Hay dos novelas de las que no recuerdo título, autor o editorial, en cambio las historias cada vez que pienso en ellas me gustan más.
Según mi memoria una es de un mexicano, narra la historia de un hombre que charlando con sus amigos describe a la mujer que le gusta. Sus amigos, después de escucharlo hablar, salen a la calle a buscarla y cada uno encuentra a una mujer, según ellos igual a la descrita, pero en vez de decirle a su amigo, se enamoran de ella y vuelven pareja.
La otra es una novela cuyo origen es de Europa Oriental, un rey que teme a sus subditos encuentra la manera de espiarles sus sueños, así cada noche o día en que una persona sueña con algo que le genera incertidumbre, la buscan y condenan.
Son las once y veinte de la noche, desde el mediodía ha estado doliéndome la parte superior del cuello en la parte izquierda, justo en donde empieza el cráneo. He puesto música para ocupar a mi mente con ella, sin embargo, también tuve que estar trabajando hasta tarde. No sé si es cansancio, tensión, aburrimiento por estos días tan largos a los que caigo en el trabajo.
Los celulares y las aplicaciones que usamos en ellas saben cómo actuamos, qué nos motiva, a qué le tenemos miedo, incluso pueden conocer nuestro comportamiento fisiológico ante una imagen, una noticia, unas palabras, y la reacción que tenemos ante la aparición del nombre de una persona en la pantalla del móvil.
Pongo un poco de música melancólica, la invitación a reducir mi entusiasmo es evidente, cruzan letras teñidas por la ausencia y el olvido, las canciones están hechas de lo mismo, de dolores surgidos de un lugar diferente al que está presionando arriba de mi cuello, en la parte de atrás de mi cabeza.
Una de las motivaciones por las cuales salgo a la calle es porque sé de una mujer bonita que camina por el mismo andén que yo camino desde mi apartamento al centro comercial. Pienso un poco en que lo hago igual a los hombres de la novela del mexicano, tengo una idea acerca de esa mujer, la busco entre todas las mujeres que veo, y un día, como ellos, voy a creer que la encuentro y es la misma que he visto caminar por el andén.
Pienso ciertas cosas que no digo en público, no son asuntos que puedan ser considerados delictuosos o inmorales, solo pensamientos acerca de una persona, respuestas a un comportamiento, ideas sobre las circunstancias ante las cuales me encuentro. Esos pensamientos son “gestionados por el lóbulo frontal” y no son conocidos por nadie. Si dejaran de ser secretos, y una especie de emperador los conociera tendría problemas de empatía con mucha gente, y también sería considerado para acceder a sitios de reposo para lunáticos.
El dolor de cabeza no ha disminuido, se mantiene, es como un espía que no desvía sus ojos de la presa, y el objeto de la cacería soy yo. Me puse una crema, quizá su nombre técnico sea ungüento, pero con diferencias en el nombre, el resultado debería ser el mismo, desaparecer el dolor, sanar lo que lo produce.
Uno de los temores de los escritores de ciencia ficción, de los filósofos que se ocupan por las libertades futuras del hombre y de gente que como yo tiene dolores debajo del cráneo y pensamientos sobre la vida de los otros, es que los deseos del emperador en la novela de Europa Oriental se cumplan usando una aplicación de “Big Data” desde la cual lo sepa todo de nosotros, de nosotros los que vivimos sin otro propósito que la vida misma.
El silencio insiste en no ser el invitado que se queda de último en la fila para entrar a la fiesta. Toca a la puerta, pide apagar la música, pide apagar las luces, le dice a la noche que es momento de que haga su trabajo, y yo me quedo asustado en la cama porque nunca he sabido que hace la noche mientras todos duermen.
Imagen de PublicDomainPictures en Pixabay