Ella raspó del aire el sonido de los gatos maullando,
guardó en los bolsillos de su saco unas gotas repetidas de la luna en la noche,
eligió un sonido según cada uno de los puntos cardinales y los puso debajo de su lengua,
guardó junto a la punta de sus senos las últimas piezas con las que se armaba un rompecabezas.
Ella me invitó a su noche,
dejó que el maullido se adelantara a sus palabras,
alumbró con un techo plateado sus ventanas,
abrió su boca y una conjunción de voces dio paso a su risa.
Cuando era tarde y faltaban piezas para darle forma al rompecabezas,
me dijo que podría encontrarlas si seguía su tibieza.