Al cine club todos vamos a dormir. – Cuéntame más. No puedo, siempre me quedo dormida. – ¿Qué película presentaron? No lo recuerdo, sé que dormí muy bien y es lo importante, el cine club del colegio tiene el sistema de sonido agotado por un gripe salvaje que tuvo hace un tiempo, de él nada se escucha, y el proyector después de leer el ensayo sobre la ceguera de Saramago no quiso ver más ni menos, así que en el cine club del colegio solo existe una opción, dormir mientras alguien toca la campana que hace oficial la hora de descanso.
Me habían dicho que era una práctica normal, como las sesiones de pintura de los estudiantes de artes en las que voy, me desnudo, estoy quieta y ausente de todo mientras ellos me miran y pintan, al terminar los minutos acordados, me levanto, tomo mi ropa y salgo después de haber cobrado por el tiempo. Esta vez era una clase de vudú, solo cuando en el minuto siete de la clase supe que esta no sería una sesión normal de trabajo, en el minuto trece ya estaba sintiendo las agujas en mi cuerpo mientras ellos practicaban conmigo como si fuese el muñeco de la brujería del momento.
Todos sabíamos que los fantasmas van a la clase de artes, es imposible negarles la entrada ya que usan cualquier grieta para meterse, así ocurrió, cuando nos dimos cuenta no había manera de moverse sin tropezarse con ellos. La discusión comenzó cuando uno de ellos vio que de mi pincel varias gotas de pintura de color azul y amarillo le habían invadido el gris de su rostro. El profesor quiso defenderme, no le fue posible porque sus pasos se veían detenidos por la multitud de fantasmas que se interponían en su camino. Cuando todo parecía perdido y veía yo que todos caerían sobre mí, uno de ellos, el que estaba sentado en la ventana dijo, es hora de ir a los baños, la profesora de biología ha entrado, ella va a fumar, vamos a hacerle compañía.
La discusión en el local de los tatuajes se tornaba difícil, el hombre con la aguja en la mano le insistía a la niña que dos razones le impedían hacer lo que ella quería, primero, él no tatuaba la piel de menores de edad, y segundo, le era imposible tatuarle un bosque en el que cambiara el color de los árboles y de las flores con cada cambio de estación en el año.
Le preguntamos a la abuela si era cierto lo que decían sus vecinos acerca de que ella tenía preparada su tumba y tenía preparados los ritos para su muerte, ella sin dejar de mirar por la ventana nos dijo, en la biblioteca he cavado mi tumba, pueden ir a verla, está atornillada en las hojas de los poetas que del mismo modo me dieron muerto y me dieron vida, los ritos, los ritos los empecé desde cuando supe que la eternidad no era del cuerpo.
La mamá le dijo, otra vez te fumaste la voz de ese poeta y andas por ahí drogada de versos, vete a la cama y duerme hasta que despiertes de tanta voz hilando tu cabello. Ella se fue a la cama y durmió con él hasta que la noche sucumbió al delirio del sol que la seguía.
Ella bordaba su nombre y algunos versos en mis sábanas, cuando digo bordaba no es una metáfora. Aprendió a hacerlo en compañía de su abuela y le gustaba hacerlo para desprenderse de los diálogos internos que la acosaban diariamente, así, cada noche mientras yo dormía, en mi espalda se tatuaba el hilo nombrándola.
La mujer se aproxima y me dice, esto es para dejarlo claro desde el comienzo, si me vas a pensar es porque vas a escribirme lo que piensas, si me vas a escribir es porque me lo vas a leer y decir directamente, si me lo vas a decir es porque vas a mirarme mientras lo haces, y si me vas a mirar, mejor abandona toda lo anterior y empieza a tocarme porque ninguna palabra, pensamiento o mirada será capaz de hacerme sentir lo que lograrás con tu caricia.
El teléfono volvió a sonar, contesté y sin darme oportunidad a una pregunta me advirtió que en algún lugar de mi cuarto había quedado su ropa interior, había salido llena de afanes y no lo había notado si no cuando estaba poniéndose la pijama en su casa. Acepté buscarla esa misma noche para llevársela al otro día. Ella insistía en cuidados que debía tener al encontrarla, yo había recogido el sueño de otras horas de trasnocho y solo quería dormir sin precauciones o tareas pendientes. Dormí hasta cuando el timbre del teléfono era escuchado hasta por el reflejo de la luz en el espejo, era ella, pensé en su ropa interior, no contesté, busqué y rápidamente la encontré junto a la puerta del baño. La luz del día me ofreció una lectura extraña, en la tela, entre muchos nombres estaba el mío, fecha de inicio y fecha de expiración, había una para cada uno, la de inicio en mi nombre correspondía con la primera noche que nos derrumbamos en el parque bajo una lluvia de tormenta, la de expiración se cumpliría en apenas unos días.
