En mi apartamento hay una guitarra, aunque yo no interprete música alguna con sus cuerdas. Está en una de las esquinas del cuarto de los libros junto a un mueble de madera. En esa misma esquina hay papel del que se usa para envolver los regalos, yo no los uso para eso, me sirven para doblarlos y hacer pliegues sobre ellos practicando mi gusto por el origami. Hay libros en ese cuarto en donde está la guitarra, desde el papel no surge la música, no se abren las hojas y se desplazan las notas entre las pestañas del aire. El aire abre sus ojos y mira a su alrededor para levantar aquello que puede elevarse en sus ondas, no encuentra nada en las páginas abiertas, en ese libro sobre Luis Vidales que está abierto en la página 95, en donde se lee el título de un poema, «Paisaje en la noche». La guitarra espera con la serenidad de quien no tiene afán de caricia alguna. Ayer en un consultorio médico una mujer le decía a su compañera de conversación, yo soy como una de esas guitarras que se guardan con celo, pero no se tocan, así como mi guitarra esa señora está tranquila sin esperar la caricia, eso sí, lo saben ella y las seis cuerdas junto al mueble de manera, si las tocan con medida exacta ellas cantarán sin medida.
Imagen de Jonny Lindner en Pixabay