Así ha sido desde siempre

Uno de mis recuerdos más valiosos del colegio es el sonido del timbre para salir al descanso. La velocidad de los demás y su algarabía por apropiarse de los espacios de juego no se parecían a mi ansiedad para ir despacio hasta la cafetería con la excusa de comprar unos dulces o unas galletas, que compraba solo cuando ella estaba sentada en la mesa con sus compañeros. La última vez que la vi fue el año pasado antes del simulacro de la cuarentena que nos obligó a todos a tomar clases desde la casa.

En la biblioteca me habían prestado un libro de ánime japonés con el que había estado simulando leer, la lectura la empezaba en cada oportunidad que lo abría. El que hizo la donación no se fijó y el texto estaba en inglés, y si fue a propósito no contó con mi poca habilidad para los idiomas. Ella tenía en la mesa un vaso de avena y unos buñuelos miniatura. Una vez le conté a mi mamá de ellos, y le pareció que eso era una falta de oficio, los buñuelos tienen que ser grandes, para eso está la medida desde siempre. Le pregunté cómo hacían para que los buñuelos fuesen la misma esfera dorada con el mismo tamaño en todos los lugares donde los venden. Otra vez me respondió, desde siempre ha sido así.

Me senté a observarla mientras mantenía el libro abierto, a veces me entretenía pasando los dedos por las imágenes en el papel, imaginaba qué se decían los personajes, y suponía que los malos eran los que estaban dibujados con exageración en algún gesto de la cara mientras los buenos tenían el rostro más bonito. Ella tiene una cara linda, aunque es alta, no lo es tanto, quizá es de estatura promedio. Cuando sonríe, y lo hace a menudo, puedo verle los hoyuelos en las mejillas. Ese día la luz solar entraba por la puerta y le alumbraba las manos, cuando las movía, unas sombras se adelantaban sobre la mesa siguiéndola. Mi mamá dice que todos los seres vivos podemos crear a otros seres hechos de sombra. Yo no le entiendo mucho cuando dice eso, y en la noche me acuerdo, me da miedo, siento que un cuerpo más grande nos ha metido en su sombra oscureciéndonos.

La vi reírse de alguna cosa que dijeron sus compañeros, y también se puso seria cuando uno de ellos dijo alguna cosa que no le gustó. Debió ser algo malo, esas cosas a ella no le gustan, se le nota, con esa cara ella solo puede ser buena. Podría aprender a dibujar y hacerle un retrato como los de los dibujantes que hacen retratos en la calle.

El timbre sonó, me pareció que el tiempo del descanso había sido muy poco. Vi que se fijó en mí, sonrió, quise quedarme, pero uno de mis amigos pasaba por ahí y me tiró del brazo —Corra o llegamos tarde.

Durante este año de estar en casa sin poder ir al colegio he ido aprendiendo a extrañarla en modos distintos. Cuando veo películas la comparo con las más lindas, en las series de ánime, traducidas al español, sé que ella sería de las buenas y la dibujarían con una cara bonita. El libro de ánime todavía lo tengo. Como no hemos vuelto, no lo he podido llevar a la biblioteca. Empecé a repetir los trazos de los dibujos, los repito sobre sobre las hojas de un cuaderno que ya no uso en clases de este año, mi mamá dice que lo hago bien porque desde siempre hemos sido artistas en la familia. Lo dice porque hay músicos y cantantes que hacen folclor en el pueblo.

Con las clases virtuales dejé de verla, ya no suena el timbre para terminar las clases, ni salimos a la carrera a jugar, y yo tampoco voy a la cafetería con la excusa de comprar galletas o dulces para encontrarla. El otro día le mencioné al coordinador si uno podía entrar a la sala virtual de otra clase para saludar a los amigos. Me regañó por eso, cada profesor hacía lo que podía con los medios disponibles y no tenía tiempo para recibir a personas que no eran de su clase. Ese día también nos dijo que pronto volveríamos a clases presenciales y tendríamos oportunidad de ver a los amigos.

Eso me puso muy contento, y mi mamá lo notó al siguiente día cuando estábamos desayunando. Había dos buñuelos para cada uno, de los que ella no pudo vender la noche anterior en la esquina en donde parquean los taxistas. Me preguntó por la cara de dicha y le dije que era por volver al colegio. Se quedó callada unos segundos, me miró seria —Eso no es por el colegio, eso es por una mujer. No quise decirle nada o preguntarle cómo sabía porque me hubiera respondido, lo sé porque así ha sido desde siempre.

Yo espero que pasen rápido estas semanas, apenas toquen el timbre iré a la cafetería, y si no está ahí pasaré a buscarla en la sala de profesores, allí se sienta a ordenar los apuntes para las siguientes clases que debe darle a los de noveno.

Imagen de 14995841 en Pixabay

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