Empezamos a vender las tristezas, nos pareció un buen negocio, las pagaban bien, las tristezas líquidas las vendíamos en bolsas de litro, las tristezas secas por kilos envueltas en papel periódico. Tarde nos dimos cuenta de que, aunque ganamos bastante dinero, en el lugar de donde sacábamos una tristeza dos nuevas crecían rápidamente, nos sentíamos muy tristes por tener dinero y ningún ánimo para gastarlo.
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