La vanidad como peligro

Sentí su fatiga en el parpadeo y el cansancio en los ojos. Callé. Quienes compartían la mesa hicieron preguntas sobre temas generales y personales, a los últimos ella respondía desviando el tema. Yo me quedé callado, no sabía de qué podría hablarle. En algún momento de la conversación alguien me presionó para participar del diálogo, estaban hablando sobre la importancia del movimiento en la expresión del cuerpo, y yo dije algo como esto, ‘no puede haber movimiento sin la intención, es el pensamiento lo que vemos reflejado en el cuerpo, la masa de músculos y huesos solo ocurre a partir de la luz neuronal en el cerebro’.

Ella sonrió, sintió que tras esas palabras la atención de todos se dirigía a mí para negar lo dicho, y con eso podría abandonar el espacio. Lo hizo, se ocultó a todos mientras conversamos acerca de pensamiento, inteligencia, espíritu, alma, muerte, vida, y otras cosas en las que se cae cuando el cuarto trago de ginebra se ha servido gratis en la mesa.

Como ella, escapé de la mesa, y la mesa salí a tomar un taxi con destino al apartamento. En ese mismo instante, ella esperaba a alguien, apenas le sonreí e hice un movimiento con la mano con la intención de saludar tímidamente. Ella hizo lo mismo y miró hacia el otro extremo del lugar. No llegaban el taxi, ni el auto que vendría a recogerla. Un par de minutos después, ella miraba hacia mi lado, yo intentaba no hacerlo hacia el suyo hasta cuando me preguntó si sabía que podría estar pasando en la calle para que los automóviles tardaran tanto.

En su rostro era clara la frustración, en una noche de congestión el tráfico de la ciudad la exponían a pedir un taxi. El mío había llegado justo cuando su furia elegiría cualquier opción para salir del espacio en donde estaba. «¿Me puede acercar a algún lugar lejos de este?» Y, sí, me desvié unas calles para dejarla en su casa. Reímos, y conversamos mientras la ciudad estaba paralizada por una protesta que emprendía gritos de avenida en avenida. Ella no se ocupó de contestar las llamadas, yo no recibí ninguna en ese espacio de tiempo. Cuando llegamos a su edificio acordamos tomarnos un café otro día.

Yo no tenía su teléfono, le había pedido al taxista esperar a que ella entrase al edificio antes de partir, y sin saber por qué motivo, el conductor dijo, «No le ha dado el número telefónico» Y la risa nos juntó a los tres. Copié su número, le compartí el mío, y el taxista nos dijo, «estas cosas pasan, la gente se pierde porque no tiene a donde llamar»

Y me llamó. Y la llamé. Y me llamó. Y la llamé.

Supe que su novio, un actor de televisión solo salía cuando consideraba necesario ser observado con ella, para ser envidiado, para satisfacer el ego que le decía, “usted solo está acompañado de mujeres lindas”.

Y me llamó. Y la llamé. Y me llamó. Y la llamé.

Tras horas de conversar de una y otra cosa descubrimos la virtud que más nos atraía, «quedarnos en casa hasta despertar para hacer lo mismo» Y eso pasó. El actor de televisión pasó a ser un personaje de relleno, mi apartamento se convirtió en el espacio principal para ella ser su propio personaje, y yo comprendí que todo podría girar alrededor de nosotros sin las prisas de la calle o de los espacios públicos.

Claro que nos amamos, por supuesto que felices, cada día descubríamos en la rutina nuevas rutas para salvar el día, desde preparar recetas en la cocina, pasando por leer en voz alta, ver series de televisión, dormir la siesta, ocuparse del trabajo que cada uno hacía desde casa, esperar al otro cuando estaba fuera, y sobre todo, estar ocupados en nosotros sin la intromisión de quienes la veían por la belleza de su cuerpo.

Una tarde que decidimos salir a la calle para caminar tomados de la mano vi como un par de personas se quedaban viéndonos, y yo pensaba, envídienme, ella duerme conmigo. Sentí su dedo clavarse con fuerza en mi espalda, sobresaltado la miré para entender ese modo de llamar mi atención. Por eso he dejado a mis parejas, porque cuando salía con ellas a la calle solo se ocupaban en despertar la envidia de los otros, y no en nutrirse de mi amor.

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