Una jovencita con quien tengo ocasión de conversar en la oficina se acerca esta mañana a mi escritorio, sonríe como si tuviera todas las respuestas para cada pregunta imaginada en el mundo, y antes de que yo me atreva a decirle algo sobre su belleza me dice, «Anoche soñé que por instantes de tiempo llegábamos a la madurez al mismo tiempo, aun así, tus días y los míos eran parte de una ecuación con constantes y variables diferentes». Me impide hablar, la confianza le permite hacerme una señal y callar mi secuencia de preguntas. Narra su sueño, hace observaciones, mira un libro de notas del cual lee anotaciones que escribió al despertarse.
En síntesis, eso dice, «En síntesis, cabes exactamente en mi gusto por la imperfección, eres perfecto para eso, aun así, si tuvieras mi edad o yo tuviera la tuya, no podríamos estar el uno con el otro». Toma un poco de su café, está frío y lo aleja de su mano, «Ahora, tampoco ahora podemos estar juntos, eso sí, estás en mí como una borrasca abriendo espacios para que broten otras noches en mi bosque, para que el día se desborde sin desprender la madrugada». Insiste en mantenerme en silencio, pone un beso en mi boca, y luego, dice, «Nárralo sin mi nombre, sin contarlo todo, solo una parte, y olvídalo porque solo por este instante tendrás mi boca en tu beso».