La música en el taxi, escogida por el conductor sin pregunta alguna al pasajero, en este caso yo, no ha sido la conclusión de una negociación, de este modo escucho música de la cual las historias narradas no me llaman la atención. Sin tener un oído refinado, ya sea por educuación musical o aptitud natural, el tono y ritmo de las canciones no se me antonhan agradables para estar ahora yendo a la oficina. Abrocho el cinturón según está indicado, como advertencia, en un cartón que cuelga de la silla del copiloto, en frente de la silla que yo ocupo, miro a la derecha, como lo hacen casi todos los que están del lado en que voy sentado, miro a los motociclistas en línea formada por su prisa en medio de los autos, a los conductores que han caído en la maldición moderna de mirar hacia la vía y unos minutos después están observando la pantalla del celular.
La música da paso a unos locutores con un gusto, lejano del mío, por el humor de doble sentido, por la burla a los acentos regionales haciendo imitaciones de personajes que puestos en condiciones atípicas para ellos son sometidos al ridículo. Pienso en que el tráfico está suave, reacciono ante la palabra, suave, me refiero a que no hubo alteraciones del tráfico, sin embargo luego pensé en el tacto, en el roce sobre una superficie para saber si es suave, entonces retomo la oración, el tránsito de mi casa a la oficina ha sido ágil.