Ella se levantó, tomó su ropa, fue vistiéndose al ritmo de una luz que destellaba sombras por entre las cortinas. Creo que miraba directamente a mis ojos cuando dijo, pensé que solo querías sexo, yo sentado en la orilla de la cama le pregunté, ¿Por qué me dices eso? Y desde la puerta del cuarto respondió, sería más fácil el desapego.
La noche viene coja, tropieza una y otra vez sin avanzar a prisa, desde mi lugar la observo, la espero, en sus pausas la animo a que venga, ella viene coja, en el fondo, si me concentro en su fondo oscuro puedo ver una gota de arena titilante, una pequeña luz que la obliga a la espera. La noche viene coja porque tú llegas con ella y ni siquiera el oscuro cosmos puede negarse a la luz de tus memorias.
Ella se planta frente al espejo, absorbe toda su desnudez por los ojales en su rostro, toca sus senos, los levanta, presiona a un lado, al otro, detiene sus movimientos y con una voz de hueso rasgado dice para sí, ¿Qué me miran cuando se me abre el escote?
Empezó a enumerar las partes de mi cuerpo, ganarás por una nariz en el hipódromo, escucharás por un oído y te harás el sordo por el otro, en pares abrirás tus ojos y tendrás una sola visión, acariciarás en tiempos blancos y oscuros aun así tu piel sigue sin medida, en tu boca recibirás innumerables besos, una sola boca llena de palabras y de acentos, un corazón para el tambor amoroso, cantos sin medida, azotes sin tiempo en un solo pecho. Continuó hasta que mordió mis labios y me dijo, lo que más me gusta es que eres un solo olvido atravesado por la palabra repetida que nunca dice lo mismo.
Me preguntó porque las palabras musgo y escarcha habían desparecido de mis escritos, sin pensarlos dije, es que desapareciste de mis diálogos internos.
El beso en el ojo cerrado se conjuga con el párpado y se convierte en ventana y vidrio a tu mirada
Su respiración abre y cierra la luz lunar en su blusa, al tiempo mis ojos se dilatan y se fijan en el botón que deja el ojal abandonado.
Otra vez el lunar iluminado por la prontitud abierta en el escote.
Me pregunta, ¿Qué piensas? Le digo, no quieres saberlo. Si te pregunto es porque deseo conocer lo que piensas. Te imaginaba abordada por mis pretensiones sexuales, vestida de mis viajes eróticos a tus cavidades y formas. ¿Quiénes saber más? No, déjalo así.
No he podido dejar de imaginarte vomitando peces como si tu estómago fuese una gran pecera.
Llegamos al cielo, estábamos perdidos, tocamos en la puerta, una mujer nos abrió, le preguntamos sobre la ruta que podríamos usar para volver a nuestra casa, no sabíamos indicarle exactamente dónde estaba o cómo era, la mujer empezó a ofrecernos seguir, aun en el cielo hay lugares para parejas, la miramos con el ceño fruncido, esas cosas no eran las que estábamos buscando, insistió, nos negamos y salimos a buscar la ruta a nuestra casa. Esa es la razón por la que estamos en este lugar que usted llama purgatorio.
Esto es maravilloso, ahora las mujeres que llevan tu nombre las siento más bellas.
El frío izó una gota de luna, su luz hiere la noche. Sangra sombra de estrellas
Los relojes se han quedado sin números, ahora no se cuenta el tiempo de uno a veinticuatro. El reloj tiene las letras del abecedario, de la A a la Z, no hay horas medias, ni cuartos, minutos o segundos, simplemente se nombra la hora de la C o de la P o de la Q. El tiempo no pasa de la misma manera para cada persona, algunos terminan antes y pasan a la siguiente vuelta del abecedario, otros se retrasan, solo podrán llegar al inicio nuevamente cuando entre conjugaciones y movimientos puedan completar en ese día la palabra que se han prometido completar desde el día anterior.
En la biblioteca han muerto los personajes de los libros no leídos, nadie los alimentó con la lectura. Pronto, un hedor a palabra incierta o vocal rota consonante fallida caerá sobre el aire y se unirá al vuelo de los aromas que fecundan miedo. Pobres los no lectores, la nariz les crecerá hasta que sus pulmones mueran heridos por palabras no pronunciadas.
Son las dos de la mañana, el teléfono se oye furioso y altanero, miro a los ojos de la mujer y ella comprende que contestaré la llamada. Al otro lado de la línea, mi amiga dice, otra vez estás pensando en mí mientras tienes sexo con tu novia, nuevamente me sacaste orgasmos sin que mis embudos te reciban.
¿Y si quiero pasar de paralelo en paralelo por los meridianos de tu cuerpo, en dónde inicio el camino?
