Golpes inéditos

Yo le insistí varias veces a mi jefe que no podía ir a la oficina, la mejor opción sería participar en todas las sesiones en remoto, sin embargo, él mantuvo su política acerca de que todos deberíamos asistir de manera presencial. No pude decir algo distinto a que había tenido un accidente y mi cara no era la más presentable, y él respondió como si se tratara del humor acostumbrado, «ya eres feo, no te vas a poner peor».

Y sí, estaba peor. Dos grandes manchas circulares de un color morado y rojo ocupaban el lugar de las ojeras. Una mancha de sangre no lograba ocupar todo el espacio de la boca, aun así, resaltaba más que cualquier espacio en mi cara.

Entré a la sala de conferencias, llegué antes que todos, busqué el lugar con menor luz y me quedé con mis gafas oscuras y el tapabocas acostumbrado en la época de pandemia. La primera persona que llegó al lugar solo saludó, y yo le hice un gesto de amabilidad con la mano. Luego, una persona de contabilidad con espíritu más colaborativo dijo que él también había tenido que usar gafas oscuras cuando se hizo la cirugía contra la miopía. Me dio la mejor de las excusas. Pero el primer asistente dijo, claro, solo que eso no da restricciones para el sistema respiratorio.

Levanté la mano como si la sesión de trabajo ya hubiera comenzado, y dije, puede que tenga gripa y no quiero contagiar a nadie. Me ignoraron. Justo en ese instante entraron los demás compañeros de trabajo. A nadie la gustó mi manera de cubrir el rostro. El primero en expresar su absoluta inconformidad fue mi jefe, al mismo que le había explicado que tenía inconvenientes personales para asistir a la cita.

Transparencia. No lo escribo en mayúsculas porque no me da la gana, pero lo pronunció en ese modo. Yo tengo un salario suficiente para pagar las cosas básicas, sin ningún espacio para que pueda sobrevivir un par de semanas sin ese sueldo. Ese día supe que mi nivel de rebeldía y de valentía rendía tributo a los límites del arriendo, los servicios y la alimentación.

Me quité las gafas, solté el tapabocas, deshice el nudo de la bufanda, y aparecieron los moretones, la sangre destilada debajo de la piel, el golpe inamistoso en el cuello con una botella, y por supuesto, mis ojos rotos en vergüenza ante todos.

¿Qué te pasó? Preguntó mi jefe, y sentí que en su voz había un tono de vergüenza por hacerme ir en modo presencial a la oficina. Me levanté de la silla como obliga el protocolo de la oficina cuando alguien quiere hablar para todos. Los miré sin mirarlos, suena incluso poético, pero en esto de la vergüenza no hay indicios de la aventura poética.

«Me peleé con el mejor de mis amigos, los dos estábamos saliendo con la misma chica. Yo no sabía que era su novia, y menos imaginé que la mujer de la que tanto hablaba en nuestras conversaciones de bar correspondía con la misma mujer con la que yo salía responsablemente siendo el novio oficial o la pareja.»

«Yo solo tenía secretos con mi amigo y con mi novia. Así que todo el tiempo hablamos de ella, pero su comportamiento era distinto con cada uno de nosotros, además que los tiempos para los encuentros se sucedían en momentos que no permitían el encuentro entre todos nosotros.»

«Supimos que era la misma mujer porque yo le di un anillo, ella lo puso en el dedo anular de su mano izquierda y yo me sentí tan comprometido como Adán con Eva, pero ella se quitó el anillo, lo puso en una cadena que colgaba de su cuello y se vio con mi amigo. Él supo identificar las iniciales de mi nombre en el metal del aro colgante, además, que me había acompañado a la compra.»

«Cuando me preguntó, cuando nos pusimos a hablar de la misma persona con encuentros distintos supimos que estábamos enamorados de la misma mujer. Él dijo como todos en el colegio, yo la vi primero, y así, él fue el primero en olvidarse de la amistad, me dio un golpe en la cara del que apenas pude levantarme para que me rompiera la piel con sus golpes. Eso es, no tengo otra historia para contar sobre el estado de mi rostro.»

Mi jefe, a quien en cada conversación lo secunda el chisme, quiso saber más, la intriga, la infidelidad, la deslealtad entre los amigos, la venganza que según él correspondía a este tipo de sucesos. Yo lo miré a él, luego los miré a todos, y les dije, «seguramente la asistente de la gerencia no venga hoy a trabajar, así como mi amigo tampoco pueda levantarse de la cama, pero les puedo asegurar que estos golpes en mi rostro no revelan lo mucho que tengo rota el alma.»

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