La mujer en la silla a mi derecha, desde que estamos sentados, ha estado hablando por teléfono con un hombre, de quien presumo es su amante, y la referencia a amante no es porque sea él con quien cometa una infidelidad, le habla con bocados de ternura y pone acentos cortos al final de algunas palabras como si esperara de él una culminación diferente a la que exigen los vocablos, a veces se ha quedado callada escuchando y su rostro es una posesión que solo se logra en el silencio cuando una voz atraviesa desde el oído el deseo que conecta a las falanges. He escuchado atento su verbalidad líquida, y puesto plena atención a los movimientos y gestos en su rostro, cada tanto un temblor de ritual la surca y parece convocar al otro al que le habla a una presencia inasible para que la penetre.
