En las sillas junto a la barra se han sentado dos muchachos, quizá un cuarto de siglo les parece poco, aunque ya lo pueden sumar al peso de su historia. Atléticos, atractivos y centrados, esa sería su definición para ellos en caso de que en el siguiente segundo ocurriese el fin del mundo y ella tuviera que ser la cronista narrando los últimos instantes de ese tiempo supuesto. Tendría que escribir que el muchacho con los pantalones de color azul oscuro aborda los nervios mediante una repetición con el pie derecho.
No, hoy no es el fin del mundo, tampoco fue hace unas semanas cuando su mamá estuvo tensionada porque una de sus compañeras del trabajo leía sobre una profecía según la cual una ráfaga de fuego solar cruzaría el cielo quemando todo aquello que sobre la tierra todavía alojara el pecado. El fin del mundo asustaba a su madre porque sentía el peso de asuntos no resueltos según su conciencia. No se atrevió a decírselo, pero dos días después de esa fecha la invitó a comer torta de chocolate en una pastelería a un par de calles de la casa, y ese día le entregó una carta en la que le había escrito, “má, si es que hace falta yo perdono todo aquello que no te haga sentir tranquila. Te amo porque eres una mujer sin mancha alguna.”
Ahora que mira al otro muchacho sabe porque terminó pensando en el fin del mundo, se parece al hombre que aparecía en los mensajes apocalípticas. Se le ocurre que cuando pidan llenar las copas le dirá, “tienes pinta de profeta, no digas muchas cosas porque la gente las tomará como profecías”. Ríe, ríe y mira hacia donde está su compañero del servicio a las mesas. Él a veces la descubre riendo sola y luego le está preguntando o diciendo tonterías como, “la que sola se ríe de sus picardías se acuerda”.
Alguien encadenó a la lista de reproducción una canción que a ella le gusta, siente que pronto moverá los labios al ritmo de la letra y jugará con los dedos como si estuviera tocando las cuerdas de una guitarra que nunca ha tenido. Suena What’s Up de 4 Non Blondes. Podría tomarse la copa de ginebra que se promete beber cuando está cansada, pero no quiere sorprenderse a sí misma ensanchándose de dudas por entre los pensamientos que surgen cuando una gota de licor la invita a sublevarse.
En la mesa cuatro se sienta una pareja, ella usa una falda azul nocturno, quizá haya otro nombre para ese tono, aun así, a ella le parece que una noche azul en la que ella quiera estar sería de ese color. La blusa es blanca, y para seguir con las imágenes nocturnas piensa, es blanca como la luna llena. Va hasta allí, deja la carta de bebidas y comidas, recomienda la cerveza, pero la muchacha le hace un gesto de disgusto, entonces con discreción cambia la recomendación, le muestra en donde están los cocteles, ahora son bien recibidas sus palabras.
Se retira indicando que volverá en un rato. La mujer viste unas medias negras como las que ella usa para los días de frío, ¡Son lindas! El compañero parece estar dispuesto a aceptar lo que ella elija, no se le ve muy entusiasta en la página de los cocteles, tiene cara de beber cerveza para todas las ocasiones. Quisiera acercarse para decirle, “si tomas cerveza te queda tufo y ella no querrá que la beses, pide tequilas, bebe tequila y cuando la beses le dirás que tú pusiste el licor y ella la sal”