Si quiero mi mano arriba de tu ombligo debajo de tu blusa, ¿En dónde debe empezar mi peregrinación para llegar pronto?
Tu recuerdo es una especie de recompensa que aparece cada cierto tiempo en mi memoria de imprecisos. Llega igual que la luz a los espejos, sin peso, sin procesión o furia, sin derrota o victoria. Tu recuerdo, y lo mejor de hablar de ese recuerdo es que tú no imaginas que esté hablando de ti, no supones tus naves ancladas en mis puertos ni tu canto hirviendo en mi oído.
Le dice a la expareja, haber vivido contigo era necesario, se tiene que pasar por el infierno para castrar el animal interno.
De ti viene el espejo, una imagen de lo que pretendes, sin pasión ni sentimiento. De ti vienen los espejos, te reflejan y no traen de ti la carne, el aroma, la música, tu expresión de sentimientos.
Traigo el miedo con el frío que viene del centro de mis fugas. Lo escribo para extirparlo, para ponerlo en frente y darme de trompadas con él, no me pude superar, soy más fuerte, mi fragilidad es la fortaleza con la que cuento. Fundo tildes y puntos en fusiles orales, voy a dispararlos hacia el miedo para cruzar su cara de hielo con la espada cálida de un verbo. El miedo es insular, no es el mar, es la gota en el vaso, sin el vaso y sin el agua. Traía un miedo de voces y gritos infantiles repetidos en la imagen deformada de mis últimos asuntos. Traigo en mi mano un libro libre, siento las palabras recorriendo el río sin el cauce, elevándose al aire sin el viento. Miedo sin mí no existes, este es mi abandono. Traigo los pies y mis pasos ligeros, en ellos no cabe sombras de esa palabra que ya no quiero pronunciar porque ya no la traigo porque no existe en mi fatiga diaria.
Hay quienes han sentido morir amores en su historia y conservan el cadáver en lugares que como ubres de vaca arrastran pero no ven ni reconocen.
Te prefiero en singular, tus plurales me saben a infidelidad altanera.
Otra vez ha venido a mi puerta la hija menor de mi vecino a decirme lo mismo de otros días. Te vas a morir mañana, caerás en silencio desde la cama hasta mi sueño, ahí morirás sin más, sin menos, simple y llanamente morirás en mí porque en una edad que no conoces me esperarás en la puerta para partir conmigo a comer helados en el huerto.
Yo no practico el amor porque como le he dicho antes he perdido todo en cada ensayo previo, además antes de que madrugue cualquier luz en mi noche, una tristeza de doce cometas me eleva hasta ese lugar que no ves en mis ojos y que no escuchas en mi boca. Soy un hombre triste, mírame, ¿acaso podría ser de otro modo? No lo creo. Yo no practico el amor porque le temo a la apuesta.
Hay quienes van a la fuente de los deseos, cierran los ojos, piensan y desean al tiempo que lanzan la moneda, y la fuente, antigua de saberes, les devuelve la moneda en un escupitajo de musgo y asco.
Hay quienes van a la fuente de los deseos y con la misma ternura con que ellos miran la fuente les devuelve un brillo de colores porque está segura que con moneda o sin moneda sus deseos van a cumplirse.
De todos los idiomas, de todas las palabras, de todas las lenguas, de todos los sonidos, solo tu nombre es necesario, solo tu voz sería suficiente
En el casillero que me corresponde como buzón de correo del lugar donde vivo he recibido lo que ella quiso dejarme como recuerdo de su piel joven. Una pastilla de jabón con la que se había bañado diariamente la última semana.
No vengas con tu ancianidad, para vejez ya tengo la mía. Esa fue la última oración de la conversación que tenían. Se levantó y mientras caminaba recordaba los días en que sentía el abandono y soñaba con el regreso, ahora que estaba de vuelta, ahora, le eran suficientes sus propias arrugas y letanías, no hacían falta otras para sus últimos días.
El jugo de naranja partió desde el vaso herido sobre la silla hasta el piso de madera. Su brazo empujó el vaso que de un salto calló a la silla mientras yo veía el líquido amarillo gotear rápidamente. Jugo amarillo, no pensé en el sabor amargo o dulce de la naranja, una imagen tatuada en el ingle dolorosa, en la uretra que grita sangre mientras la orina sale amarilla hasta el orinal.
Te supongo absorta de dudas dando pasos ligeros como ave previo al vuelo. ¿A dónde van tus dudas? A las alas que te elevan plena de la libertad.
Deseo me concedas los orgasmos que me debes. ¿O eran los besos? ¿O los dos al tiempo? ¿O son los que me sueño?
