Caes en mí, me pierdes por un gemido que te sale de pronto cuando beso tu cintura, en la parte que corresponde a tu espalda, me reencuentras cuando tus brazos agitan mi cabello, imaginaria cabellera en la que sumes tus dedos. Nazco en tus ojos, muero en el siguiente parpadeo ya que bajas a sobornar mi estómago con las oblicuas pendientes que divagan pensamientos en tu pecho. Mi nombre hace que resucite cuando tú lo pronuncias al pedirme con tus quejidos que repita la sombra que ejerzo sobre tus piernas.
Eres tú, soy yo, somos redundantes, él uno es el otro. Te agitas, algo se disuelve dentro de las amplias ilusiones movidas en los laberintos de tus deseos, te diriges a mí, lo confiesas, una tormenta de arena se humedeció de sales en el límite imaginario que hay entre los pliegues de tu ingle y tus piernas.
Imagen de Efes Kitap en Pixabay