El silencio en el apartamento repara aquello que fue averiado por el ruido de la calle. Los sonidos te pertenecen, la nevera y su ronroneo de gato grande, el aire delatando los espacios abiertos debajo de la puerta que da al balcón y de la ventana en la cocina, el vaivén de la puerta del armario que indecisa se mece en el aire, el tic tac simbiótico que se da entre minutos y segundos para presentar las horas en un reloj que se alimenta con baterías. Esos ruidos son tu silencio, los aprecias, te remiendan, te reparan, acolchonan todo y una quietud de arena te da descanso.
