Esos dos que se besan en la esquina maltratan la mirada dolorida del ansioso que ya no puede apropiarse de ese tipo de contacto, y dan pie para que el envidioso critique la pequeña llama con la que ponen sus lenguas desabridas en la boca del otro, las manos mal puestas en el cuerpo, y sobre todo no permiten que la tarde caiga gris ante el ocaso.
