Dice el libro de las promesas que quienes llegan a tu vida suelen inhibir uno de tus sentidos, excitar otro, inhibir una de tus cualidades y exaltar otra.
Hay quienes te incitan a la inteligencia, hablan con la certidumbre de las dudas y ante ellos nuestros pensamientos se despliegan para ampliarse ofreciendo otras maneras de imaginar el universo.
Están quienes disparan cadenas con arengas y te amarran a su tiempo de condenas, te juzgan y te obligan a sus sesgos, te quieren de su lado sin que haya claridad o nobleza en sus deseos.
Otros te invitan a la danza, traen al cuerpo la fragancia producida en el aire por el movimiento de los seres inmortales, y proponen el baile del agua, la danza de las olas, el empuje de la brisa y la lluvia, con ellos solo quiere uno que el cuerpo no esté estropeado para bailar la primera y la otra canción que suena.
Vienen con sus miedos envueltos en retazos malolientes, te quieren someter a sus creencias, piden que te calles y atiendas solo a sus maneras de ensuciar la luz solar para que no veas más allá de sus obtusas reticencias; están al acecho todo el tiempo, quieren que temas, que desconozcas a tu libertad y a tu alegría.
Hay unos con un pozo en los ojos en el cual caben todas las cosas, incitan a la contemplación interna para conectarse con el todo, con ellos la meditación ocurre al escucharlos, al sentir su cuerpo acercándose, están contemplándonos desde un lugar en donde hay un espacio para ser conscientes de la nada.
Los hay con un puñal acertando cada instante a tu pecho, no quieren la confianza del latido que, sin saber del anterior, confía en el siguiente palpitar del corazón, esos quieren derribar tu confianza en el futuro, en los otros, en ti mismo.
El arte de lo bello y de la estética, de saber que la belleza está anidada en la vida, y la estética es solo otra de las formas del alma; sí, llegan a nuestra vida para eso, para despertarnos al arte, para ofrecernos maneras ciertas de adentrarse en la belleza.
No importa sin son muchos o son pocos, aparecen para consumirte, te quieren sin el entusiasmo por la vida, desean ellos que estés sin estar, que navegas sin mar y te olvides de las olas. Estos son los apagados contagiándote de la inmovilidad sin esperanza.
Los hay con las manos abiertas a la fuga, con los brazos dispuestos al encuentro, ofrecen la palabra y el oído, escuchar y esclarecer sin imponerse, solo desatan nuestro pensamiento con su voz enaltecida por el aliento de la sincera enseñanza.
¿Qué inhiben o excitan de ti las personas con quienes hablas?
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