Me gustaba leer las líneas de mi mano, nunca decían algo y yo quería recibir de ellas la profecía de los oráculos.
La mujer en la portería del edificio ha puesto una silla en la que uno se sienta para ella descifrarlas.
Ahora la oblicua insinúa, la recta propone, la más difusa es una luz, la profunda disimula una duda.
La mujer sabe leer mis ojos, el mayor de sus aciertos,
comprende esta creencia en lo secreto,
la transpiración producida por la posibilidad de conocer sin haberse dado el suceso.
Unos días pregunto por quienes siento inoportunos en mi vida,
ella los afirma y me convence de que son necesarios,
unos días pregunto por los ausentes,
ella me recuerda que si los menciono es porque la memoria es una forma de la existencia,
unos días pregunto acerca de mis dudas,
ella las llena de posibilidades,
unos días pregunto por mis certezas,
ella dice que es mi manera de estar confiado ante lo incierto.
