Llovió en la tarde, yo leí una novela, «Plutón», de Evelio Rosero. Durante una media hora la lluvia se tomó un descanso y pude ir a la farmacia a comprar unas gotas medicinales. Cuando volví ya la noche se había apropiado de la ventana y con ella una luz de neón que en el edificio está sobre la ventana del cuarto de los libros. Creo que la novela del escritor colombiano no tuvo fortuna con el nombre, hace referencia a un gato que aparece pocas veces en la narración, quizá el «titulador» de la editorial debió esforzarse más para encontrar un título más apropiado.
La lluvia volvió más fuerte, más cierta de sí misma, con vida propia diría un aficionado a las novelas de terror. Bajo la luz de neón noto que muchas se quedan en el aire frente al vidrio, se detienen, bajan pausadas, mientras que otras se ordenan verticales siguiendo un paralelismo entre ellas. En alguna canción reproducida en la tarde el cantautor pronunciaba esta frase, «algunas veces, en el silencio estás acompañado», y yo pensaba en poner algo imitando eso, diciendo, «algunas veces, en el silencio estás tú, y esta es la mayor de mis compañías».
El otro día, después de haber estado en la presentación de un libro, y salir de allí a un sitio de música y de baile, alguno de los asistentes dejó la guitarra en una de las mesas, los que no estábamos tan ebrios la recogimos con la idea de que al día siguiente preguntaríamos por el dueño y se la haríamos llegar de alguna manera. Eso hicimos, y nadie respondió al llamado. Ahora está colgada junto a la ventana en donde las gotas de lluvia se asoman a ver sus cuerdas, se ven deseosas de caer sobre ellas y elevar sobre el goteo una nota musical.
Una vez escribí que uno debe tener un bar favorito, una librería favorita, un café favorito, y una persona favorita de la vida. Mi librería era Luvina, y ya no está. El bar era uno cerca de mi casa en donde había rock en vivo los viernes y los sábados, y ya no está. Mi café favorito era un Oma, y ya no está en el lugar al que yo iba.
Ahora tengo un nuevo bar favorito, es uno que está a la vuelta de mi casa en donde como empanadas y escucho rock en vivo cada quince días. El café, en el mismo lugar, con el nombre del campesino más famoso de Colombia, Juan Valdez, y lo es porque hay dos mujeres allí que me atienden con tanta bondad que estoy seguro de que es eso lo que me lleva allí y no el goce por la cafeína.
En el mismo espacio en donde estaba la librería han puesto otra, he ido un par de veces, sin embargo, allí no están los amigos a los que visitaba y con quienes conversaba de la vida y la literatura. Estoy en eso, ocupándome en darme la oportunidad de encontrar una nueva librería favorita.
Sigue lloviendo, leo en la pantalla desde donde suena la música, «Me dices que me quieres y es todo lo que quiero oír. – Bradbury». Las gotas se acumulan en la ventana, no son mosquitos ni abejas, solo gotas a las que el aire detiene frente a la luz. Entre las notas musicales se oyen los sonidos de la calle.
Esta madrugada me despertó la música que alguien puso con mucho volumen en un auto frente al edificio. Al comienzo creí que desaparecería al tiempo que el semáforo cambiara de rojo a verde. No ocurrió. La curiosidad pudo más que mis ganas de seguir durmiendo. Asomado a la ventana vi a la vecina del 804 besándose con un muchacho veinte años menor que ella. Solo cuando los porteros del edificio de enfrente amenazaban con grabarlos con una cámara de celular apagaron la música. El joven siguió besándola y ella sin música dejó de sentir que estaba en una película, así que lo dejó con los manos untados de su calor, y ella se llevó el calor hasta su cama.
Me gustan los sombreros, y tengo una especie de talismán con ellos, cuando pierdo uno, me digo que el amor que era, ya no lo será. Hace varios años perdí el último de los sombreros. No he querido comprar uno nuevo, prefiero no saber que el amor que fue no será.
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