Cuentas siete pasos desde el borde lateral de tu cama hasta la puerta que da acceso al cuarto del baño, vas desnuda izando tu cuerpo por encima de cualquier guerra imaginaria con la fuerza gravitacional de la tierra, ofreces tu piel, las formas que cubres con telas diariamente y la mirada al espejo, repites movimientos con el cuello para acercar y alejar tu rostro a la inquisidora crítica de tus ojos buscando una esquirla, un borde, una inapetencia, una línea viva, alguna arruga, un secreto del que sabes nada o muy poco. Observas a la diestra del espejo el seno en la derecha de tu cuerpo, no hay hoyuelos, la forma se mantiene como la conoces de hace tiempo, dices con una voz tímida, la que usas para hablar en voz alta contigo misma, protuberancias cero, color de la piel, bellísima como lo ha sido siempre. Das lugar a la revisión del par en el otro lado, mismas observaciones, resultado satisfactorio, voz tímida, idéntica frase, otro ejercicio de revisión y das paso a otros pasos, vuelves desnuda hasta la cama, debajo de la almohada con la que apuestas a guardar secretos y sueños, encuentras la pijama, tela suave y fresca. Das un salto en reversa por los giros de la tierra al sol, te devuelves a tu infancia, te atreves a creer que hace ese número de años que te devolviste en la memoria estabas leyendo una hoja, una simple hoja con algún escrito. Te cubres, sentada y lista para internarte debajo de las sábanas realizas el rito habitual de tu noche, agradeces las horas vividas, la abundancia aprovechada, los momentos preferidos, la existencia de tus seres queridos, y al tiempo te vas convirtiendo en una máquina de soñar despierta mientras te atrapa el sueño.
