Vienes a mi casa, sabes de los guantes en el armario, me hablas de la furia reprimida, de un enojo en la punta de los nudillos, de levantar el brazo y dejar toda la fuerza en el impulso de la mano, entonces, antes de seguir con la conversación vas hasta el lugar que conoces y extraes de él el par de guantes, pides ayuda para ponértelos, y empiezas a darle golpes a la pera que cuelga junto a los libros en el cuarto mientras yo voy a la cocina por un vaso de leche con galletas y me siento en la silla a verte, a ver el movimiento de tus senos con los golpes de tus brazos
Extiendes la mano, haces pares entre los dedos del pie y los de la mano, una cosquilla, mínima, aun así cosquilla, sonríes, la sonrisa propiciada por la caricia, estiras la mano desde los tobillos, redondeas la palma del pie con la palma de la mano, tiemblas, la caricia es cosquilla nuevamente, desciendes del lugar que ocupas en tu mente, quedan solamente las caricias, las tuyas, el juego propio, el universo, el tuyo, está hecho de temblores y caricias, de tu mano y tu pie sobre la cama.