El apartamento lo arrendamos los tres. El día que fuimos a verlo, la propietaria nos preguntaba sobre cuántos estaríamos viviendo allí, y le decíamos que tres, es decir, Tomás, Martín y yo, pero Martín a veces dudaba y mencionaba que de pronto cuatro, pero al final cuando la señora estuvo de acuerdo con nosotros firmamos el contrato, como principal Martín, y por eso él se quedó con el cuarto que tiene baño propio.
Llevábamos tres meses cuando llegó su novia. Hasta ahí no habíamos tenido disgustos, porque era fácil dividir todo entre tres, energía, administración, agua, gas, internet, televisión, siendo que cada uno lo usaba del mismo modo las cargas eran iguales, pero con Nidia, cuando ella llegó, la carga no podía ser la misma. Ellos usaban el doble en servicios, además en las ocasiones que venían sus amigos usaban el baño asignado para mí con Tomás, así los dos lavábamos el fin de semana las cagadas de sus amigos. A mí eso me empezó a molestar, y una noche le dije a Martín, pero él se sostuvo en que el acuerdo era una tercera parte cada uno, como si se dividiera por habitación.
Esa vez me convenció, estuvo un rato hablando de que si yo tuviera una pareja y la llevara a mi habitación no tendría que pagar de más. Claro, yo ese día no iba a contarle nada, todavía no lo hice, y no lo haré porque a mí lo que me interesa es que él pague una suma adicional porque con su pareja consumen más. Al comienzo eran silenciosos en sus rondas nocturnas, igual yo tenía el turno de la tarde en el trabajo, entonces llegaba después de las doce cuando todos estaban dormidos, pero cuando empecé a llegar temprano empezaron los problemas.
A eso de las diez se metían en la cama, antes de las once Nidia empezaba a gemir con una exageración insoportable. Tomás pasaba a mi habitación a reírse, teníamos que ponernos los audífonos para no avergonzarnos de los gemidos. Yo no recordaba que ella lo hiciera de esa manera, y quizá debí dejar de pensar en esa otra época porque fue como si hubiese invocado al demonio. Y el demonio entró una noche a las dos de la mañana.
Un sábado habían empezado a beber desde temprano y a eso de las once de la noche él se había quedado dormido en el sofá. Con Tomás y Nidia lo llevamos a la cama, y luego yo me pasé a mi cuarto a jugar en el computador. Eran las dos cuando la puerta se abrió, yo sentí el desplazamiento del aire, fue como si una borrasca tomara posesión del espacio. Me levanté para preguntarle qué quería.
No habló, solo empezó a morderme como lo hacía cuando fuimos amantes dos años atrás. Yo no tenía intención de permitirle abrir esta herida que no sana, pero se metió en la cama y sin que pudiera yo ejercer suficiente resistencia tuvimos sexo sin pronunciar o emitir gemidos. Salió antes de las cuatro de la mañana como si nada hubiese ocurrido. Y así lo pareció durante toda la semana, se comportaba con todos, y cada uno de nosotros hacía lo mismo, como si nada hubiera pasado. Martín y Tomás no sabían ni imaginaban, y Nidia parecía como si aquello lo hubiese borrado de su memoria o creyera que fue un sueño.
Dos años atrás ella y yo trabajamos en el mismo ‘Call Center’. Nos hicimos novios, y lo fuimos primero por seis gratificantes y apasionantes meses, luego seguimos por dos tortuosos más en donde cada uno se comportó como un monstruo para el otro. Íbamos de pelea en pelea, y entre peleas teníamos sexo furioso en lugares públicos porque las peleas solían encontrarnos en bares y calles. Una noche, la última, fuimos salvados por su madre.
Habíamos estado en una fiesta de compañeros, ya ebrios decidimos irnos caminando hasta su casa. Ella vivía con su madre, una mujer a quien contrataban para contactar espíritus y espantar demonios. Y nosotros esa noche nos comportamos como si cada uno tuviera tres y cuatro dentro del cuerpo. Cuando las cachetadas y patadas no nos fueron suficientes tomamos las cosas que teníamos a mano. Para suerte nuestro, su mamá apareció en la puerta del cuarto y nos tiró agua a ambos, yo sentí que se me quemaban los ojos y me quedé quieto esperando que se me partiera la cabeza. Ella estuvo sentada unos segundos e intentó lanzarse contra su madre, allí fue cuando su mamá le tiró un polvo a la cara que la hizo sentar en la cama. Nos pidió dormir y hablar al día siguiente.
En el desayuno nos puso a los dos una piedra en mitad de la mesa. Nos pidió que la apretáramos cada uno durante cinco minutos. A la piedra no le pasó nada, a nosotros nos produjo risa. Yo estaba avergonzado por la pelea y su hija también, así que seguirle el juego era lo correcto. Después nos pidió tomar la piedra apretada con nuestras manos, la pusimos sobre la palma de la mano derecha de Nidia y yo la apreté con la mía. Apenas había pasado un minuto y la piedra se calentó como si hubiera estado metida en fuego durante horas. La soltamos.
Repetimos el ejercicio otras veces y pasó lo mismo. Como sospechábamos que la piedra tenía truco salimos al parque y lejos de su madre volvió a ocurrirnos. La explicación de su madre fue que nosotros propulsábamos al otro hacia el desorden y el caos, y lo mejor era que no tuviésemos una relación porque corroeríamos al otro hasta llevarlo a un abismo del que no podría salir. No sé si fue eso u otra cosa, pero dejamos de salir, y ahora dos años después ella se mete a mi cama una vez por semana, tiene sexo silencioso conmigo y se retira a la habitación en donde duerme con Martín. Cuando tiene relaciones con él gime como si estuviera llamándome.
A veces quiero irme, pero siento que él nunca notará su ausencia en las noches que se pasa a mi cama. Algunos días me molestan porque se notan las marcas de sus uñas en mis brazos o en el cuello. Yo siento que cuando pasa a mi habitación todo queda quieto y solo cuando ella sale el tiempo vuelve a moverse. Ella parece no darse cuenta de que se pasa a mi cama, y si se da cuenta lo disimula muy bien.
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