Estas mujeres han cultivado un nuevo culto con ritos solemnes que ocurren a las tres de la mañana. Despiertas a esta hora se adelantan con las manos a ponerle movimiento a la imaginación, una caricia descremada, sin lactosa cruza los husos horarios que podrían alinearse de izquierda a derecha. Un apretar sin brusquedades reconoce una sincronización de lo que en las manos se conoce como intenciones e impulsos, y en la piel y las piernas como roces y temblores.
Es la hora del culto, las mujeres dan curso a la liturgia solitaria soltando pequeños cantos de uso propio, apenas para sus oídos, cánticos que celebran y ponen de presente una relación directa entre los temblores y los roces.