Recuerdo que ella hizo cambiar las puertas, las ventanas y los espejos del apartamento antes de que iniciáramos el trasteo. Sus explicaciones eran simples, no quiero verme con el mismo espejo en donde alguien observó sus emociones cada día, no quiero atravesar arcos por los cuales otras personas atravesaron constantemente con su energía.
En contraposición a sus ideas yo le exponía que siendo de ese modo tendríamos que usar una casa nueva en donde nadie hubiese estado antes. Se enojaba, su siguiente comentario era, «son portales, entiende, son portales al abismo de quienes se vieron allí, las puertas, las ventanas y los espejos son portales que se abren para quienes se ven o pasan por ellos.»
Vivimos juntos durante ocho años. Quisiera usar la simpleza y decir, me dejó, aun así, siendo eso cierto los detalles son los que han traído hasta aquí. Durante los primeros meses nos visitaron amigos, luego esas visitas se fueron distanciando en el tiempo hasta que convivimos con una especie de austeridad que se reflejaba en la cantidad de personas con las cuales compartíamos. Las reuniones escasearon, las salidas correspondían con lo básico, salir al trabajo, ir al mercado, visitar al médico, caminar sin rumbo yendo el uno junto al otro.
En el año cuatro empezaron las desapariciones. Una noche se levantó de la cama, pasó al baño, escuché la fuerza de su vejiga llegando con la orina hasta el agua, luego la descarga de la cisterna, y despúes, cuando ella no salía entré a buscarla sin que pudiera encontrarla. Creí que sin yo notarlo hubiera ido a la cocina o a la sala, al cuarto de los libros o al otro baño, pero no la encontré allí tampoco. Cuando volví para constatar mi cordura, la vi salir del baño sin asomo de alteración alguna. Tras las preguntas solo atinó a decir, «Estaba ahí amor, estaba ahí. Quizá entraste dormido»
Ese buscarla dormido se volvió constante, primero fueron esporádicas las desapariciones, luego se convirtieron en horas y días. Al comienzo quise ir a la policía para reportarla como desaparecida, pero temía que al aparecer ella repitiese delante de ellos que quizá yo estaba como un sonámbulo y no la veía.
La he estado buscando cada noche y cada día. Me quedo junto a la puerta esperando a que la atraviese, la espero frente al espejo para ver su rostro reflejado, miro por la ventana sin que ella aparezca allí mirando hacia la calle. No, no me atrevo a hacer como ella dijo, a cambiar las puertas o las ventanas, o quitar los vidrios porque si lo hiciera, si fuese de ese modo ella no tendría un resquicio de luz por el cual guiarse para estar de vuelta.