La mujer vestida con una sudadera de color rosado, una blusa blanca y una chaqueta azul, también lleva una cachucha gris que le cubre un cabello tinturado de dorado. Con ella está un perro, este atento a todos los movimientos alrededor suyo, supongo por conocimientos obtenidos a través de otras personas que vigila con propósito de defender a su compañera de animales salvajes que pudieran haberse introducido al centro comercial y ante un descuido atacarla.
La mujer está casi todo el tiempo absorta viendo las imágenes en la pantalla de su celular. El café junto a su brazo derecho debe estar sintiéndose solo y convirtiéndose en un líquido amargo y frío. A veces pone su mano izquierda sobre la cabeza blanca de su perro del cual no se intuir su origen genético para mencionar si es Alemán, Danés, Siberiano, Inglés o criollo. Es blanco, de buena postura, y sobre todo está muy atento al todo que a su alrededor sucede. A veces extiende la cabeza y la recuesta sobre el zapato deportivo que la mujer levanta al cruza las piernas. Cuando esa zapatilla roja y blanca se eleva puedo ver un adorno que da vuelta en torno a su tobillo.
Se llama Liliana, y de cariño sus amigos y familia le dicen Lili. Pongamos eso. Liliana es una mujer soltera que vive en un apartamento a dos calles de este café, viene los domingos después de estar en una celebración religiosa a la que asiste para acompañar a una de sus tías. Hoy la llevó en su auto hasta donde una vecina a la que le habían prometido una visita, pero ella las dejó con la excusa de que tendría vueltas para hacer y sería mejor dejarlas cómodas conversando sobre asuntos privados. Las dos señoras, podría escribir ancianas, pero yo estoy cerca de esa edad y no quiero ser nombrado de ese modo, las dos señoras sí tienen asuntos privados que atender, el motivo de la visita es contarle en secreto que en la celebración religiosa de la semana anterior vio a la huérfana de la mujer que ellas mataron porque se había metido en esa época con el esposo de una de sus amigas.
El perro es lo que en la actualidad llaman un hijo canino, y después de muchas discusiones ella se quedó con su custodia por encima de los deseos de la pareja con la que vivió tres años. Fue una separación dolorosa para ella, estaba convencida de que ese año podría quedar en embarazo y tener un hijo, una niña, eso le decía a Juan (de este no importa el nombre, se podría llamar Cristóbulo y no nos importaría, se llamará Juan porque es fácil de escribir y de leer) Juan se hacía el desentendido cuando la conversación aparecía. De hecho, el último año se hacía cada vez más el desentendido con todo lo relacionado con su casa. Había caído en tentación, y la tentación tenía piernas, nalgas, tetas y cama, allí pasaba los fines de semana y algunas noches con la excusa de que las reuniones de trabajo se lo exigían.
Liliana supo ese año que era una mujer más fuerte de lo que había supuesto sobre sí misma. La crisis le hizo perder peso al comienzo, y luego lo ganó como parte de su estrés postraumático, también un poco de su dignidad ya que por venganza se metió a la cama con unos fulanos de tal que la dejaron exhausta al saber tras haber estado con ellos que solo la consideraban un objeto en temporada de descuento. Lo superó, Lili es una mujer fuerte, ese año no lo supo tanto, pero ahora, dos años después lo sabe muy bien. Y aquí está sentada con la pierna cruzada mostrando un adorno hecho con hilos rojos dando vuelta sobre su tobillo.
El perro de Liliana, su hijo perruno, se llama, Max, este nombre es exacto, así le he dicho varias veces cuando el cariño de la mano acariciando la cabeza aumenta. Digamos que Max fue adoptado, esa es una mejor historia que si lo hubieran comprado en un criadero especializado en animales de esta raza. Lo adoptaron, una prima del “mugroso” ya no podía tenerlo en su casa, y ellos se ofrecieron primero a cuidarlo unos meses mientras la prima resolvía sus inconvenientes financieros, no lo logró pronto y la decisión final fue que “el mugroso” y Liliana lo adoptaran. “Mugroso” es el mote con el cual lo nombra cuando se acuerda de la ex pareja, por eso decía antes que podría llamarse de cualquier modo.
Max tiene desarrollado el sentido del olfato con una mayor capacidad a otros animales de su especie, eso n olí sabe Liliana, a ella le parece natural todo lo que hace. Por eso no nota que ha empezado a percibir a una mujer con un perfume igual al suyo, mueve la cabeza hacia las piernas de ella, y luego la desplaza hacia la dirección en donde otra mujer usa el mismo perfume. Esto no tiene importancia, pero lo escribo para dejar claro que una simbiosis entre humano y mascota es imposible ya que el lenguaje no permite este tipo de comunicaciones. Si fuese posible, Max le habría dicho, mira que la mujer a veinte3 metros que lleva un saco de azul usa el mismo aroma, mírala, y se la hubiera mostrado no solo con el movimiento de la cabeza, también con un ademán de una de sus patas delanteras, y Lili, mujer prudente, le diría no la señales con la mano, se va a dar cuenta.
Max no ha visualizado peligros inminentes, ahora se quiere extender en el piso junto a las piernas de su compañera, y lo hace, para eso no necesita lenguaje alguno, y si lo tuviera no preguntaría porque él es autónomo, esas cosas que le salen del instinto las ejecuta sin ladrar siquiera.
Hemos coincidido con Liliana en ver a la misma mujer, ella lo hace por curiosidad, es una mujer con un vestido azul adornado con flores rosadas, blancas y rojas, son diminutas, ella se ocupa en medir las formas, el encuadre, la distancia hasta la rodilla, la manera como cae en los hombros, yo, en cambio, la miro porque es atractiva y particularmente me parecen más lindas las mujeres que usan vestidos y faldas. A Max no le importa esta coincidencia, no hay nada interesante en ese cuerpo que para él cruza como un bulto más de sombras a tres metros de su cuerpo. A mí en cambio me ha producido asombro, me gusta esta mujer y me la quedo viendo con la ilusión de que se haga en la mesa que está libre a mi lado.
El café de Liliana está frío. Mi taza está vacía. Si la mujer del vestido azul se hace junto a mi mesa pediré un café adicional, pero no, parece que lo pidió para llevar, eso es, se aleja de este lugar y yo, aunque no quiero olvidarme de Max y de Liliana me voy detrás de la mujer que ahora gira en la esquina y se desplaza sobre unas botas negras que le cubren la pierna hasta unos diez centímetros debajo de sus rodillas.