Sin miramientos

Busca en el bolso, en los bolsillos del saco, en los del pantalón y no las encuentra. La ley de conservación de las llaves afirma que no se pierden ni se destruyen, solo se transforman en seres invisibles con capacidad de movimiento propio. Deben estar en algún lugar, en un bolsillo, en medio de los objetos apiñados dentro del bolso. Esta búsqueda es la mayor expresión de la serenidad femenina, ante todo tranquila mientras vuelve a inspeccionar el bolso y los bolsillos.

No están. Su madre le ha repetido tantas veces que antes de salir de casa hiciera una lista de lo fundamental, lo básico que no puede olvidarse, pero las llaves, por una razón desconocida, no aparecen en donde deberían estar.

— Hola má

— Hola hija

— No encuentro las llaves

— Las dejaste en la casa

— Estoy saliendo del trabajo. Está pendiente y me abre

— No estoy, salí

— ¿A qué hora vuelve?

— Por ahí en dos horas

— Voy a buscar qué hago mientras

En el centro comercial hay un local en donde venden café, pedirá uno y estará ahí las dos horas mientras su madre vuelve a casa. Hace fila detrás de dos personas, espera su turno, la atienden, pide un americano en taza mediana, paga, cuando está preparado la llaman, lo recoge, y elige de entre las mesas una que parece estar alejada de todo, la mesa del rincón, aunque la mesa misma por lo pequeña parece uno, esta mesa es «el rincón de las mesas». Le parece divertido lo que piensa y ríe consigo misma.


En la mesa más próxima a la suya dos muchachos conversan sobre sus novias, parece que hablan de la misma mujer, aunque es cierto que son distintas, las características mencionadas sobre ellas parecen ser las mismas, es como si estuvieran enamorados de la misma y cada uno le dijese un nombre diferente. Los observa y escucha otro rato, uno utiliza tenis y el otro unos zapatos mocasines de cuero, uno lleva cinturón y a diferencia del otro que no lleva nada para sostener el pantalón porque le queda preciso. Ambos usan barba; a propósito de la barba o el cabello, ¿estará bien decir utilizar el verbo usar?, a los dos el pelo les quedó corto, les quedaron debiendo, usan la cabeza rapada y brillante.

A la muchacha que acaba de entrar se le rompió la media justo debajo de la rodilla izquierda, se nota como una herida de guerra en la piel de un militar de escritorio. Alquiló seis centímetros de zapato para parecer más alta, y se le nota la nueva estatura, incluso le da una elegancia mayor, quizá esa misma ropa con unos zapatos bajitas la harían parecer un maniquí descompuesto. La mira otro rato hasta cuando la ve sentarse en una silla y llegar luego allí a un hombre de su edad. El hombre va por las bebidas cuando el pedido está listo, un té en botella, a todas luces solo el sabor artificial, y una infusión de yerbas aromáticas.

La conversación parece alojada en un programa de comedia, ríen la mayoría del tiempo, por el movimiento de sus brazos y la manera con la cual exponen sus miradas los repiten, los chistes, suponiendo que los son. El hombre repite un movimiento con el brazo derecho, cada cierto número de minutos, incluso antes de pasar los sesenta segundos, baja el brazo derecho hasta la pierna y se toca el bolsillo. Imagina que pronto extraerá algo de allí, un anillo de compromiso y harán los dos, hombre y mujer, un espectáculo al pedirle compromiso. No, eso no pasará. Y si ocurriera ya ha dejado de fijarse en ellos porque está mirando a un hombre que toma de varias bolsas de azúcar y las mete en su bolsillo del saco, no una, dos y tres veces fáciles de contar con los dedos de la mano derecha.

No han pasado treinta minutos desde la llamada a su madre. Le pone un mensaje, ella le responde, tenga paciencia. Y la tendrá viendo a un hombre que está solo y lee. Ahora la curiosidad por conocer los títulos de los libros la hacen levantarse, se propone cambiar de mesa, para hacerlo irá por otro café, buscará una silla más cercana a la del lector. No hay fila, repite la rutina, pide, paga, espera, recibe, busca mesa, se sienta en una silla y ve que el hombre está leyendo a Rodrigo Fresán, “La parte inventada”. Un libro gordo, para espíritus de largo alcance. Quisiera que el hombre termine de leerlo pronto y saque uno nuevo su morral, o que levante el que tiene en la mesa.

Se enoja, no considera la actitud del señor como un acto de vanidad, sin embargo, ella quiere saber cuáles libros están sobre la mesa y cuáles otros lleva en el morral, y ahora que lo quiere saber no tiene una manera prudente de saberlo. Lo mira con enojo, le achaca la vanidad, aunque al comienzo no había pensado en eso como un defecto.

El lector suelta el libro, toma el que tiene sobre la mesa, es una colección de poemas de Wislawa Szymborska, “Poesía no completa”, ella quiere leer unos poemas de ese libro, hasta se lo pediría prestado, pero no es de pedir libros a desconocidos, aunque si el tipo se descuida podría tomarlo prestado sin ánimo de devolverlo. Por supuesto, no lo hace.

Nota que hay música, escucha la canción, no se sabe la letra, tampoco el título, aun así, la conoce. Es como esos compañeros de trabajo a quienes recuerda someramente sin saberse el nombre.

Recibe un mensaje, su madre, ‘sal ya’, y se levanta de la silla, toma el vaso de cartón en donde estaba el café, lo lleva hasta la cesta de basura, no recuerda si el que usó en la otra mesa también lo tiró o si lo dejó en la mesa, se siente culpable, y no hay posibilidad de enmendar eso que a ella no le gusta hagan los demás cuando van a sitios públicos y dejan la basura en la mesa.

El hombre de la mesa está hablando por teléfono, es curioso que mueva los brazos y manos como si la persona con quien habla viese sus gestos. Estira un brazo y abre la mano, extiende la mirada hacia la calle y con ella el otro brazo que golpea la taza del café. Intenta evitar la caída sin lograrlo, entonces dobla su espalda para levantarla del piso dejando en la mesa a los libros solitarios en busca de consuelo, sobre todo el de la poeta polaca. Ella pasa y lo toma con su mano derecha, y luego de dar cuatro pasos ya lo ha puesto en su bolso.

El hombre intenta limpiar la mancha oscura del café con la servilleta que le habían dado cuando le entregaron el café.

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