Recuerda, esta es una promesa para romper, es la promesa con la que apostaré en la mesa en donde juegas con tus cartas marcadas. No importa si perder o ganar cuando no se desea la victoria y la derrota es inasible. Recuerda, esta es una apuesta para darle cara a tus maneras de estar sin dar, de aparecer sin permanencia.
Desde una de las mesas del café, una mujer me observa con los párpados extendidos como si mi cuerpo no cupiera en sus ojos abiertos al máximo.
¿Para qué el encuentro si el beso me niegas?
¿Para que el beso si el encuentro me obliga?
Pensamientos como, sin sonrisas por promesa, el miedo más que derrumbe en la vía es la carretera.
Ven a mi cama a parir mis ríos.
Usted no lo sabe pero yo tenía miedo, mucho miedo antes y después de sostener la verticalidad ante el temor que me acosaba, ahora quiero que sepa que esa valentía que usted concede a mis actos solo pudo suceder porque para mí era urgente y necesario protegerla.
Las palabras que pones en el viento vuelven por ti.
Le pregunté, ¿a qué hora despiertas? Ella me dijo, cuando quiera despertar para soñarte.
Imagina una ciudad en la que de las plazas públicas de manera recurrente empiezan a llenarse de gente. Cientos de personas llegan y se sientan o caminan.
Imagina una ciudad en la que la gente abandona sus autos en las avenidas. Y luego solo caminan sin hacer uso de vehículos Imagina una ciudad en donde la gente sale a dormir a la calle y muchos abandonan sus casas. Imagina una ciudad en la que cada casa tiene una campaña y es tocada en las horas impares cuando el reloj indique la hora en punto. Imagina una ciudad en donde las personas rompen el asfalto y siembran árboles. Imagina una ciudad en la que todos izan banderas invisibles y cada uno es emperador de un imperio que sólo existe en su pecho. Imagina una ciudad en donde paredes, puertas y ventanas están hechas de espejos Imagina una ciudad en tu corazón.
Me gusta esta distancia que nos une y la palabra que la nombra es desalojó
Ella me pregunta, ¿dónde está el sol? Yo le pregunto, ¿dónde están tus ojos?
El silencio es una esfera indivisible, es un lugar, es el lugar de la eternidad.
Ella dice, descansa, yo duermo por ti
Esto no puede terminar porque no ha empezado aun.
De esas llamadas inesperadas que aparecen como luz de luna, me dice, llamo solamente para decirte que soñé anoche contigo, ¿Te acuerdas de aquella tarde que me acariciaste con tu oreja todo el cuerpo y decías que estabas escuchando la voz y el canto de mi piel? Anoche soñé lo que ella te decía, si eso fue lo que escuchaste me alegra que seas tú quien lo sepa. Y sin oportunidad para otra palabra colgó.
Igual que yo, tienes la edad de la literatura.
Eres una cansada nocturna que iza razones para olvidar el día de afanes obligados.
Aún me queda medio silencio por volver.
Es hermoso tu olvido, deja todo el espacio libre para que las historias lo fecunden.
Cosas que uno escucha junto a la catedral, si no se organizan para una foto no los imagino poniéndose de acuerdo en una orgía.
La noche se planta delante de mi boca y las pocas palabras que se atreven son oscuras de nombre, de acento quebrado y sin aliento. La noche cubre el espejo reflejando mi rostro sin el color innato, color de tinta pálida, líneas tiradas con desgano dando forma a una cara que no me reconozco. Dentro, un bisturí sin filo cruza de pulmón a pulmón, sentencia al tatuaje frío las heridas olvidadas, desaprendidas, trae todo de nuevo y lo vuelvo acero vivo. La noche abre espacio para la luz en el espejo, refleja el fuego pretérito lleno de surcos abiertos por dolores antiguos.
En un instante cortado con el filo de una pestaña la serenidad desaparece y una sensación de miedo sin origen se precipita en mí como si alguien abriera mi corazón y lo expusiera frágil a los elementos de trabajo de un carnicero. Todo lo nombrado e innombrable se convierte en punta de flecha o aire envenenado, así, como granizada de temores cada movimiento entre sístole y diástole llega acompañado del temor por la tragedia.
La ventaja de sentarse en la barra del bar es que uno escucha la palabra que escupe el barman cuando pone el trago en la boca, después sabe de la reputación verbal de quien lo lleva a la mesa. Estar en la barra no me exime del escupitajo ni de las hiperbólicas palabras.
De esas conversaciones de las que no importa el contexto, alguien le pregunta a la mujer, tú por qué no estás tomando, ella dice, es que estoy ovulando, y los dos hombres se retiran a buscar conversación en otro grupo.
Con la exactitud del puntero del mouse en una pantalla de alta definición, la mujer dio cuenta fácil del pixel exacto en donde sus labios sobre los míos nombran el beso.