Ella dibujó su sexo como si fuese la fruta de los árboles en sus pinturas, en cada uno de sus cuadros, en alguna de las ramas, ahí estaba su sexo abierto. Sonreía, tímidamente, al ver a los críticos acercar sus ojos y hablar de la pureza en la abundancia, de la cosecha en el verde de los árboles, sonreía de haber puesto una trampa al ojo, un lugar de esclavitud al corazón de los hombres.
