Hubiera querido ser un boxeador y liarme a golpes la mañana con alguien que pusiera el alma en los puños. No llamarme Oscar, ser Oscar de la Hoya y oler libra por libra a lo que huelen las peleas. Desprender el color que debajo de la piel se oculta, un hematoma oscuro después de haber recibido un recto, un gancho, un golpe en estado puro. Poner a palpitar al corazón en la punta de las manos, el puño cerrado y la fuerza en los brazos. Ser un boxeador y dormir con un ojo en los guantes.
