Él había recibido un turno con un número y una fecha para asistir al centro de salud a donde habían sido distribuidas las vacunas. Estuvo en el lugar una hora antes de la cita, y con él otras personas hicieron lo mismo, así, en una larga fila de una hora estuvo hablando con vecinos de la zona a quienes no había conocido, y se quedarían como desconocidos con los cuales habló sin volver a verlos más. A él le aplicaron una desarrollada en Inglaterra, producida en Brasil y comprada para el país por una empresa canadiense que la distribuyó por medio de una compañía local creada por tres empresarios hijos de políticos del centro del país.
A ella la vacunaron en la oficina, por ser una empresa asociada a temas salud, allí mismo al medio día antes de finalizar la hora del almuerzo le fue aplicada por una estudiante en prácticas de enfermería que tardó en acertar con la aguja porque estaba nerviosa, según le contó, estaba embarazada y tenía cita con el novio para contarle, y con eso, pedirle que vivieran como parejas. Esta vacuna fue creada por una empresa suiza cuyos laboratorios tienen sede en Alemania, producida masivamente por una empresa en la India, comprada, también por el estado a unos distribuidores belgas que se asociaron con las instituciones de salud privada del país para aplicarla a un sector de la población que la recibiría primero por su exposición al contagio.
Él, Luis, toma la ruta de Transmilenio que lo lleva desde el portal de la ochenta hasta una estación en la autopista norte desde la cual después de caminar cuatro calles encuentra la entrada al edificio en donde está su sitio de trabajo. Es un edificio de veinte pisos, su lugar está en el piso catorce, un pequeño espacio que comparte con otros operadores del Contact Center en el que trabaja hace doce meses, apenas uno después haber finalizado el bachillerato.
Ella, Zoé, camina por la carrera quinta desde la calle 10 hasta la estación Las Aguas, utiliza la ruta que hace estación en Los Héroes, ahí hace trasbordo para llegar a la estación en la cual desciende para contar unos doscientos pasas para llegar a la clínica, allí, como cada día, estará atendiendo a los pacientes que llegan con sus documentos para pedir exámenes de laboratorio, que, luego ella misma enviará a los médicos que tienen asignados los pacientes.
Son las 7:23 a.m. en un día frío en Bogotá. Desde hace ocho días Luis ha desarrollado el sentido del olfato a un nivel desconocido para él, ahora, cuando está en el autobús siente aversión por todos los habitantes circunstanciales de la caja mecánica en la que viaja, huelen a perfume, a sexo, semen, orina, sudor, jabón, humedad, pecueca, huelen a viejo y a ropa guardada.
Son las 7:23 a.m., Zoé se sube al bus en el cual hará el trasbordo para bajarse de él dos estaciones después. Ha dejado de utilizar perfumes y cremas desde el día en que le aplicaron la vacuna, se siente indispuesta con esos aromas, no le producen alergia, aun así una irritación en la nariz la ha convencido durante estos días de lavarse el cuerpo con agua sin usar jabón, de vestirse sin aplicarse perfume o cremas en la piel. Es el día en el que su cuerpo está más sensible por el período menstrual, se siente incómoda, quisiera no ir a la oficina y quedarse en cama sin hacer otra cosa que dormir.
Huele, siente el aroma, no es sangre, un olor distinto mezclado con la sangre, lo siente en la nariz, abre las fosas nasales, lo disfruta, por encima de los otros olores reconoce el que acompaña al de la sangre, aspira un océano rojo con una espuma aromática formada por las olas, se mueve, alarga un poco la cabeza para descubrir el origen, no lo ve, hay mucha gente en el bus. Ha estado de pie a dos metros del conductor desde que se subió en el portal. Se mueve hacia la parte trasera del bus, empuja a unos estudiantes de medicina que conversan sobre las infecciones producidas por la circuncisión, ellos no se dan por enterados, lo miran y siguen opinando sobre el asunto. Continúa hacia el fondo, siendo en este caso el fondo la parte trasera del bus.
Zoé está mirando por la ventana y se siente absorbida por una corriente de aire, se asombra, se asusta, mira a un lado al otro, en un principio cree que alguien le está mirando el escote, luego cree que es la intuición advirtiéndola de un robo. Mira con el odio de la sospecha a todos los que están cerca de ella. La sensación de estar siendo absorbida por alguien es más fuerte, por una razón instintiva junta las piernas, se pone un brazo en el pecho, y siente que está dispuesta a cualquier cosa para defenderse de cualquier ataque.
Está a un metro de ella, más que olerla la respira, sus pulmones están hinchados de ese olor. Dos hombres ocupan el espacio entre ella y él, los aparta con una fuerza de la que no tenía conocimiento, mueve sus hombros para desprenderse de una capa invisible, extiende sus brazos, cae sobre ella, solo quiere absorber su aroma, mientras tiene la cara sobre sus hombros escucha los gritos, algunos se alejan, otros se quedan quietos viendo, uno que otro trata golpearlos, él se defiende.
La muerde en el hombre, le rompe la piel con un mordisco en los brazos, ella reclama, se defiende, eso hace un segundo antes, ya no el segundo después. Ella siente el aroma en las personas, jabón, perfume, sangre, sexo, dolor.
Habían dicho que a los niños nacidos durante los meses del confinamiento se les diría Pandemials, sin embargo, con los primeros casos de salvajismo entre quienes habían recibido tipos de vacunas distintas, empezaron a decirles “canibalemials”.
Luis no se detiene, la muerde, la toca, clava sus dientes con suficiente furia como para romper la ropa y la piel. Zoé, en vez de defenderse ante el agravio, se devuelve con la misma furia sobre Luis, le rompe un brazo en el intento por apropiarse de toda la carne del brazo derecho.