No te ocupas en tomar medidas de tus pies ni en comparar el espacio que ocupa cada uno de ellos a lo largo o a lo ancho, en ti no encuentras una pulsión para hallar la simetría que los une.
Vas de una rodilla a la otra, y tus ojos acuerdan abandonar el apetito por ponerle números a las formas, son iguales, eso piensan, sin preocuparse en usar una cinta métrica, regla o compás para asegurar eso que creen en confianza.
Abres las manos cada tanto, sin necesidad de impulsos previos ni predestinaciones acaricias una con la otra, pasas los dedos en secuencias numéricas sin que tengas en cuenta el parecido o la similitud de las líneas en las manos.
Acunas tu cuerpo en la cama, la mitad de la derecha pesa igual que su par en el otro extremo, eso podrías decir sin tener que sostener una pesa en cada mano, pero no es esto importante para ti mientras miras una luna de dicha anunciando imaginarios en tu sueño.
Extiendes las manos a tu rostro sin presumir la forma exacta de la mejilla convexa cabiendo en lo cóncavo de las manos, aquí como en las otras partes de tu cuerpo no te ocupas de simetrías o paralelismos.
Abres las palmas, alargas los dedos, aprecias la redondez de tus senos sin que te asalten preguntas sobre diámetro y volumen, sobre los círculos en su centro, no extraes de tu memoria las fórmulas del logaritmo o de la integral para medir el área que ocupan.
Tocas las orejas buscando los aretes y recorres el borde, la curva, la silueta interna de la oreja, sin buscar conclusiones acerca de la exactitud en peso y la forma repetida como espejo.
No, en esto no buscas simetrías, en cambio, en dar y recibir sí lo haces, das con la generosidad del solidario porque sientes que la vida te ha dado todo en abundancia.
Imagen de Jerzy Górecki en Pixabay