Hay días en que quiero reventarle los oídos a alguien contándole todo aquello de lo que quiero quejarme, extenderme por todo mi vocabulario y como si de demonios se tratase dejarlos salir hasta que extenuado de tanta queja caer en fatiga y agradecerla. Hoy es uno de esos, hubiera querido girar el cuerpo y ante la presencia de una compañía, llámese esposa, amante, novia, compañera, poder contarle de este cansancio, del que se despierta en la noche cuando estoy indefenso, cuando el cerebro consciente no puede repetir las acciones con las que en el día se defiende de las espadas emocionales que todo lo cortan.
Yo no soy la suma de mis partes, de hecho creo ser apenas una de ellas, en este caso, hoy mi día de queja, soy apenas este dolor sin fondo sin posibilidad alguna de llenarse, Hoy quisiera tener vocación para el reclamo, el grito, el enojo, la reyerta, el fastidio, la cara de palo y la voz simplona. Me lo tomo personal, y cómo decirlo si está mal visto, si eso no dicta la norma, pero quisiera expresarlo de esa manera, me lo tomo personal incluso tomo como afrenta el gesto de fastidio que usan los desconocidos para hacer notar sus molestias, me incomodan los enamorados con su placidez juntándose por la calle mientras los observo caminar, los encuentros que suceden en secreto detrás de las cortinas. Cómo decirlo, me lo tomo personal y eso me abruma, me descompone, por lo menos hoy, le daría la espalda a la custodia de las buenas costumbres, pero no, ya está puesta la capa de presentación con la cual nadie se intimida.
Dirijo a algún lugar
interno esta tensión, rebota, vuelve, debe hacerse añicos, rebota, vuelve, debe
hacerse añicos, se hace añicos, yo también.