La voz de la mujer exige una distancia apropiada a la edad, pone que yo estoy más cerca de la muerte, por mis años, y ella, como lo hace evidente su juventud, de la eternidad, así los dos debemos ver a extremos diferentes.
Mi manera de verla, por el contrario, salta de esperanza en esperanza al sentir que hay proximidad en el idioma, similitud en las lecturas, vocación por el encuentro en la sapiencia, espontaneidad en la sonrisa compartida.
Dice la mujer que sus treinta son una distancia inalcanzable a mis cincuenta. Propongo yo ahora, para mí en este hilo tatuado de secretos, quedarme con las cometas a las que accede el silencio, dejarme ir sin el bochorno con el cual ella se piensa en mis imaginarios.
