tras el sol y lo encontraba siempre, hace poco detenía la noche para atarle árboles y frutos. ¿Morirá de heridas, o henchido de sueño como un vegetal de fuego en la colina?

Cosas que escucha en el paradero de buses: «una se aplica dos orgasmos antes de salir de casa y empieza el día con entusiasmo.»

Dicen que los hombres escribimos poesía por dos razones, para conquistar a una mujer o porque nos es necesario para subsistir, viendo que no he conquistado con ello a ninguna y sigo escribiendo, entonces empezaré a creer que lo hago porque me es necesario para mi supervivencia

En el bar, después de varios tequilas, me dijo, me abruma la felicidad, creo que hay una trampa en ella, me parece sospechosa, es por eso que doy pasos hacia la tristeza con la misma insistencia con la que el sol rueda en lo alto cada día.

Hacía tiempo buscaba una palabra para este poema, no sabía que estaba en tu boca, apenas ahora la encuentro en tu beso.

Ella llama para decirme, deja de venir a mí como una fábula, ven como un orgasmo.

Yo soy extranjero en todos los lugares, estoy exiliado, el único al que pertenezco, del que soy nativo, es el útero de mi madre.

Yo pongo tu nombre en el espejo,
Lo recorro con mis dedos, letra a letra,
Un raro temblor cruza la palma de mi mano
La abro y contemplo, aunque me asombro,
No me sorprende que en ella queden grabadas las letras.

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