La tía abuela de uno de uno de mis mejores amigos decía que en la juventud deberíamos buscar a las mujeres en la casa de los amigos, en la madurez entre los amigos del trabajo, y en la vejez en cualquier parte. No se trata de estar en contra o de acuerdo con ella, esto es solo recordar y poner los recuerdos en modos que permite la escritura, como por ejemplo puedo hacer con la letra de la canción de Calamaro, La flaca, pero no lo haré, solo la voy tarareando mientras pienso de soslayo en la muchachita a la que le gustaba morderme los brazos, dejarme de color morado la piel y luego inventar conmigo que las brujas se metían a mi apartamento a chuparme la sangre, y bueno, la canción dice, “{…} porque Dios que esa flaca a mí me tiene loquito {…}”, y así me traía, loquito de contento al verla, y loco de desventura cuando me ignoraba. Tenía nombre, no quiero decir de cuántas letras y menos si dos o uno solo, o poner acá el nombre mientras la cerveza vaticina que la siguiente se aproxima.
