Salir de mí mismo

He estado sentando frente a la ventana, en la misma habitación durante cuatro semanas, he ido aprendiendo los hábitos de los habitantes del edificio de en frente. Son cuatro torres de doce pisos cada una, dos apartamentos por piso, en una suma básica, 96 familias viviendo en ellas. Yo solo me he fijado en algunas personas, en aquellas que salen mientras yo puedo verlas por la ventana. Hay una mujer que llega a las siete de la mañana y sale a las seis de la tarde, al comienzo quería imaginarla como una señora cuyo trabajo es atender en un sito con horario nocturno, sin embargo, preferí suponer llega a esa hora para cuidar a un hombre, adulto mayor, quien en la noche es cuidado por su hija, y mientras ella trabaja, la mujer que hoy viene vestida con una blusa amarilla, unos zapatos tenis blancos y pantalón azul, lo acompaña con los cuidados necesarios para que esté cómodo.

Dos hombres salen a la misma hora a pasear a su perro, yo diría, son amigos de mascota, como los niños que son más amigos con los otros niños si ven el mismo programa de televisión o siguen al mismo héroe de cómic. Cada uno por su cuenta, no son pareja, salen, caminan con los perros en el parque, los sueltan para verlos correr, luego ellos se sientan a conversar, el más bajo fuma, el otro parece ser más hablador e indiscreto, mientras habla indica con las manos a lugares y personas, a eso se debe mi creencia de que sea indiscreto, un argumento muy débil para esa certeza, aun así en esta manera de observar y con tan pocos datos me hago una idea de ellos.

Una muchacha de unos veinte años, recién cumplidos, en esa edad se nota con frecuencia un intento por zafarse todavía de la infancia y colgarse de los hábitos adultos. Cada día a las doce y veinte minutos aparece en la portería, una persona de los domicilios le entrega un paquete, el almuerzo, esa es mi creencia, a esa hora hay fila en la portería, pizzas, hamburguesas, sopas, pastas, panes, platos, y mucho poliestireno expandido, que en Colombia llamamos “icopor”, habiendo asociado el acrónimo de la empresa que lo producía en algún tiempo (Industria Colombiana de Porosos) con el nombre del producto. La fila hace rabiar tanto a los solicitantes del domicilio como al domiciliario, cada día por lo menos dos discusiones, y los vigilantes podría hacer algo para mejorar ese proceso de entrega y recepción, pero se atienen a un protocolo que alguien les ha dictado y obliga a seguirlo.

Hay unos niños que salen a jugar entre los autos, en el parqueadero, lanzan un balón y corren tras él hasta cuando los vigilantes del conjunto les reclaman la prohibición del juego, apenas ocurre se sientan y, creo yo, juegan a otras cosas más abstractas.

Son muchos los perros, por cada uno de ellos salen los habitantes del conjunto tres veces al día, unos usan el parque como estación de paso y siguen dando una vuelta más larga alrededor de la calle, otros, como los que conversan ante el aroma del cigarrillo se quedan en la zona verde del parque. Todos bajan con bolsas, no hace falta describir su uso, al final del proceso biológico la ocupan y dejan en una gran cesta dispuesta para contenerlas a ellas mientras ellas contienen la evidencia de la existencia de los perros.
En uno de los pisos altos un perro sale cada día al balcón del apartamento, varias veces, es blanco, no me atrevo a ofrecer el nombre de alguna raza para identificarlo mejor, su estatura puede estar entre los 55 y 60 centímetros, sus orejas observan hacia el piso, el efecto de la gravedad, eso pienso. Cada día he ampliado el horario en el que salgo a ver por la ventana para tratar de observarlo en el parque, pero no, nunca lo veo fuera, he llegado a pensar que nadie lo saca, así como yo que no puedo salir de mí mismo ni de mis rutinas.

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