Ocho, siete y seis antes, ahora cinco personas adelante en la fila. El carrito del mercado no llegó al límite, un mercado para la semana, solo algunas cosas de aseo, unas pocas para completar la nevera y, bueno, también una blusa y un par de calcetines, hubiera querido incluir un brasier y alguna prenda adicional de ropa interior, pero esta vez el mercado lo pagaba él. A su lado, mirando la pantalla del celular, él mira los mensajes enviados por sus amigos, revisa las fotografías publicadas por los conocidos, los comentarios de sus contactos, y así sin querer ignorarla lo hace. Toca dentro del bolsillo del saco, ahí está su teléfono, no lo quiere usar, prefiere ver a las personas que atienden en las cajas, a los clientes que pasan un producto tras otro para pagar todo al final.
Está cansada de la espera, no reconoce en esta fila o en la compañía a su lado lo que esperaba para esta noche, afuera debe hacer frío, cuando vayan al auto encontrará las sillas heladas, pondrán el aire para mejorar la temperatura del ambiente, una estación de radio hará sonar la música, y antes de terminar la primera canción él pondrá a reproducir la lista de canciones que le gustan, luego el auto atravesará la puerta del parqueadero e irán por calles conocidas hasta el edificio en donde se encuentra su lugar de residencia, en donde está la cama que sirve para el sexo y la conversación.
Vuelve a ver las cajas ocupadas, él jugando, desliza los dedos sobre la pantalla, acierta una, acierta dos, deja de verlo, se ocupa en recordar lo que imaginaba antes del matrimonio, le hace gracia pensarlo, recordar lo que imaginaba, no era esto, no era estar haciendo fila en un supermercado mientras su esposo no se fija en que ella está cansada de los pies, en su rostro de enojo por la desatención.
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