Anillos y luces

Son las tres de la tarde en este sábado de frío en Bogotá. Afuera llueve, casi siempre llueve, y yo trato de escribir, llueve y tú no estás, como un homenaje a quien me gustaría que estuviese conmigo en la ventana mientras yo miro a los autos consumir rápidamente las llantas mientras atraviesan la calle que veo desde mi apartamento. En el centro comercial a donde he venido por un café hay fila, no es habitual la fila a esta hora, pero parece que el frío ha impulsado a los consumidores de café para estar acá.

Yo he puesto mi teclado en una de las mesas para separar el espacio. No me gusta hacerlo, prefiero elegir la mesa cuando ya he recogido el café, pero esta vez he visto demasiadas personas y no quiero quedarme sin un lugar para tomarme el café y escribir. Estoy a cuatro lugares de ser atendido. Adelante, una señora con un perro, un señor con su esposa, una joven con blusa negra y pantalón azul, y de primeras en la fila un muchacho que hace un pedido para toda su familia que ya está sentada en una de las mesas.

Miro hacia la mesa elegida, sigo viendo mi libro y el teclado. No dejo el celular, el temor es superior al nivel de confianza en el espacio, así en el lugar diga, este es un establecimiento seguro. La joven con blusa negra gira para ver hacia el lugar en donde yo dejé el teclado, no creo que mire mi mesa, en la mesa de al lado hay cuatro personas, dos mujeres y tres hombres. Quizá es una mala interpretación propia, pero me parece que ven hacia mi mesa, y luego giran hacia la fila para verme. Los conozco de algo, sin las gafas será difícil saber.

La joven de la blusa negra es linda, muy linda, ahora veo su rostro, ahora veo sus ojos negros de borrasca y los trazos de su rostro hechos con pincel. Lo que pienso ya lo he dicho varias veces, se me parece a alguien, suficiente como para no dudar de quién es, pero el tiempo no ha sido el necesario para que yo pueda estar seguro de lo que vi.

Me quedo observando el cabello negro, la forma de la cabeza, el modo en como mueve los brazos, la intuición se mueve hacia el pasado y le pone nombre a esa silueta. Alguien me habla, el letrero que indica ser un lugar seguro no se refiere a que desconocidos pueden acercarse a pedir apoyo monetario ante una crisis. Quiero ignorar la hombre que me cuenta una historia triste acerca de sus opciones para dormir confiado y tranquilo esta noche. Solo pide una moneda, lo que sea para poder completar el costo. Me pierdo del movimiento de la fila, aun así, me he dejado llevar por los pasos de quienes van adelante. Le doy una moneda al hombre. Expreso mentalmente mi malestar y mi falta de confianza en que su historia sea cierta.

Pido el café. El muchacho que atiende me conoce, soy un cliente habitual, dice mi nombre, me agradece la propina, se ríe conmigo porque él no ha podido evitar que me aborde el desconocido. Con timidez y prudencia me dice, «esa mujer, la que está recogiendo varios cafés lo ha estado mirando. Por favor no mire porque se da cuenta». Y no miro, pero una luz se desprende de sus manos y me llena los ojos. Sé que vino de una de sus manos. El sol o una luz del lugar ha llegado hasta su mano y se ha reflejado para que caiga en mis ojos.

Me desplazo hacia el espacio en donde entregan los pedidos. Ella se está moviendo, otra vez solo veo su espalda, estoy seguro de que es en quien estoy pensando, otra vez la luz, miro su mano sosteniendo un café, observo el anillo en su dedo anular. Una grieta se abre en todos los lugares invisibles de mi cuerpo, alma, espíritu, y mente toman forma y se agrietan. Ahora no quiero volver a mi mesa. Miro el teclado y el libro, solitarios y acompañados por los lentes.

Tomo mi café, camino sin mirar a los lados, solo me ocupo de ver la silla en donde voy a sentarme, justo me haré en la que da la espalda a ella y a su familia. Ahora sé que son su padre, madre, hermanos y cuñada. Me conocen, saben de mí, estoy vencido, este es mi momento para sufrir uno de los círculos de Dante. Saben de mis pecados con ella. Paso, me siento sin ver, muevo el teclado, me tomo un sorbo del café. Pongo el celular, abro una aplicación para escribir, y empiezo a registrar esta historia.

Siento el ruido de las voces, y prefiero pensar en organizar las cosas para irme, no alcanzo a nada cuando una mano toca mi hombro, con ese roce viene la luz, otra vez el sol o una lámpara informando del anillo en el dedo anular. Giro y me levanto ante sus rostros de confianza, me saludan todos, ella sonríe, y me saluda, yo me doy un paso para buscar el abrazo, ella se levanta de la silla, pone un beso en mi mejilla, me abraza, la abrazo, y siento el dedo anular incluyendo la forma circular del anillo.

Palabras van, palabras vienen, y no tengo otra opción que pasar mi café a su mesa, guardar el teclado, y pasarle el libro para que ella me pregunte por el libro de poesía. Respondo, y los padres me salvan, sus preguntas son sobre la vida, en este momento la poesía no es mi vida, respondo a ellos. Ella no se detiene, quiere saber si he seguido escribiendo, digo sí, digo, algo, bueno casi siempre escribo, y sus ojos revelan que ella quiere más, saber de qué y para quién escribo.

Miro a su mano, ella lo nota, tomo café, su madre me ofrece una porción de torta de zanahoria, no puedo negarme, ahora su hija me toma del pelo, me pide que parta en mitades la porción que me han dado. Yo me lo tomo en serio, ahora los dos comemos del mismo fragmento que nos ha dado su madre.

Vuelvo a la mano, vuelvo al anillo. Ella no se inmuta, solo sigue conversando, ahora me cuenta de su vida. Son varios años sin verla, son muchos años escribiendo, llueve y tú no estás. Ahora que ha notado que sus manos me interesan se quita el anillo, me lo muestra, y me dice, «te acuerdas de uno de tus cuentos sobre una mujer que escribe en un anillo los secretos de su vida, pues para mí es este. Ya tengo mi propia historia imaginada por ti, pero escrita por mí.»

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