Hizo una lista de los amigos que había dejado de ver como consecuencia del confinamiento, repitió el ejercicio incluyendo los nombres de quienes habían hablado con ella por teléfono en ese tiempo, recordó a quienes había extrañado, y no pudo traer a su memoria nombres de personas olvidadas. Sentada en el sofá siguió anotando en su libreta, enumeró los lugares a los cuales había dejado de asistir durante los últimos meses, ocupó un rato en intentar sumar los kilómetros que había dejado de recorrer cada día.
De repente la memoria junto unas cosas con otras, la ocasión en que compró un libro en la librería, el café que se tomó conmigo esa tarde, la ruta compartida en el taxi atravesando la ciudad de oriente a occidente, la imprudencia del conductor al girar en una curva sin disminuir la velocidad y lo que trajo como consecuencia. Ella terminó recostada con su cuerpo sobre el mío, una distancia muy corta entre las bocas, sus senos sobre mi pecho, mis manos en su cintura, sí, ahora que lo recuerda fue una posición muy sexual de la que no pudimos escapar.
Se levantó del sofá y fue hasta el mueble de los libros, buscó el que había comprado ese día, y encontró la nota con la cual me había despedido en la mañana siguiente. Rio por el enojo que le produjo mi despedida, luego rio por la explicación que yo le daba. Ese día yo estaba comprometido en acompañar a mi madre a una celebración religiosa, esa era la verdad. No había querido despertarla, y por lo menos al comienzo no lo hice, pero cuando estuve en la puerta no encontré unas llaves para abrirla.
Leyó la nota, no recordaba que había yo escrito las palabras de derecha a izquierda para que las leyera en el espejo. De pie frente al espejo volvió a leerlas, sintió la fatiga producido por aquello que trae a la memoria sucesos inconclusos. No le prometía nada en esa nota, y ella había estado deseosa de encontrar una promesa, no me comprometía con algo concreto, y ella quería mi compromiso para siempre. Se sintió extraña, ya no quería nada conmigo, tampoco tenía interés en encontrarme, pero la nota la trasladó a ese tiempo en que hubiera estado entusiasmada de juntarse más veces conmigo en su cama.
Devolvió el libro al mismo lugar del cual lo extrajo, dejó dentro de él el papel con mi letra, cruzó de vuelta hasta la sala, y notó que no había escrito mi nombre en ninguna de las listas.