No son las once de la noche y mi cansancio pesa más de lo que pueden alzar las manecillas que dan cuenta de los segundos, todo está yendo lentamente, temo que en algún instante todo empiece a devolverse y este instante encuentre su paso siguiente en la hora anterior cuando eran las nueve, cuando eran las ocho, o las siete, o en el mismo momento en que la hora no había sido inventada y podían todos sumarse a la rutina del sol que se ve asaltar el Oriente y descender por el Oeste.
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