La vigorosidad de la memoria

Yo había ido a donde esta mujer a que leyera las energías de mi cuerpo, eso hacía cada mes, aunque no creyera en que pudiese existir una relación entre mi realidad y lo que ella intuía al pasar sus manos desde mis pies hasta la cabeza. Al principio solo tuve una razón para ir, tenemos una amiga en común, y una noche mientras tomábamos vino hablamos de lo bajo que estaban siendo sus ingresos. A la semana siguiente pedí la primera cita.

No tenía un consultorio, la cita fue en mi apartamento, pidió extender una manta en el piso, puso música con sonidos de cuencos tibetanos, y dibujó una línea recta en mi espalda con unas piedras que traía en su bolso. Dormí los cuarenta minutos, y no sé qué hizo, pero haber dormido de manera profunda mientras los ojos y las manos de una mujer bordeaban mi cuerpo sin tocarlo me hacía sentir un hombre afortunado. De esta manera adquirí el hábito y por más de dos años, sin creer aún en sus diagnósticos ni previsiones del destino estuvo asistiendo a sus citas.

Hace tres semanas insistió en que la mujer con la que había terminado una relación de pareja sería la última mujer a quien amaría, y me ponía como propósito mantener todas las memorias posibles de ella porque esos recuerdos serían mi sustento durante momentos difíciles en el futuro. Lo que decía antes eran vagas y podrían servir para cualquiera, hacer ejercicio, cuidar el cuerpo, tomar agua, meditar, dormir bien, evitar las grasas y los azúcares, tener pensamientos positivos, agradecer, ser generoso, nunca usar las palabras para herir a otros, y cosas de ese estilo.

Ahora con esto era demasiado concreta. No quise cuestionarla. Los cuarenta minutos de sueño me permitían sentirme descansado, y en ese estado no quería ofrecer contraposición a otras ideas. Solo se me ocurrió decirle que, si en vez de mantenerla en mi memoria, no sería mejor volver con ella. Respondió que había desaparecido para siempre, no la encontraría más, ella no veía una sola línea de su energía en el universo, en cambio, sentía que toda mi memoria estaba llena de ella, y si yo pudiera conservarla esa energía sería capaz de sostenerme en cualquier momento.

Son las 5:54 de la mañana de este lunes frío, la he estado recordando tal como me lo ha dicho. Siento una alegría infantil al haber pensado en sus pies desnudos por fuera de las sábanas, los dejaba allí hasta ponerse fríos, luego los metía debajo de la cobija para buscar mis piernas y hacerme sacudir con el temblor producido por la piel helada sobre mis piernas tibias. Quizá esta sonrisa sea suya porque muevo lentamente mis piernas hacia un lado como evitando que unos pies blancos y delgados los persigan para hacerles saber que la mañana en esta ciudad empieza fría.

Imagen de Kadir Kritik en Pixabay

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