Somos treinta años mas viejos de lo que éramos cuando nos conocimos, y no éramos viejos realmente porque apenas teníamos veinte, yo, y ella diecinueve, solo que nos comportamos como viejos pulcros y medidos, hubiéramos podido tener sexo de manera despreocupada sin que eso hubiese cambiado nuestra manera de pensar la vida. Ella tiene dos hijos, un matrimonio, un pregrado, una especialización, una maestría, dos membresías de clubes, cuentas en redes sociales y suscripciones a sitios de entretenimiento por Internet, digamos que eso sería tener una vida académica y profesional con una vida digital en las redes virtuales. Yo tengo dos ex parejas, una especialización, una vida digital, la misma cantidad de suscripciones a redes de entretenimiento, y anoche los dos teníamos muchas ganas de hacer lo que no quisimos cuando veinte y diecinueve eran el momento perfecto.
Los grandes vendedores de software hacen convenciones para invitar a sus clientes, lo que podría ser un bazar de una iglesia para ampliar la torre de templo o tener un nuevo salón para sus fieles, ellos lo llaman convención y tratan, y lo logran, de convencer a sus clientes para que compren el nuevo producto.
Aquí estamos, son las nueve de la mañana y cada uno con su móvil ya escribió varios mensajes indicando a sus parejas actuales que todo va bien, pero que las chavas siguen siendo aburridas y en cambio el trabajo está acumulándose en la oficina y al volver hay que hacer reporte de gastos.
No hacemos bien esto de mentir, nos hemos sonrojado al escribir que descansamos la noche anterior cuando lo que hicimos fue tocarnos la piel escurrida que estaba tensa y joven hace treinta años.